Una vez que el rollo
quedaba en el suelo, lo desplegábamos y Luis iba fotografiando
fragmentos. Su idea era enviar las imágenes con una carta para insistir a la provincia con un subsidio o, si no recibíamos una respuesta, pedir apoyo a alguna fundación o museo que estuvieran interesados en solventar un proyecto de exposición.
Exponer la tela entera en un solo lugar hubiese sido imposible. Pensamos que tal vez se podría exponer por segmentos. Dos secuencias habían sido expuestas en Buenos Aires en los años sesenta, durante muy poco tiempo, pero Salvatierra no había querido estar presente. Siempre se había sentido sapo de otro pozo, figurativo entre no figurativos, provinciano entre porteños, hacedor entre teóricos. Además, ésos eran tiempos de instalaciones y happenings; estéticas lejanas a Salvatierra. Otra vez, su amigo el doctor Dávila llevó un fragmento a una bienal del arte en Paraná, luego de acordar con mi padre que, si su obra ganaba, compartirían el dinero del premio. Y ganó. Fuimos todos a la ceremonia. Salvatierra se sintió muy incómodo y nunca volvió a exponer. No le interesaba y, además, interrumpía su trabajo diario. No necesitaba el reconocimiento, no sabía cómo lidiar con eso, le parecía algo ajeno a su tarea.
Yo creo que él concebía su tela como algo demasiado personal, como un diario mínimo, como una autobiografía ilustrada. Quizá debido a su mudez, Salvatierra necesitaba narrarse a sí mismo. Contarse su propia experiencia en un mural cotidiano. Estaba contento con pintar su vida; no necesitaba mostrarla. Vivir su vida, para él, era pintarla. "
Pedro Mairal
fragmentos. Su idea era enviar las imágenes con una carta para insistir a la provincia con un subsidio o, si no recibíamos una respuesta, pedir apoyo a alguna fundación o museo que estuvieran interesados en solventar un proyecto de exposición.
Exponer la tela entera en un solo lugar hubiese sido imposible. Pensamos que tal vez se podría exponer por segmentos. Dos secuencias habían sido expuestas en Buenos Aires en los años sesenta, durante muy poco tiempo, pero Salvatierra no había querido estar presente. Siempre se había sentido sapo de otro pozo, figurativo entre no figurativos, provinciano entre porteños, hacedor entre teóricos. Además, ésos eran tiempos de instalaciones y happenings; estéticas lejanas a Salvatierra. Otra vez, su amigo el doctor Dávila llevó un fragmento a una bienal del arte en Paraná, luego de acordar con mi padre que, si su obra ganaba, compartirían el dinero del premio. Y ganó. Fuimos todos a la ceremonia. Salvatierra se sintió muy incómodo y nunca volvió a exponer. No le interesaba y, además, interrumpía su trabajo diario. No necesitaba el reconocimiento, no sabía cómo lidiar con eso, le parecía algo ajeno a su tarea.
Yo creo que él concebía su tela como algo demasiado personal, como un diario mínimo, como una autobiografía ilustrada. Quizá debido a su mudez, Salvatierra necesitaba narrarse a sí mismo. Contarse su propia experiencia en un mural cotidiano. Estaba contento con pintar su vida; no necesitaba mostrarla. Vivir su vida, para él, era pintarla. "
Pedro Mairal
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