Me
llama mi madre y me dice que mi hermano se fue. Le dije: lo siento. En
tres segundos
repasé la vida de mi hermano. Una vida inasumible para cualquier ser humano. La tiranía agradable de una madre absorbente y despótica. Misa los domingos y fiestas de guardar. Mi hermano girando alrededor de su madre, de mi madre. Encontré bien que se haya marchado. Me alegré. Por fin. Hará su vida por ahí. Podrá conocer aquellas cosas necesarias. El frío, el viento, el desengaño y las catedrales. Podrá embarcarse y llegar a un Nuevo Mundo. Ver a su equipo de River Plate en el mismísimo Monumental. Disfrutar de la vuelta a primera. Podrá llorar libremente. Follar libremente. Y reír y cantar. Hacer aquellas cosas que no hizo en todos esos años. Posiblemente escribir o dedicarse al ajedrez que amaba. Fuera de casa, lejos de mi madre, todo el esplendor lo esperaba. La vida con sus trazos de ambigua dicha y también una barca desecha en medio de la tempestad. ¡Pero qué importaba! se había ido y mi madre se lamentaba por ello. ¡Que se joda!
Luego, inmediatamente, todo cambió. Me dijo que se había ido. Que se había muerto. Y toda una montaña sobre mi cabeza. Me dijo que lo habían sepultado aquel día. Dijo que fue de repente y que no había sufrido. Que había elegido un ataúd bonito y caro. Que en aquel momento estaría en el cielo junto a sus perros que adoraba. Que no viajara. Que todo estará bien. Que no me preocupara. Que lo peor había pasado. Que ella se encargará de todo. Que me quede tranquilo. Que me amaba.
Fue así como emprendí el viaje. Sin avisarle. El viaje a Comodoro Rivadavia. 1000 kilómetros de pampa de vértigo. Cada cientos de kilómetros un pueblo, una ciudad perdida entre la bruma. Ni una flor, nada. Pampa y pampa y cada tanto un pueblo, una ciudad hasta llegar a Comodoro Rivadavia. Me dirijo a la casa de mi madre subiendo la calle San Martín. Inmediatamente me entero que el peatón nunca tiene la pasada. Un tipo a bordo de un bólido me lo hace saber: fijate por dónde caminás grandísimo hijo de puta. Llego a casa de mi madre y toco el candado de la verja. Nada. Nadie responde. Varias veces toco el candado de la verja y nadie responde. Realizo un cálculo matemático. Salto la verja. Toco la puerta y nadie responde. Toco y toco la puerta y nadie responde. Veo luz en la cocina. Toco la ventana de la cocina. Nadie responde. Toco más fuerte. Nadie responde. Luego más fuerte y se prenden algunas luces de vecinos. Luego aún más fuerte y escucho la voz de mi madre:
- ¿Quién es?
- Yo.
- ¿Quién?
- Hugo
- ¿Qué Hugo?
- Nano, tu hijo.
- ¿No sabés acaso que nadie puede saltar la verja?
Hugo Vera Miranda: http://inmaculadadecepcion.blogspot.com.ar/
repasé la vida de mi hermano. Una vida inasumible para cualquier ser humano. La tiranía agradable de una madre absorbente y despótica. Misa los domingos y fiestas de guardar. Mi hermano girando alrededor de su madre, de mi madre. Encontré bien que se haya marchado. Me alegré. Por fin. Hará su vida por ahí. Podrá conocer aquellas cosas necesarias. El frío, el viento, el desengaño y las catedrales. Podrá embarcarse y llegar a un Nuevo Mundo. Ver a su equipo de River Plate en el mismísimo Monumental. Disfrutar de la vuelta a primera. Podrá llorar libremente. Follar libremente. Y reír y cantar. Hacer aquellas cosas que no hizo en todos esos años. Posiblemente escribir o dedicarse al ajedrez que amaba. Fuera de casa, lejos de mi madre, todo el esplendor lo esperaba. La vida con sus trazos de ambigua dicha y también una barca desecha en medio de la tempestad. ¡Pero qué importaba! se había ido y mi madre se lamentaba por ello. ¡Que se joda!
Luego, inmediatamente, todo cambió. Me dijo que se había ido. Que se había muerto. Y toda una montaña sobre mi cabeza. Me dijo que lo habían sepultado aquel día. Dijo que fue de repente y que no había sufrido. Que había elegido un ataúd bonito y caro. Que en aquel momento estaría en el cielo junto a sus perros que adoraba. Que no viajara. Que todo estará bien. Que no me preocupara. Que lo peor había pasado. Que ella se encargará de todo. Que me quede tranquilo. Que me amaba.
Fue así como emprendí el viaje. Sin avisarle. El viaje a Comodoro Rivadavia. 1000 kilómetros de pampa de vértigo. Cada cientos de kilómetros un pueblo, una ciudad perdida entre la bruma. Ni una flor, nada. Pampa y pampa y cada tanto un pueblo, una ciudad hasta llegar a Comodoro Rivadavia. Me dirijo a la casa de mi madre subiendo la calle San Martín. Inmediatamente me entero que el peatón nunca tiene la pasada. Un tipo a bordo de un bólido me lo hace saber: fijate por dónde caminás grandísimo hijo de puta. Llego a casa de mi madre y toco el candado de la verja. Nada. Nadie responde. Varias veces toco el candado de la verja y nadie responde. Realizo un cálculo matemático. Salto la verja. Toco la puerta y nadie responde. Toco y toco la puerta y nadie responde. Veo luz en la cocina. Toco la ventana de la cocina. Nadie responde. Toco más fuerte. Nadie responde. Luego más fuerte y se prenden algunas luces de vecinos. Luego aún más fuerte y escucho la voz de mi madre:
- ¿Quién es?
- Yo.
- ¿Quién?
- Hugo
- ¿Qué Hugo?
- Nano, tu hijo.
- ¿No sabés acaso que nadie puede saltar la verja?
Hugo Vera Miranda: http://inmaculadadecepcion.blogspot.com.ar/
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