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lunes, 2 de diciembre de 2013

Osvaldo Soriano, Vidrios rotos (fragmento), de Cuentos de los años felices



" Tenía fibra para golpear al hígado y llegar al corazón. Una vez, frente a un industrial con
pinta de señorito consentido, que nos había mandado dos veces a la mierda, señaló un grueso y frondoso roble que tapaba la entrada de un potrero y le preguntó con voz serena y convencida:
¿Sabe que el general Belgrano ató su caballo a ese árbol cuando volvía de la batalla de Tucumán?.
El señorito se sorprendió y miró al baldío mientras en su patio seguía la fiesta y los invitados se zambullían en la pileta iluminada por grandes faroles.
A mí qué carajo me importa, contestó el tipo y nos cerró la puerta en las narices. Mi padre puso la mano sobre mi cabeza, se limpió el polvo de los zapatos y volvió a tocar el timbre. El tipo apareció de nuevo, metió la mano al bolsillo y empezó a contar unos billetes arrugados.
Tomá -le dijo a mi viejo- andá a comprarle un helado al pibe.
Hacía tanto que no me compraba un helado que ahí no más se me aceleró la respiración. Me latía fuerte el corazón mientras mi padre seguía parado ahí, bajo el alero del porche, con el traje todo raído y el sombrero en la mano. No le gustaba que lo tutearan. De pronto levantó el brazo y señaló de nuevo el árbol.
La tropa acampó atrás -dijo-. El general estaba muy enfermo y pasó la noche abajo de ese árbol. No tenían ni una gota de agua y todos se pusieron a rezar para que lloviera.
Me di cuenta enseguida de que tampoco esa noche iba a tener helado.


 Osvaldo Soriano

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