A
tu regreso habías realizado aquella nueva confrontación en dos mundos.
Volvías a tu patria con una
exaltación dolorosa que se manifestaba en
urgencias de acción y de pasión, y un deseo de hacer vibrar las cuerdas
libres de tu mundo según el ambicioso estilo que te habían enseñado las
cosas de allende. Pero tu mundo escuchaba en frío aquel mensaje de
grandeza; y en su frialdad no leías, ciertamente, una falta de vocación
por lo grande, sino el indicio de que todavía no era llegada la hora.
Después había caído sobre ti la noche verdadera.
Adán
Buenosayres vuelve a cargar su pipa: llueve otra vez con fuerza detrás
de su ventana. Quiere aferrarse aún a las imágenes que ha revivido y
calentado en su memoria; pero las imágenes huyen, se pierden en la
lejanía, regresan a sus horrorosos cementerios. Lo pasado es ya una rama
seca, nada le anuncia lo presente, y lo porvenir no tiene color delante
de sus ojos. Queda un Adán vacío frente a una ventana desierta. “Qué
tan doloroso extremo lo conducía...”
Leopoldo Marechal
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