"-¿Por
qué van tan despacio? -les preguntó Feliciano Ruelas a los de
adelante-. Así acabaremos por dormirnos. ¿Acaso no les urge llegar
pronto?
-Llegaremos mañana amaneciendo -le contestaron.
Fue lo último que les oyó decir. Sus últimas palabras. Pero de eso se acordaría después, al día siguiente.
Allí iban los tres, con la mirada en el suelo, tratando de aprovechar la poca claridad de la noche.
"Es mejor que esté oscuro. Así no nos verán." También habían dicho eso,
un poco antes, o quizá la noche anterior. No se acordaba. El sueño le
nublaba el pensamiento.
Ahora, en la subida, lo vio venir de
nuevo. Sintió cuando se le acercaba, rodeándolo como buscándole la parte
más cansada. Hasta que lo tuvo encima, sobre su espalda, donde llevaba
terciados los rifles.
Mientras el terreno estuvo parejo, caminó
deprisa. Al comenzar la subida, se retrasó; su cabeza empezó a moverse
despacio, más lentamente conforme se acortaban sus pasos. Los otros
pasaron junto a él, ahora iban muy adelante y él seguía balanceando su
cabeza dormida.
Se fue rezagando. Tenía el camino enfrente,
casi a la altura de sus ojos. Y el peso de los rifles. Y el sueño
trepado allí donde su espalda se encorvaba.
Oyó cuando se le
perdían los pasos: aquellos huecos talonazos que habían venido oyendo
quién sabe desde cuándo, durante quién sabe cuántas noches: "De la
Magdalena para allá, la primera noche; después de allá para acá, la
segunda, y ésta es la tercera. No serían muchas -pensó-, si al menos
hubiéramos dormido de día". Pero ellos no quisieron: Nos pueden agarrar
dormidos -dijeron-. Y eso sería lo peor.
-¿Lo peor para quién?
Ahora el sueño le hacía hablar. "Les dije que esperaran: vamos dejando
este día para descansar. Mañana caminaremos de filo y con más ganas y
con más fuerzas, por si tenemos que correr. Puede darse el caso."
Juan Rulfo
(Fragmento de "La Noche que lo dejaron solo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario