Fue el primer animal que vi, casi treinta horas después de estar en
la balsa. La aleta de un tiburón
infunde terror porque uno conoce la voracidad de la fiera. Pero realmente nada parece más inofensivo que la aleta de un tiburón. No parece algo que formara parte de un animal, y menos de una fiera. Es verde y áspera, como la corteza de un árbol. Cuando la vi pasar orillando la borda, tuve la sensación de que tenía un sabor fresco y un poco amargo, como el de una corteza vegetal. Eran más de las cinco. El mar estaba sereno al atardecer. Otros tiburones se acercaron a la balsa, pacientemente, y estuvieron merodeando hasta cuando anocheció por completo. Ya no había luces, pero los sentía rondar en la oscuridad, rasgando la superficie tranquila con el filo de sus aletas.
infunde terror porque uno conoce la voracidad de la fiera. Pero realmente nada parece más inofensivo que la aleta de un tiburón. No parece algo que formara parte de un animal, y menos de una fiera. Es verde y áspera, como la corteza de un árbol. Cuando la vi pasar orillando la borda, tuve la sensación de que tenía un sabor fresco y un poco amargo, como el de una corteza vegetal. Eran más de las cinco. El mar estaba sereno al atardecer. Otros tiburones se acercaron a la balsa, pacientemente, y estuvieron merodeando hasta cuando anocheció por completo. Ya no había luces, pero los sentía rondar en la oscuridad, rasgando la superficie tranquila con el filo de sus aletas.
Desde ese momento no volví a sentarme en la borda
después de las cinco de la tarde, Mañana, pasado mañana y aun dentro de
cuatro días, tendría suficiente experiencia para saber que los tiburones
son unos animales puntuales: llegarían un poco después de las cinco y
desaparecerían con la oscuridad.
Al atardecer, el agua
transparente ofrece un hermoso espectáculo. Peces de todos los colores
se acercaban a la balsa. Enormes peces amarillos y verdes; peces rayados
de azul y rojo, redondos, diminutos, acompañaban la balsa hasta el
anochecer. A veces había un relámpago metálico, un chorro de agua
sanguinolenta saltaba por la borda y los pedazos de un pez destrozado
por el tiburón flotaban un segundo junto a la balsa. Entonces una
incalculable cantidad de peces menores se precipitaban sobre los
desperdicios. En aquel momento yo habría vendido el alma por el pedazo
más pequeño de las sobras del tiburón.Gabriel Garcia Marquez
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