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domingo, 5 de septiembre de 2010

Mauricio Linares, Celso y Dios

Todos los lunes a las doce del día, el viejo Celso, contador de historias, conquistador de
mujeres y mi abuelo, bajaba tomando mi mano hasta el parque de las basuras, allá en Buenaventura, se sentaba en su viejo butaco, uno que alguna vez un marinero que venía de tierras lejanas donde el olvido se olvidaba y el viento llegaba tan cansado que se tenía que meter entre las camas para dormir un instante, y se ponía a contar historias. Poco a poco iban llegando todos hasta que el puerto entero estaba escuchando las historias de mi abuelo.

Así que el alcalde tuvo que declarar los lunes como día cívico: nadie trabajaba, nadie estudiaba, los ladrones no robaban para ir a escuchar al viejo Celso, mi abuelo. Un lunes después de contar se quedo mirando uno a uno a los habitantes de Buenaventura y les dijo:

-Hoy a las seis de la mañana alguien vino a mi casa, golpeo tres veces la puerta, yo le abrí y era Dios, que se sentía muy solo y deseaba hablar conmigo, así que yo lo hice pasar y nos pusimos a hablar.

Claro, la reacción entre los habitantes de Buenaventura fue normal, algunos se burlaron, otros murmuraron, otros tantos no dijeron nada, todos se levantaron y se fueron dejándonos a mi abuelo Celso y a mi solos; me tomo de la mano y camino en silencio conmigo hacia su casa.

Al lunes siguiente mi abuelo llegó hasta el parque de las basuras, se sentó, contó y después de terminar de narrar sus historias miro uno a uno a los habitantes de Buenaventura y les dijo:

-Hoy a las seis de la mañana alguien vino a mi casa, golpeo tres veces la puerta, yo le abrí y de nuevo era Dios, que se sentía muy solo y deseaba hablar conmigo, así que yo lo hice pasar y nos pusimos a hablar.

Claro, la reacción entre los habitantes de Buenaventura fue normal, algunos se burlaron, otros murmuraron, otros tantos no dijeron nada, todos se levantaron y se fueron dejándonos a mi abuelo Celso y a mi solos; me tomo de la mano y camino en silencio conmigo hacia su casa.

Al lunes siguiente volvió, se sentó, contó y después de terminar de narrar sus historias miro uno a uno a los habitantes de Buenaventura y les dijo:

-Aunque no me crean hoy a las seis de la mañana vino de nuevo Dios, que se sentía muy solo y deseaba hablar conmigo, así que yo lo hice pasar y nos pusimos a hablar.

Claro, la reacción entre los habitantes de Buenaventura fue normal, algunos se burlaron, otros murmuraron, otros tantos no dijeron nada, todos se levantaron y se fueron dejándonos a mi abuelo Celso y a mi solos; me tomo de la mano y camino en silencio conmigo hacia su casa.

Y así fue como mi abuelo estuvo durante muchos lunes diciendo lo mismo y la gente se empezó a preocupar, decían que el viejo Celso se había vuelto loco, qué que iban a hacer, que no era por las historias que contaba, sino porque tocaba trabajar los lunes y que ya era suficiente con trabajar de martes a miércoles, entonces alguien dijo:

-No se preocupen, a los locos hay que seguirles la idea, entonces el lunes que el viejo Celso llegue y antes que empiece a hablarnos de Dios le preguntamos que cómo es Dios, de lo que hablan y así se le van olvidando esas cosas.

El lunes siguiente mi abuelo llegó y antes que se pusiera a contar historias un hombre se levanto y le pregunto:

-Viejo Celso y hoy no se le apareció Dios?

Y mi abuelo se volteo a mirarlo con una enorme sonrisa para responderle:

-Claro que hoy se me apareció Dios y vino a buscarme porque se sentía muy solo.

-Y cómo es Dios viejo Celso?

Le pregunto alguien que estaba más cerca de mi abuelo

-Pues Dios es, dijo mi abuelo, de mediana estatura, se viste de azul, tiene una cicatriz en la frente, justo al lado del ojo izquierdo, porque cuando era pequeño tenía muy mal dormir, una noche mientras dormía, tuvo una pesadilla, se dio media vuelta y se golpeo la frente contra la mesa de noche, y se hizo una herida. Con el tiempo la herida sano pero le quedo aquella cicatriz.

-¿Y de qué hablan? le pregunto otro que estaba algo mas distante

-De todo un poco, dijo mi abuelo

-Pero sobre todo de Dolores Hurtado

-¿Y quién es Dolores Hurtado? Pregunto alguien más.

-El primero y único amor que tuvo Dios, contesto mi abuelo

-Él la conoció cuando ambos tenían seis años y desde ese momento supo que sería la mujer que habría de amar el resto de su vida. Cuando se hicieron jóvenes Dios creó el universo para demostrarle que la quería con locura y muchos años después para demostrarle que la amaba creo la tierra con todos sus habitantes, pero un día Dolores Hurtado, conoció a otro hombre, se enamoro de él y abandono a Dios, desde ese día Dios tiene penas de amor.

-¿Y usted qué le brinda? Preguntó alguien más.

Ron y tabaco, fue la respuesta que dio mi abuelo.

En ese momento el sacerdote se levantó y dijo:

-Mire Celso, yo le acepto a usted que Dios se vista de azul, rojo, negro el color que usted quiera, que tengo el pelo como desee, que incluso tenga una cicatriz y hasta penas de amor porque eso es normal, pero que toma ron y fuma tabaco eso si es una gran mentira, es un sacrilegio.

Mi abuelo le respondió:

-Pues mire, lo del ron es una mentira, yo le digo que es ron de consagrar y él se lo cree, pero lo del tabaco es verdad, no ve que él hasta lo lee, y todo lo que me ha leído hasta ahora me esta saliendo.

Así que el sacerdote, bastante molesto, se marchó esperando que todos lo siguieran pero no nadie lo hizo.

Al lunes siguiente a las seis y media de la mañana, los habitantes de Buenaventura estaban al frente de la casa de mi abuelo a que apareciera Dios, pero él no llego, a las siete de la mañana todos seguían ahí esperándolo, algunos para pedirles un milagro, otros para preguntar por sus familiares muertos, otros para enviar una carta, unos cuantos pescados, frutas, chontaduro o jugo de Bororo, pero a las siete de la maña Dios tampoco llegó. A las diez de la mañana alguien dijo que a lo mejor Dios se retraso haciendo algún milagro y que quizá llegaría a las once, pero a las once tampoco llegó.

A las doce del día todos loa habitantes del puerto de Buenaventura bajaron en silencio hasta el parque de las basuras a esperar a que llegara mi abuelo. Mi abuelo llego, contó, y antas que empezara a decir algo, alguien le pregunto:

-¿Viejo Celso y hoy no fue a visitarlo Dios?

Mi abuelo lo miro, mientras le respondía:

-No, hoy no vino Dios a mi casa y estoy muy preocupado, el lunes pasado me pregunto qué que era bueno para los dolores del alma y yo le dije que el ron, entonces se bebió seis botellas y se fue para el cielo borracho diciendo que estaba muy solo y que se iba a suicidar. Yo creo que lo hizo porque hoy no vino.

Entonces alguien le grito desde el fondo:

-Es mentira Celso a usted nunca lo ha venido a visitar Dios.

En ese momento el sacerdote se paro justo al lado izquierdo de mi abuelo y mirando a todos dijo:

-Es mejor que se vaya de Buenaventura viejo Celso, porque ya nadie cree en sus historias.

Y todos expulsaron a mi abuelo del puerto de Buenaventura.

Mi abuelo me tomo de la mano y camino en silencio hasta su casa, metió las pocas cosas que tenía en una vieja maleta y se marcho para siempre.

Durante varios lunes en Buenaventura no sucedió nada, pero cuando el tiempo fue pasando la gente empezó a sentir que algo les faltaba, nadie hablaba, nadie sonreía, nadie era feliz.

Un lunes el sacerdote tuvo que ir a visitar a un enfermo que se encontraba en un pueblo cercano a Buenaventura y al llegar a la plaza de aquel pueblo escucho un voz que se le hizo familiar, escucho que aquella voz contaba historias, entonces camino rápido se abrió paso entre la gente y se dio cuenta que era mi abuelo, el viejo Celso, el que contaba aquellas historias. Espero que terminara, que la gente se marchara y se le acerco diciéndole.

-Viejo Celso, ¿Se acuerda de mí?, yo soy el sacerdote de Buenaventura, ¿Se acuerda de Buenaventura y su gente?

Mi abuelo lo miro y le respondió

-Claro que me acuerdo de uste y de Buenaventura, cómo me voy a olvidar de todos ustedes…

-Entonces por favor vuelva viejo Celso, le dijo el sacerdote

-Mire que desde el día que usted se fue Buenaventura no es la misma, y nosotros sus habitantes sentimos un abismo oscuro que nos arrastra, nadie habla, nadie sonríe, nadie es feliz; pero sobre todo hágalo por Dios que lleva meses sentado al frente de su casa, sin bañarse, sin afeitarse, sin comer, sin dormir, esperando que usted un lunes a las seis y treinta de la mañana le abra la puerta, lo haga seguir, le brinde un ron de consagrar y un tabaco para que él le pueda contar sus penas de amor.
Mauricio Linares
pintura Benito Prietto Coussent

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