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martes, 31 de agosto de 2010

Gunter Grass, el tambor de hojalata (fragmento)

Pues sí: soy huésped de un sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la puerta hay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en mí, de ojos azules. Por eso mi enfermero no puede ser mi enemigo. Le he cobrado afecto; cuando entra en mi cuarto, le cuento al mirón de detrás de la puerta anécdotas de mi vida, para que a pesar de la mirilla me vaya conociendo. El buen hombre parece apreciar mis relatos, pues apenas acabo de soltarle algún embuste, él para darse a su vez a conocer, me muestra su última creación cordel anudado. Que sea o no un artista, eso es aparte. Pero pienso que una exposición de sus obras encontraría buena acogida en la prensa, y hasta le atraería algún comprador. Anuda los cordeles que recoge y desenreda después de las horas de visita en los cuartos de sus pacientes; hace con ellos unas figuras horripilantes y cartilaginosas, las sumerge luego en yeso, deja que se solidifiquen y las atraviesa con agujas de tejer que clava a unas penas de madera. Con frecuencia le tienta la idea de colorear sus obras. Pero yo trato de disuadirlo: le muestro mi cama metálica esmaltada en blanco y lo invito a imaginársela pintarrajeada en varios colores. Horrorizado, se lleva sus manos de enfermero a la cabeza, trata de imprimir a su rostro algo rígido la expresión de todos los pavores reunidos, y abandona sus proyectos colorísticos. Mi cama metálica esmaltada en blanco sirve así de término de comparación. Y para mí es todavía más: mi cama es la meta finalmente alcanzada, es mi consuelo, y hasta podría ser mi credo si la dirección del establecimiento consintiera en hacerle algunos cambios: quisiera que le subieran un poco más la barandilla, para evitar definitivamente que nadie se me acerque demasiado. Una vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el silencio que tejo entre los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que se empeñan en salvarme, los que encuentran divertido quererme, los que en mí quisieran apreciarse, restarse y conocerse a sí mismos. Tan ciegos, nerviosos y mal educados que son. Con sus tijeras de uñas raspan los barrotes esmaltados en blanco de mi cama, con sus bolígrafos o con sus lapiceros azules garrapatean en el esmalte unos indecentes monigotes alargados. Cada vez que con su ¡hola! atronador irrumpe en el cuarto, mi abogado planta invariablemente su sombrero de nylon en el poste izquierdo del pie de mi cama. Mientras dura su visita --y los abogados tienen siempre mucho que contar-- este acto de violencia me priva de mi equilibrio y mi serenidad. Luego de haber depositado sus regalos sobre la mesita de noche tapizada de tela blanca encerada, debajo de la acuarela de las anémonas, luego de haber logrado exponerme en detalle sus proyectos de salvación, presentes o futuros, y de haberme convencido a mí, al que infatigablemente se empeñan en salvar, del elevado nivel de su amor al prójimo mis visitantes acaban por contentarse de nuevo con su propia existencia y se van. Entonces entra mi enfermero para airear el cuarto y recoger los cordeles con que venían atados los paquetes. A menudo, después de ventilar, aún halla la manera, sentado junto a mi cama y desenredando cordeles, de quedarse y derramar un silencio tan prolongado, que acabo por confundir a Bruno con el silencio y al silencio con Bruno. Bruno Münsterberg --éste es, hablando ahora en serio, el nombre de mi enfermero-- compró para mí quinientas hojas de papel de escribir. Si esta provisión resultara insuficiente, Bruno, que es soltero, sin hijos y natural de Sauerland, volverá a ir a la pequeña papelería, en la que también venden juguetes, y me procurará el papel sin rayas necesario para el despliegue exacto, así lo espero, de mi capacidad de recuerdo. Semejante servicio nunca habría podido solicitarlo de mis visitantes, de mi abogado o de Klepp, por ejemplo. Sin la menor duda, el afecto solicito hacia mi persona había impedido a mis amigos traerme algo tan peligroso como es el papel en blanco y ponerlo a disposición de las sílabas que incesantemente segrega mi espíritu.
(...)
¿Qué más diré? Nací bajo bombillas, interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor, rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla, tosí en iglesias, nutrí a Lucía, observé hormigas, decidí crecer, enterré el tambor, huí a Occidente, perdí el Oriente, aprendí el oficio de marmolista, posé como modelo, volví al tambor e inspeccioné cemento, gané dinero y guardé un dedo, regalé el dedo y huí riendo; ascendí, fui detenido, condenado, internado, saldré absuelto; y hoy celebro mi trigésimo aniversario y me sigue asustando la Bruja Negra. "Amén". Deje caer el cigarrillo apagado. Fue a parar a las planchas de la escalera eléctrica. Después de haber ascendido por algún tiempo en dirección del cielo en un ángulo de pendiente de cuarenta y cinco grados.
" Gunter Grass pintura, Giorgio de Chirico

Rodolfo Wukcock, Los amantes

Harux y Harix han decidido no levantarse más de la cama: se aman locamente, y no pueden alejarse el uno del otro más de sesenta, setenta centímetros. Así que lo mejor es quedarse en la cama, lejos de los llamados del mundo. Está todavía el teléfono, en la mesa de luz, que a veces suena interrumpiendo sus abrazos: son los parientes que llaman para saber si todo anda bien. Pero también estas llamadas telefónicas familiares se hacen cada vez más raras y lacónicas. Los amantes se levantan solamente para ir al baño, y no siempre; la cama está toda desarreglada, las sábanas gastadas, pero ellos no se dan cuenta, cada uno inmerso en la ola azul de los ojos del otro, sus miembros místicamente entrelazados.

La primera semana se alimentaron de galletitas, de las que se habían provisto abundantemente. Como se terminaron las galletitas, ahora se comen entre ellos. Anestesiados por el deseo, se arrancan grandes pedazos de carne con los dientes, entre dos besos se devoran la nariz o el dedo meñique, se beben el uno al otro la sangre; después, saciados, hacen de nuevo el amor, como pueden, y se duermen para volver a comenzar cuando se despiertan. Han perdido la cuenta de los días y de las horas. No son lindos de ver, eso es cierto, ensangrentados, descuartizados, pegajosos; pero su amor está más allá de las convenciones.

Rodolfo Wukcock
pintura:
Amantes, de Nicoletta Tomas

Joan Manuel Serrat, Como un gorriòn

UNA FOTOGRAFA ELIGE SU IMAGEN FAVORITA: HELEN ZOUT Y CORDERO DE DIOS, DE MARCOS LOPEZ

El séptimo día





Por Helen Zout

Elegí esta foto por varios motivos. Primero, porque se la siente tan cercanamente argentina como el dulce de leche, la birome o Marcos López. Segundo, es simple y a la vez profunda. Tercero, la tengo muy presente. Señal inequívoca, para mí, de una buena foto. Cuarto, es también universal porque alude, inevitablemente, a La Ultima Cena, la maravillosa obra de Leonardo Da Vinci.

Leonardo creó esta pintura –quizá su mejor obra, la más serena y alejada del mundo temporal– durante años de conflictos bélicos, intrigas, preocupaciones y calamidades.

El asado de Marcos López es, según mi criterio, una adaptación de esta magnifica imagen, en concordancia con algunas costumbres argentinas. En este caso, la comunión ritual de los domingos. Por supuesto asociada con nuestras tradiciones carnívoras: exquisito asado, achuras y cordero, no explícitamente redentor, pero sí en manos de ávidos comensales. Y, sumado a todo esto, el infaltable tinto.

El cordero está a punto de ser cortado por las manos de un muchacho de barrio después de un partidito de fútbol. Es el personaje central: un cuarentón pelilargo con aspecto setentoso y pancita de cerveza que mira a la cámara y nos expresa a través de sus ojos y sin retaceos su estado emocional. Se lo ve melancólico pero “acostumbrao”, como diría Inodoro Pereyra.

Un Cristo humanizado y pagano. Los límites de sus sueños se chocan justo en la intersección de la costillita, el chorizo y la morcilla. Placeres menores que compensan males mayores en un país difícil y complicado. La expresión de sus ojos también parece dejarnos en claro que el asado no cura, sólo alivia. Es en ese lugar común donde el autor nos deja asomarnos al abismo propio, al ajeno. Al abismo de los límites y de la banalidad con la que a veces se sobrellevan los límites.

Ni angustia, ni dolor, ni alegría. Banalidad. Entonces, me pregunto: ¿cuáles son las diferencias entre los personajes de La Ultima Cena de Leonardo y los de Marcos? ¿Y las semejanzas? Antes y ahora, todos los personajes son capaces de amar, disfrutar y traicionar; sencillamente porque los une su condición humana.

Quizá la diferencia radique en que en esta obra Marcos López mató y domesticó la solemnidad de la obra original. Los personajes se parecen tanto a la cotidianidad, que incomoda. En esta obra, alejándonos un poco del chiste o la ironía, Marcos permite identificarnos hasta la ternura con estos personajes tan humanamente queribles. Y por qué no, también nos deja ver la posibilidad del disfrute momentáneo del asado.

Al final, Marcos tenía razón. Su obra y la mía hablaban de lo mismo, pero dicho de otra manera. Eran otras las máscaras, pero debajo de ellas habitaban los mismos fantasmas.

Cuando nos conocimos, él recién venía de Santa Fe y quería trabajar con los estereotipos de cartón de las “chicas” de tamaño humano de las publicidades, y yo estaba trabajando con máscaras en mi obra de los niños con sida, dándole una nueva dimensión al dolor con el que estaba atravesada mi propia vida.

En el transcurso de todos esos años quizá las máscaras, tanto las suyas como las mías, se fueron desvaneciendo, dejando espacio para los seres de carne y hueso que, por reales, son los que más nos duelen.

En fin. Es hora de levantar la copa, por lo que pudieron y lo que no pudieron. Ellos y nosotros. Por los sueños alcanzados y por los frustrados. Por todo lo vivido hasta ahora, en la mitad de nuestras vidas. Y por Marcos López y sus fotos. Salud.

Testimonio recogido por Mercedes Pombo

Marcos López es fotógrafo y nació en Santa Fe, Argentina, en 1958. Sus imágenes, tan personales y latinoamericanas, se separan de la estética fotográfica típica de otros artistas. En los ’90 López desarrolló la serie Pop latino, que arrasó con las pautas establecidas en el campo fotográfico del momento e impuso su propia mirada pop, totalmente alejada de Warhol y sus amigos. Distintos personajes, distintas miradas y estereotipos locales han quedado fijados en estas fotografías, marcadas por su inconfundible ironía de colores brillantes y saturados. A partir de ahí, López se zambulló en la era digital. Su camino se focalizó hacia el uso del photoshop y la manipulación de imágenes. Fotografías en donde no faltan el humor y la apropiación del arte y su historia.

nota publicada en el diario pàgina 12 el domingo 18 de julio del 2010

domingo, 29 de agosto de 2010

N. KAZANTZAKIS, Prefacio de la Ultima tentacion de Cristo

La doble sustancia de Cristo siempre fue para mí un misterio profundo e impenetrable: el deseo apasionado de los hombres, tan humano, tan sobrehumano, de llegar hasta Dios o, más exactamente, de retornar a Dios para identificarse con él. Esta nostalgia, a la vez tan misteriosa y tan real, ha abierto en mí hondas heridas y también fluyentes y profundos manantiales. Desde mi juventud, mi angustia primera, la fuente de todas mis alegrías y amarguras ha sido ésta: la lucha incesante e implacable entre la carne y el espíritu. Llevo en mí las fuerzas tenebrosas del Maligno, antiguas, tan viejas como el hombre y aun más viejas que éste; llevo en mí las fuerzas luminosas de Dios, antiguas, tan viejas como el hombre y más viejas que éste. Y mi alma es el campo de batalla donde se enfrentaban ambos ejércitos. La angustia ha sido abrumadora. Amaba mi cuerpo y no deseaba que se perdiera; amaba mi alma y no quería verla envilecida. He luchado para reconciliar estas dos fuerzas cósmicas antagónicas, para hacerles comprender que no son enemigas sino que, por el contrario, están asociadas, de manera que pueden reconciliarse de forma armoniosa, y de este modo yo podré, reconciliarme con ellas. Todo hombre participa de la divina naturaleza, tanto en su carne como en su espíritu. Por ello el misterio de Cristo no es sólo el misterio de un culto particular, sino que alcanza a todos los hombres. En cada hombre estalla la lucha entre Dios y el hombre, inseparable del deseo de reconciliación. Casi siempre esta lucha es inconsciente y dura poco, pues un alma débil carece de fuerzas para resistir por largo tiempo a la carne; el alma pierde entonces levedad, acaba por transformarse en carne y la lucha toca a su fin. Pero en los hombres responsables, que mantienen día y noche los ojos fijos en el Deber supremo, tal lucha entre la carne y el espíritu estalla sin misericordia y puede perdurar hasta la muerte. Cuanto más potentes son el alma y la carne, más fecunda es la lucha y más rica la armonía final. Dios no ama las almas débiles ni los cuerpos sin consistencia. El espíritu ansia luchar con una carne potente, llena de resistencia. Es un ave carnívora que nunca deja de tener hambre, que devora la carne y la hace desaparecer asimilándosela. Lucha entre la carne y el espíritu, rebelión y resistencia, reconciliación y sumisión, y, en suma, lo que constituye el fin supremo de la lucha, es decir, la unión con Dios; tal es la ascensión seguida por Cristo, el cual nos invita a seguirle marchando tras las huellas sangrientas de sus pasos. Este es el Deber supremo del hombre que lucha: alcanzar el elevado pináculo que Cristo, el primogénito de la salvación, coronó. ¿Cómo podemos iniciar el ascenso?. Para poder seguirle es preciso que poseamos un conocimiento profundo de su lucha, que vivamos su angustia, que sepamos cómo venció las celadas floridas de la tierra, cómo sacrificó las pequeñas y las grandes alegrías del hombre y cómo ascendió, de sacrificio en sacrificio, de hazaña en hazaña, hasta la cima de su martirio: la Cruz. Jamás seguí con tanto terror su marcha sangrienta hacia el Gólgota, jamás viví con tanta intensidad, con tanta comprensión y amor, la Vida y la Pasión de Cristo como durante los días y las noches en que escribí La última tentación. Mientras escribía esta confesión de la angustia y de la gran esperanza de la humanidad, estaba tan emocionado que mis ojos se arrasaban de lágrimas. Jamás había sentido caer gota a gota la sangre de Cristo en mi corazón con tanta dulzura, con tanto dolor. Porque para ascender a la cima del sacrificio, a la Cruz, a la cima de la inmaterialidad, a Dios, Cristo pasó por todas las pruebas que debe pasar el hombre que lucha. Esta es la razón por la cual su sufrimiento nos resulta tan familiar, y por la que su victoria final se nos antoja nuestra propia victoria futura. Esta parte de la naturaleza de Cristo, tan profundamente humana, nos ayuda a comprenderlo, a amarlo y a seguir su Pasión como si se tratara de nuestra propia pasión. Si no poseyera dentro de él el calor de este elemento humano, jamás podría conmover nuestro corazón con tanta seguridad y ternura, jamás podría convertirse en un modelo para nuestra vida. Luchamos, lo vemos luchar como nosotros y cobramos valor. Vemos que nos encontramos solos en el mundo y que él, sea como fuere, lucha a nuestro lado. Cada instante de la vida de Cristo es una lucha y una victoria. Triunfó del irresistible encanto de las sencillas alegrías humanas, triunfó de la tentación; transformó incesantemente la carne en espíritu y continuó su ascensión; llegó a la cima del Gólgota, subió a la Cruz. Pero ni siquiera aquí acabó su combate. En la Cruz le esperaba otra tentación, la última tentación. Como en un relámpago, el espíritu del Maligno desplegó ante los ojos desfallecientes del Crucificado la engañosa visión de una vida apacible y dichosa: había seguido —así creyó— el sendero suave y fácil del hombre; se había casado, había tenido hijos, los hombres lo amaban y respetaban; y ahora, ya viejo, estaba sentado a la puerta de su casa, recordaba las pasiones de su juventud y sonreía satisfecho. ¡Qué bien había procedido! ¡Qué sabiduría haber seguido el sendero del hombre y qué insensatez era querer salvar el mundo! ¡Qué alegría haber escapado a las tribulaciones, al martirio y a la Cruz! Esta fue la última tentación que durante los segundos de un relámpago turbó los instantes finales del Salvador. Pero bruscamente Jesús sacudió la cabeza, abrió los ojos. Vio: no, no era un traidor, ¡alabado sea Dios!, no había desertado, había cumplido la misión que Dios le había confiado. No se había casado, no había vivido dichoso, había llegado a la cima del sacrificio: estaba clavado en la Cruz. Cerró los ojos, satisfecho. Entonces se oyó el grito triunfal: ¡Todo se ha consumado! Es decir, terminé mi misión, fui crucificado, no sucumbí a la tentación. Escribí este libro para ofrecer un ejemplo supremo al hombre que lucha, para mostrarle que no debe temer el sufrimiento, la tentación ni la muerte, porque todo ello puede ser vencido y ya ha sido vencido. Cristo sufrió, y desde entonces el sufrimiento quedó santificado; la Tentación luchó hasta el último instante para extraviarlo, y la Tentación fue vencida. Cristo murió en la Cruz, y en ese mismo instante la muerte fue por siempre vencida. Cada obstáculo interpuesto en su marcha se transformaba en hito y ocasión de futura victoria. Ante nosotros tenemos ahora un ejemplo que nos abre el camino y nos infunde valor. Este libro no es una biografía, sino la confesión de todos los hombres que luchan. Al escribirlo, cumplí con mi deber. El deber de un hombre que luchó mucho, que se ha sentido muy atormentado en su vida y que ha esperado mucho. Estoy seguro de que todo hombre libre que lea este libro rebosante de amor amará más que nunca, más intensamente que nunca, a Cristo.
N. KAZANTZAKIS
para los que quieran leer la novela:
grupos.emagister.com/documento/nikos_kazantzakis__la_ultima_tentacion_de_cristo/1038-92678

Galeano

No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta. E Galeano
escultura: A Rodin

Metàlica,nothing else matters, con la sinfònica de San Francisco

Metàlica NOTHING ELSE MATTERS (Nada màs importa)

Tan cerca no importa cuan lejos...
no seria mucho mas del corazon
por siempre confiando en quienes somos
y nada mas importa
nunca me abri a mi mismo de esta manera
la vida es nuestra y la vivimos a nuestra manera
todas esas palabras simplemente no las dije
y nada mas importa
busque confianza y la encontre en ti
cada dia para nosotros algo nuevo
la mente abierta para una mirada diferente
y nada mas importa
nunca importo por lo que hacian
nunca importo por lo que sabian
pero lo se
tan cerca no importa cuan lejos...
no seria mucho mas del corazon
por siempre confiando en quienes somos
y nada mas importa
nunca importo por lo que hacian
nunca importo por lo que sabian
pero lo se
nunca me abri a mi mismo de esta manera
la vida es nuestra y la vivimos a nuestra manera
todas esas palabras simplemente no las dije
y nada mas importa
busque confianza y la encontre en ti
cada dia para nosotros algo nuevo
la mente abierta para una mirada diferente
y nada mas importa
nunca imporo las cosas que decian
nunca importaron los juegos que jugaron
nunca me importo lo que ellos hacian
nunca me importo lo que ellos sabian
y lo se.
Metàlica

Apocaliptica, Nothing Else Matters

viernes, 27 de agosto de 2010

Raùl Gonzalez Tuñon, Un juguete roto en el basural

Un poema está en el sueño.
También fuera del sueño.

A veces está allí donde el poeta mira.

Y nada más poético que ese juguete roto
-extraña flor brotada a la intemperie-
que junto a los residuos
los inquilinatos
grises y fraternales
y la hierba menuda del baldío recatado
en el bosque de
piensa cuando jugaba con él un dulce niño
que después fue soldado
.
Nunca vuelven.
Y un poema está allí, donde no está el poeta.

Raùl Gonzalez Tuñon
cuadro
: Carlos A Diaz Barrios

Hector Germán Oesteheld, El eternauta


"El único héroe válido es el héroe colectivo. Nunca el héroe individual... el héroe solo". Héctor Germán Oesterheld

[Bassekou Kouyate & Ngoni Ba -- Segu Blue (Poyi)]

jueves, 26 de agosto de 2010

Jacobo Fitjman, canto del cisne


Demencia:
El camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
Tosen las muecas
Y descargan sus golpes
Afónicas lamentaciones.
Semblantes inflados;
Dilatación vidriosa de los ojos
En el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
A lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quien llamar?
¿ A quien llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
Y ahorca mi gañote
Con sus enormes manos sarmentosas;
Y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!
Jacobo Fitjman

miércoles, 25 de agosto de 2010

UN FOTOGRAFO ELIGE SU FOTO FAVORITA: DANIEL MUCHIUT Y LOS CUERVOS DE MASAHISA FUKASE

Los heraldos negros


Por Daniel Muchiut

Hace un par de años, buscando autores para proyectar y estudiar en los talleres de fotografía, mi amigo Gabriel Díaz me acercó el libro The Solitude of Ravens (La soledad de los cuervos), del fotógrafo japonés Masahisa Fukase. Me lo dio mientras me decía que “le diera tiempo”, repitiéndome la misma frase que había utilizado una vez en un viaje espiritual que hicimos para acercarnos a la obra del gran Robert Frank en Nueva York, en su muestra retrospectiva Moving Out.

Yo mismo le volvería a repetir muchas veces esas palabras, porque acuñan una gran verdad: hay obras que necesitan de su tiempo, de su espera, para hacer efecto, para despertarnos de nuestra propia comodidad, la de querer ver en un solo golpe de vista todo lo que puede transmitir una gran imagen.

Y éste fue el efecto que me produjo La soledad de los cuervos, el libro quizá más oscuro e iluminado que he visto.

Después de separarse de su mujer, hundido en una gran depresión, Fukase empieza un trabajo fotográfico que llevó adelante durante diez largos años, dando a luz este ensayo triste, trágico y solitario.

Desde el comienzo, el libro se vuelve inquietante y oscuro. Cuervos que nos sobrevuelan presagiando desgracia. Se sospecha que algo puede ocurrir, que nada feliz puede pasar; y al avanzar por sus páginas, lentamente nuestros cuerpos parecen cubrirse de plumas negras, nuestra boca se transforma en pico y nuestras manos en filosas garras. Los seres humanos nos ponemos el manto oscuro de la desolación.

Y en este desconcierto aparece una fotografía que siempre me fascinó.

Se ve el mar, impenetrable. Las aguas calmas emanan un vapor que no hace más que incomodarme. Adelante, unos pájaros oscuros nadan sin rumbo preciso, al igual que un bote se adentra en las profundidades, se interna en la niebla espesa. ¿Hacia dónde van? ¿Se despiden de este mundo? ¿Qué simboliza esta imagen? ¿Es el infierno?

Fukase nos da una lección; que lo importante es el camino y no el resultado, que siempre vale la pena transitarlo, por menos respuestas que conozcamos.

Este artista trabajó durante diez años sin dirección aparente, buscando respuesta a su tristeza, y esto quizá sea lo más hermoso que nos pueda brindar el arte. Nos dice que la vida es un sinsentido, que pequeños gestos como el de Fukase, llenos de amor y entrega, nos dan un pequeño alivio a nuestras penas.

Así como no podemos sostener mucho tiempo una mirada, tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría.

La soledad de los cuervos fue su último trabajo, antes de que cayera en coma, al caerse de la escalera de su casa.

texto publicado en el suplemento radar, pàgina12 del 28 de marzo de 2010

Mempo Giardinelli, Juan y el sol ( un cuento bellìsimo) fragmento


    Juan y el sol

Llovía tanto que parecía que el mundo entero se estaba licuando. Hacía un mes que no paraba. Y cuando paraba era por un ratito, algunas horas, a lo mucho amainaba medio día o toda una tarde, pero enseguida se largaba otra vez. Un mes así. Un mes y pico. –Tendríamos que ir a verlo– dijo Mingo, con la vista clavada en la laguna en que se había convertido la calle, por la que cada tanto pasaba un coche haciendo oleaje. Venancio, con el codo izquierdo sobre la mesa y el mentón apoyado sobre la palma de su mano, asintió rítmicamente, despacito, como preguntándose que sentía. Hasta que se dio cuenta de lo que sentía, y se le humedecieron los ojos. –Pobre Juan– dijo, en voz baja–. Tendríamos que ir a verlo, sí. Hacía cinco meses que el amigo Juan Saravia estaba enfermo y eso los tenía muy preocupados. Juan Saravia era un salteño avecindado en la zona de Puerto Bermejo, a unos cien kilómetros de Resistencia, sobre el río, y vivía en una casa que había construido con sus propias manos, años atrás, cuando se vino de Salta con un empleo de viajante para la Anderson Clayton. Se habían hecho amigos en un hotelito de Samuhu, una noche en que los tres coincidieron por culpa de otras lluvias que anegaban los caminos, en los tiempos en que Mingo era viajante de Nestlé y Venancio de Terrabusi. Ahora, la tuberculosis lo estaba matando. Cuando Mingo dijo lo que dijo, Venancio encendió otro Arizona y se refregó los ojos con los nudillos de las manos, como echándole la culpa de las lágrimas al humo del tabaco...

Mempo Giardinelli

para leer el cuento completo :www.literatura.org/Giardinelli/JuanyelSol.html

Chico Buarque; Gente humilde

martes, 24 de agosto de 2010

Chico Buarque: Gente Humilde (traduccion )

Hay ciertos días

en que pienso en mi gente

y siento así

todo mi pecho apretarse

porque parece

que acontece de repente

como un deseo de vivir

sin notarme

Igual a todo

cuando paso en un suburbio

yo muy bien

viniendo en tren de algún lugar

y ahí me da

como una envidia de esa gente

que sigue en frente

sin ni tener con quien contar

Son casas simples

con sillas en la vereda

y en la fachada

escrito encima que es un hogar

por la baranda

flores tristes y baldías

como la alegría

que no tiene donde recostarse

y ahí me da una tristeza

en mi pecho

hecho un despecho

de no tener como luchar

y yo que no creo

pido a Dios por mi gente

es gente humilde

que ganas de llorar

Gente Humilde

Composição: Garoto, Chico Buarque e Vinicius de Moraes


Onetti, Juan Carlos, La cara de la desgracia (fragmento)


...Tomamos unas copas mientras Arturo se empeñaba en encontrar en la billetera la fotografía de una mujer. —No está —dijo por fin—. La perdí. La foto, no la mujer. Quería mostrártela porque tiene algo inconfundible que pocos le descubren. Y antes de quedarte loco vos entendías de esas cosas. Y estaban, pensaba yo, los recuerdos de infancia que irían naciendo y aumentando en claridad durante los días futuros, semanas o meses. Estaba también la tramposa, tal vez deliberada, deformación de los recuerdos. Estaría, en el mejor de los casos, la elección no hecha por mí. Tendría que vernos. fugazmente o en pesadillas, vestidos con trajes ridículos, jugando en un jardín húmedo o pegándonos en un dormitorio. Él era mayor pero débil. Había sido tolerante y bueno, aceptaba cargar con mis culpas, mentía dulcemente sobre las marcas en la cara que le dejaban mis golpes, sobre una taza rota, sobre una llegada tarde. Era extraño que todo aquello no hubiera empezado aún, durante el mes de vacaciones de otoño en la playa; acaso, sin proponérmelo, yo estuviera deteniendo el torrente con las crónicas periodísticas y la evocación de las dos últimas noches. En una Julián estaba vivo, en la siguiente muerto. La segunda noche no tenía importancia y todas sus interpretaciones habían sido despistadas. Era su velorio, empezaba a colgarle la mandíbula, la venda de la cabeza envejeció y se puso amarilla mucho antes del amanecer. Yo estaba muy ocupado ofreciendo bebidas y comparando la semejanza de las lamentaciones. Con cinco años más que yo, Julián había pasado tiempo atrás de los cuarenta. No había pedido nunca nada importante a la vida; tal vez, sí, que lo dejaran en paz. Iba y venía, como desde niño, pidiendo permiso. Esta permanencia en la tierra, no asombrosa pero sí larga, prolongada por mí, no le había servido, siquiera, para darse a conocer. Todos los susurrantes y lánguidos bebedores de café o whisky coincidían en juzgar y compadecer el suicidio como un error. Porque con un buen abogado, con el precio de un par de años en la cárcel... Y, además, para todos resultaba desproporcionado y grotesco el final, que empezaban a olisquear, en relación al delito. Yo daba las gracias y movía la cabeza; después me paseaba entre el vestíbulo y la cocina, cargando bebidas o copas vacías. Trataba de imaginar, sin dato alguno, la opinión de la mujerzuela barata que visitaba a Julián todos los viernes o todos los lunes, días en que escasean los clientes. Me preguntaba sobre la verdad invisible, nunca exhibida, de sus relaciones. Me preguntaba cuál sería el juicio de ella, atribuyéndole una inteligencia imposible. Qué podría pensar ella, que sobrellevaba la circunstancia de ser prostituta todos los días, de Julián, que aceptó ser ladrón durante pocas semanas pero no pudo, como ella, soportar que los imbéciles que ocupan y forman el mundo, conocieran su falla. Pero no vino en toda la noche o por lo menos no distinguí una cara, una insolencia, un perfume, una humildad que pudieran serle atribuidos.... Juan Carlos Onetti foto: M Cascales cuento completo: /www.onetti.net/es/cuentos/la_cara_de_la_desgracia?page=0%2C0

Rodolfo Walsh : Esa Mujer


El coronel elogia mi puntualidad:
­Es puntual como los alemanes ­dice.
­O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
­He leído sus cosas ­propone­. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
El bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
­Esos papeles ­dice.
Lo miro.
­Esa mujer, coronel.
Sonríe.
­Todo se encadena ­filosofa.

A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.

Rodolfo Walsh
pintura : Carlos Gorriarena
para leer el cuento completo: www.literatura.org/Walsh/rwmuje.html

Buda, de corazòn a diamante

Drexler , al otro lado del rio

domingo, 22 de agosto de 2010

Celebraciòn de la amistad, Eduardo Galeano

Juan Gelman me contò que una señora se habìa batido a paraguazos,en una avenida de Parìs, contra toda una brigada de obreros municipales.Los obreros estaban cazando palomas cuando ella emergiò de un increìble Ford a bigotes, un coche de museo, de quellos que arrancaban a manivela; y blandiendo su paraguas, se lanzò al ataque.

A mandobles se abriò paso , y su paraguas justiciero rompiò las redes donde las palomas habìan sido atrapadas.Entonces, mientras las palomas huìan en blanco alboroto, la señora la emprendiò a paraguazos contra los obreros.
Los obreros no atinaron màs que a protegerse, como pusieron, con los brazos, y balbuceaban protestas que ella no oìa:màs respeto señora, haga el favor, estamos trabajando , son òrdenes uperiores, señora, po què no le pega al alcalde, calmesè , señora, què bicho le picò, se ha vuelto loca esta mujer...
Cuando la indiganada señora se le cansò el brazo, y se apoyò en una pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicaciòn
Despuès de un largo silencio, ella dijo:
-Mi hijo muriò
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no tenìan la culpa. Tambièn dijeron que esa mañana habìa mucho que hacer , usted comprenda...
-Mi hijo muriò- repitiò ella
Y los obreros : que sì, que sì, pero que ellos se estaban ganando el pan, que hay millones de palomas sueltas por todo Paris, que las jodidas palomas son la ruina de esta ciudad...
-Cretinos.- Los fulminò la señora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo , dijo:
-Mi hijo muriò y se convirtiò en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin , señalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y las aceras, propusieron:
-Señora , ¿por què no se lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?
Ella se enderezo el sombrero negro:
-!Ah no!. !Eso sì que no!
Mirò a travès de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy serenamente dijo:
-Yo no sè cuàl de las palomas es mi hijo. Y si supiera , tampoco me lo llevarìa.Porque , ¿què derecho tengo yo a separarlo de sus amigos?
Eduardo Galeano

Oracion Gestald , ( Fritz Perls )


Yo soy Yo
Tú eres Tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
Será maravilloso
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a Mí mismo
Cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a Ti
Cuando intento que seas como yo quiero
En vez de aceptarte como realmente eres.
Tú eres Tú y Yo soy Yo.
( Fritz Perls )
foto : Juan Yanès.

Joaquin Gianuzzi, teòlogo de la ventana


Este cerrado dolor de cabeza
causado por la presión del mundo visible
reclama un significado.
Pero la visión de la calle desde mi ventana
solo ofrece alternativas a una apariencia dislocada
hecha de fragmentos trémulos, colores dudosos
y un sufrimiento de cosa oscuramente mezclada consigo misma.
¿Qué materia desean los ojos y que no pueden ver?
No esta especie de traición a lo largo del pavimento,
la naturaleza criminal que revelan los automóviles,
el taciturno rumor de los objetos manufacturados,
la vacilante verdad de la muchedumbre hacia el ocaso,
los asuntos de esta terrible sociedad que se aplasta al planeta.
¿Cuál es la relación de esta escena con el otro orden?
La divinidad está aquí por delegación sombría.
Hay un millón de ventanas y cada una padece
su teólogo fracasado ante la única realidad posible
con su correspondiente dolor de cabeza al anochecer.
Pintura: Juan Gris

U 2:i still haven't found what im looking for

sábado, 21 de agosto de 2010

U2, I still haven't found what I'm looking for (todavìa no encontrè lo que estoy buscando)

He escalado las más altas montañas
He corrido a través de los campos
Sólo para estar contigo
Sólo para estar contigo

He corrido, me he arrastrado
He trepado los muros de esta ciudad,
los muros de esta ciudad
Sólo para estar contigo
Pero todavía no he encontrado
Lo que estoy buscando
Pero todavía no he encontrado
Lo que estoy buscando

He besado labios de miel
He sentido el alivio en la yema de sus dedos
Ardía como fuego
Este deseo ardiente
He hablado con la lengua de los ángeles
He tomado la mano del diable
Era cálida en la noche
Yo estaba frío como una roca
Pero todavía no he encontrado
Lo que estoy buscando
Pero todavía no he encontrado
Lo que estoy buscando

Creo en el Reino de los Cielos
Cuando todos los colores se fundan en uno
Pero sí yo todavía estoy corriendo
Tú rompiste los lazos
Tú soltaste las cadenas
Tú llevaste la cruz
Y mi vergüenza
Oh mi vergüenza
Tú sabes que yo creo en eso
Pero todavía no he encontrado
Lo que estoy buscando
Pero todavía no he encontrado
Lo que estoy buscando.
u2

Muñeca Rusa, Joan Manuel Serrat


Dentro de ella se esconde otra, que es como ella, pero no es;
y en esa otra se oculta otra, que esconde otra a su vez.

Una se ve, la otra se adivina, la otra ya fue, la otra será,
y todas son de mentira y todas son de verdad.

Ella es la que se mira al espejo y la que en el espejo se ve.
Es lo que dice su boca y lo que ocultan sus ojos también.

Son muchas y distintas mujeres viviendo en una mujer no más.
Uno no puede querer a una sin querer a las demás.

Ella es como una Matryshka.
Ella es como una muñeca rusa...
Ella es como una muñeca...
Ella es como una...
Ella es como...
Ella es...
Ella.

Y aunque nadie sabe quién es ella, ni lo que ellos para ella son,
todos cuentan la feria según como les fue en el frontón.

Que si la oruga o la mariposa, que si la reina del ajedrez,
que si el infierno o el paraíso, que si el agua o si la sed.

Cuántos quisieran verla entregada, como la playa en la bajamar,
con sus secretos a la intemperie y sus arenas por hollar.

A mí me basta con ser para ella la misma cosa que siempre fui:
el viejo osito de felpa que abraza para dormir.
Joan Manuel Serrat
cuadro: Fabio Calvetti

antes de que sea tarde, apagala. (foto Juan Yanès)

viernes, 20 de agosto de 2010

Daniel Martínez, perros de la noche


Perros en la noche
solo perros

el resto no dice nada
que se calle
hasta el último recuerdo

ustedes no
son la compañía que quiero
animales nocturnos que saben como yo
que hay más seres
que están del otro lado de la soledad
lejos como la distancia
hasta esta luna que aparece
iluminando todo
perdonando tanta oscuridad

perros en la noche
ladridos como puñales en la sangre
que corren lentamente
dolorosamente despacio

soy alguien
a pesar de todo
en este momento soy quién quiero ser
quien debo ser

quisiera morirme un día así

estoy vivo
al filo de la vida
atrapado
en un sueño extraño y misterioso
realidad cruda indomesticada
sin velos sin trampas
sin mentiras generosas
solo con la verdad posible
mordiendo cada minuto
abrazado por una vez
a la certeza de la existencia

un ruego
nada más que un ruego
que mi palabra silenciosa
este a la altura
de la música
de estos perros en la noche

Vicent Van Gogh

jueves, 19 de agosto de 2010

El escaramujo; Silvio Rodriguez



¿Por qué la tierra es mi casa?
¿Por qué la noche es oscura?
¿Por qué la luna es blancura
que engorda como adelgaza?
¿Por qué una estrella se enlaza
con otra, como un dibujo?
Y ¿por qué el escaramujo
es de la rosa y el mar?
Yo vivo de preguntar:
saber no puede ser lujo.

El agua hirviente en puchero
suelta un ánima que sube
a disolverse en la nube
que luego será aguacero.
Niño soy tan preguntero,
tan comilón del acervo,
que marchito si le pierdo
una contesta a mi pecho.
Si saber no es un derecho,
seguro será un izquierdo.

Yo vine para preguntar
flor y reflujo.
Soy de la rosa y de la mar,
como el escaramujo.

Soy aria, endecha, tonada,
soy Mahoma, soy Lao-Tsé,
soy Jesucristo y Yahvéh,
soy la serpiente emplumada,
soy la pupila asombrada
que descubre como apunta,
soy todo lo que se junta
para vivir y soñar:
soy el destino del mar:
soy un niño que pregunta.

Yo vine para preguntar
flor y reflujo.
Soy de la rosa y de la mar,
como el escaramujo.
Silvio Rodriguez
foto M Cascales

miércoles, 18 de agosto de 2010

Constantino Kavafis, Itaca

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Constantino Kavafis

Renè Magritte, (mùsica tiempo Pink floyd)

martes, 17 de agosto de 2010

, Pink Floyd , Time

Haciendo tic tac con los momentos que componen un día monótono
Desperdicias y consumes las horas de un modo desconsiderado
Dando vueltas en un pedazo de tierra en tu ciudad
Esperando por alguien o algo que te muestre el camino.

Cansado de tumbarte bajo el sol
Quedándote en casa mirando la lluvia
Eres joven y la vida es larga y
Hoy hay tiempo que matar
Y luego te das cuenta un día De que tienes
diez años detrás de ti
Nadie te dijo cuando correr,
llagaste tarde al disparo de salida.

Y tú corres y corres para alcanzar al sol, pero se está poniendo
Y girando velozmente para de nuevo elevarse por detrás de ti
El sol es el mismo de modo relativo, pero tú eres más viejo
Con aliento más corto y un día más cerca de la muerte.

Cada año se hace más corto,
parece que nunca se encontrara tiempo
Planes que fracasan
o media página de líneas garabateadas
Esperando en silenciosa desesperación
es la manera inglesa
El tiempo se fue, la canción terminó,
pensaba que tal vez diría algo más.
Pink Floyd

lunes, 16 de agosto de 2010

Julio Cortazar



Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida.
Julio Cortàzar

Annie Lennox, love song for a vampire (cancion de amor para un vampiro)

Fernando Savater; Criaturas del aire

Monólogo quinto
Habla DRACULA (*)
Nadie conoce como el vampiro la alegría de la noche. El día es un espejismo, una perturbación atmosférica: la noche es un complejo y rico estado de ánimo. Paladeo hasta el fondo, hasta el estremecido límite, el júbilo secreto de la noche. ¿Habéis pensado que en el día sólo se ven sombras, bultos que interceptan con su opacidad la luz; mientras que en la noche sólo se ven fulgores, destellos que desmienten la tiniebla? El objetivo del día es lo oscuro, lo opaco, mientras que la noche sólo sabe de resplandores. Pero sabe también que es la oscuridad lo que permite fijarse realmente en la luz y no en los bultos alumbrados por ella; lo mismo que yo sé que es la muerte perennemente padecida lo que faculta para dejarse fascinar plenamente por la vida. Para vivir algo más intenso, más refinado, más sabroso que el discreto sopor de temores y obligaciones llamado habitualmente vida, es imprescindible estar muerto y bien muerto. La muerte es el único interés de la vida, el único aliño que sazona su insipidez. Pero normalmente se nos procura con excesiva generosidad: los hombres viven tan obsesionados por la riqueza pavorosa de la muerte que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida, lo mismo que el exceso de luz diurna les ciega para todo lo que no sean sombras y borrones. Pasan su tiempo lo matan, para ser exactos tratando de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o infligiéndola a los demás, viendo morir a los suyos, compadeciéndoles, envidiándoles, calculando el tiempo que les falta para quedarse del todo sin tiempo. No es raro que sólo imaginen verdadera vida después de la muerte, sea gozada personalmente en un más allá o sea disfrutada por bienaventuradas generaciones futuras. Pero como el cielo es increible y el futuro incierto, la vida aplazada no alcanza verosimilitud. Y, sin embargo, aciertan al menos en una cosa, en que para vivir hay que estar convenientemente muerto…
Tengo resuelto satisfactoriamente el problema que les aflige, como también a mí me afligió un día. He logrado que la vida sea mi único objetivo, mi única obsesión: a mí la vida me acecha y me colma como a ellos la muerte. Y no la vida laboriosa y pacificada del armónico futuro ni las arpas y nubes de insulsos paraísos dogmáticos: no, mi vida, mi maravillosa y plena vida, es la que prometen los pechos desnudos de las doncellas, la que vibra de riesgo y aventura, la que se afirma en el poder o en el terror, la que se cifra en la cálida sangre. Vida presente aquí y ahora; para siempre, sin límites. He tenido que pagar por ella, porque todo tiene un precio, pero no he sido defraudado en mi inversión. Estoy muerto, desde luego: ¿qué otro medio hay para gozar plenamente de la vida como algo positivo, no como un atropellado sueño que se nos escapa? Desde este lado de la muerte, la vida presenta toda su riqueza maravillosa, la sutileza desconcertante de sus experiencias, los prohibidos goces que el temor de la muerte hurta a los mortales. ¡Yo cabalgo el viento, soy señor de los lobos y de las tormentas, alimento con las mujeres más bellas pasiones que la luz del día ni siquiera puede soñar! Cierta noche, aquel inofensivo idiota al que alojé en mi castillo transilvano me vio descender cabeza abajo, como una monstruosa araña, por la inaccesible pared de mi torreón… Es el emblema de mi destino que más me agrada. Recuerdo con nostalgia y cierto fastidio mi viaje a la puritana Inglaterra: fueron aquellos absurdos personajes, el estúpido Jonathan Harker, el sombrío místico Van Helsing, las gazmoñas Lucy Westenra y Mina Murray, quienes crearon la fábula hiperbólica de mi maldad infernal. En Transilvania, un pueblo sabio y por tanto fatalista sabe que el mal es uno de los rostros inevitables de toda grandeza; pero los ingleses se pasman ante él como un escándalo e incluso una descortesía. Por lo visto esperaban que un Inmortal acatase discretamente los preceptos de la moral victoriana… ¡cuando ni siquiera los respetaban las figuras auténticamente nobles de esa época! Nunca entendieron en dónde residía mi peculiaridad: desde aquella brumosa jornada en que llegué al puerto de Whitby en mi barco tripulado por cadáveres, empezaron a inventarme una personalidad que tenía algo de Jack el Destripador y algo de Oscar Wilde, una suerte de Aleister Crowley fantasmal…
Sus códigos están bién para esa temerosa luz en la que se ven obligados a vivir los condenados a la muerte. Pero en mi tiniebla deslumbrante no hay lugar más que para la pasión. El día es ataúd, pero la noche trae el deseo y la aurora regalará sangre. Sólo yo, el muerto, el inmortal, podría contaros qué entrega deliciosa es la vida. Sólo yo, el rey de la noche.
Fernando Savater (gracias Patricia)