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jueves, 23 de septiembre de 2010

Rodolfo Walsh, ese hombre (fragmento )



El guardia civil pregunta el nombre, consulta su lista, abre la puerta del parque.
El tenue sol madrileño quita de las rodillas la lluvia de París, funde la nieve de Praga. 
En la casa me recibe el secretario discreto, urgido por irradiación cotidiana. Yo sé que debería estar observando los detalles pero no veo más que la alfombra, el artesonado, la penumbra de la sala donde enseguida aparece el Viejo, su voz tranquila. Me estaba esperando. 
Sigue alto y erguido, indestructible. Se agacha un poco para darme la mano. 
-Lo estaba esperando -dice. 
-Tenía muchos deseos de conocerlo -aseguro. 
Todo es claro y ordenado en su despacho: libros en los anaqueles, un Martín Fierro a caballo, el banderín argentino, Juan XXIII bajo el vidrio del escritorio. 
Cuando se sienta, veo por primera vez la desollada cara del Viejo, la cascada de venitas rojas que no aparece en las fotos o que las fotos olvidan, lo mismo que uno. 
-¿Café? -dice-. ¿Coñac? 
Ofrece Winstons, se inclina hacia adelante para dar fuego con el encendedor de oro. Tal vez me he quedado dormido en alguna butaca de algún aeropuerto en alguna indescifrable escala nocturna y este sueño preocupado es una broma del cansancio. Pero el Viejo está allí, veo el traje pizarra, el pulóver rojo, las ideas que se ordenan en su cara, la embellecen, escucho la voz persuasiva que habla del mundo, sus grandes movimientos circulares, sus leyes inmutables. 
-A los imperios no los derriba nadie -dice-. Se pudren por dentro, se caen solos. 
Solos, pienso. 
Parece que adivina. 
-Cuando alguien los empuja -dice, recuerda-. En este continente yo los he enfrentado -dice, anulando de un golpe la distancia, regresando o no partiendo nunca, clavado a este continente que no es este, no es la muchacha que vuelve y sirve el coñac y sirve el café. 
-Café sin cafeína -dice el Viejo-. Es más sano. Mire Vietnam -dice.
Miro Vietnam: sonrisas ambiguas, pisadas nocturnas en la selva húmeda, espaldas maternas cargando obuses, una bandera roja flameando sobre Hué bajo una lluvia incesante de napalm.
-Los militares yanquis -explica- son muy brutos, no leen la historia, creen que la guerra se gana con el ejército.  
Rodolfo Walsh 
para leer el cuento completo : 
www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/walsh/esehom.htm

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