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domingo, 3 de noviembre de 2013

Hugo Vera Miranda , Jorje Lagos Nilsson

Hay veces que no quieres enterarte de ciertas cosas. Como la muerte de un amigo, por ejemplo. Sobre todo si ese amigo fue el amo de Dios, por ejemplo. Pero un día amanece y te enteras. Un día amanece y recibes un correo. Un correo de alguien que no conoces, por ejemplo. Y te lo cuenta. Ha muerto Jorje Lagos Nilsson. El correo viene de Caracas y lo firma Silvia Vergara. Y es abrumador. Claro que sí. Ni siquiera lo pensabas. Es tan raro que se muera Jorje Lagos Nilsson. Yo que he muerto hace tanto tiempo te lo puedo decir. ¿Pero él? No sé. Aún no me lo creo pero sí. Se ha muerto.

La muerte es un arcano indescifrable que hace piruetas alrededor de una autopista. Al que le toca le toca. Siempre se lleva a los mejores. En extrañas circunstancias. En prolongada agonía. Comenzando a nacer. Durante el sueño o en una guerra fratricida. Todas las variables posibles. Pero cuando un amigo se muere, es la peor de las muertes. La peor de las noticias. Siempre. Siempre se lleva a los mejores. Los otros. Nosotros. Seguiremos pagando nuestros impuestos. Lidiando con los malos gobiernos. Descansando de nuestras vacaciones. Viendo perder a nuestros equipos. Viendo a nuestra ex mujer con el tonto más tonto. Cuando un amigo se muere. Se mueren canciones, derrotas, cuentos, leyendas, caminos recorridos, botellas de vino, poesía, mujeres y cartas marcadas. Y muchas cosas más. Y muchas cosas más. Te mueres y te vuelves a morir.

Un día en Buenos Aires llegué a su casa. Un viejo edificio semiderruido de un barrio que no recuerdo. Me dijo: te presento a Dios. Mucho gusto le dije. Me extendió la pata y yo mi mano. Se lo ve bien a Dios le dije. Jorje me contó que lo había encontrado vagando por ahí. Que lo había adoptado. Era un perro policial con un collar de Armani. Lustroso y listo como para una exposición canina. Hablamos de ciertas cosas, de sus últimos poemas y de Chesa. Tomamos algunos vinos mediocres mientras Dios nos miraba sabiéndolo todo. Aquello fue hace tanto tiempo que aún hoy me parece que fue ayer. Escribía de pie. Tomaba vino y Dios a su lado. En esa vieja máquina de escribir metía ruido. Tecleaba fuerte. Y Dios lo acompañaba. Los vecinos se quejaban. Porque muchas veces Jorje reprendía a Dios: ¡Dios vete de acá! ¡Dios dejate de joder! ¡Dios te voy a matar! Creían que estaba loco. Que hablaba con Dios. No con el perro. Sino con Dios. Con otro perro.

Tampoco sé cómo desapareció Dios de su vida. Pero bueno aquello pasó. Luego cientos de historias. Unas mejores que otras. Otras peores que otras. Como pasa siempre. Era Jorje. Me cuesta decir era Jorje… Un ser maravilloso. Un poeta absolutamente íntegro. Uno de los mejores sino el mejor. Ha muerto lejos de su tierra natal. Punta Arenas. Rodeado de amigos fieles y familiares que lo amaban. Eso dice la crónica. Tiene que ser verdad. Absolutamente. Era un ser admirable. Absolutamente. Mientras tanto en su Punta Arenas natal las noticias corren rápidas. Su Punta Arenas que tanto amó.

Se descubrió un nuevo contrabando. Una magallánica trasplantada dice que volvió a nacer y que ve la vida de forma diferente.




Poema de Jorje Lagos Nilsson 


No tuve la suerte de la desgracia

de ver a mi generación destruida,

sus sesos marcados por la avidez de los dueños de supermercados

Sé que muchos murieron contemplando

un país que se dibujó en nubes en alguna parte,

entre el cielo y la mar

(no se drogaba de otra manera mi gente, Ginsberg,

sin ser ajenos a los sueños del humo, del sexo, de las madrugadas que sabían caminar cuando todo lo demás se hundía debajo de los muelles, entre la carcoma del tiempo de los veinte años)

No tuve la suerte de la desgracia:

la vida golpeó como como un tropel de caballos

que no dejó huella

y mi generación traicionó los llamados de su Historia

—aunque no toda ella

porque de muchos no ha quedado huella y son

luces abandonadas de estrellas cuyos nombres no sé pronunciar



Cambiaron la poesía que prometieron/
 por el nudo perfecto de la corbata bancaria / por el asesoramiento a las empresas

por una silla en la cámara de los diputados

por la respetabilidad de Maya

y cambiar mujeres y hombres como se cambia / una pesadilla por otra culpa que no sabe dejar cicatriz

ni canto

ni la memoria de lo que alguna vez dijimos que era sentido

No: no es toda mi generación

como no se derrite de una vez el ventisquero

ni se cubre la sabana austral de nieve con la primera nevada del Invierno en los primeros días de Junio



La historia de mi generación no es la pequeña historia de las traiciones leves / no pertenecen sus palabras a la letra de los boleros que escuchábamos ni a la de los tangos que a veces

sólo a veces

procurábamos descifrar con esas cervezas tibias de los bares de la juventud / calculando si los pechos de la vecina cabían en las manos ahuecadas para recibir la leche inmemorial de una cópula sin hijos

de una cópula sin testigos que conmoviera, sin embargo, al mundo

porque era la cópula de un instante: el de la victoria contra los demonios de la conformidad

Entre mis culpas no está la conformidad

No conozco otro compromiso que aquel sagrado con el vino

y con los amores

y con los recuerdos / ahora que hasta el odio parece un juego de niños / una disculpa / un recurso para llamar la atención de incautos / una geografía de la trampa infinita de la gran traición



Me duele cada hambre que aúlla en avenidas y calles, en los pequeños boliches de barrio

en los niños que abren y cierran puertas,

en los ascensoristas de los edificios gubernamentales,

en la chica que asea pisos y baños y hace la cama donde apenas fornicó el jerarca (si lo hizo);

me duele el hambre que pasea por las pantallas de todo televisor,

que toma una micro para ir al centro a disimularla

que asalta a una anciana

que se inunda con toda lluvia

que va al fútbol y habla del campeón de boxeo

y que ellos —los de mi generación— alimentan con tanto cuidado como eligen el colegio inglés para sus hijos

o el abrigo de piel de sus mujeres de patas chuecas / e innombrables deslealtades a su propio incierto origen de hembras apaleadas que olvidaron hasta el lugar desde donde provienen

Pertenezco sin duda a esos batallones que deben perder toda esperanza / a esos que asustaron a un notario con un lirio / a esos que parieron generales y comerciantes / a esos que hablan con su lengua y no con su corazón



Soy de aquellos que disimulan su antisemitismo con un chiste

y creen que los negros son buenos para el deporte;

soy de esos que fueron socialistas porque era diferente e importante

y que aprendieron la lección de la bayoneta

Pertenezco a la generación que dice “basta” a la violencia y compra medios para uso policial porque hay que defender lo ganado

y ya no van a putas, las putas los visitan con horario limitado

entre una conferencia y otra, entre un discurso y otro

entre una mentira y otra

Soy de los que no cree en Cristo, pero usan al Cristo como un mensaje que los atornilla ante la pobreza como si fueran dueños del lugar donde sale el sol

Mi generación es la venganza de todos los amos muertos

Significa cambiarlo todo para que nada cambie

y vayan otros a buscar sus huesos, los del Che, donde saben que nunca estuvieron / soy parte de un mecanismo espectral movido por la pequeña vanidad de los imbéciles
A veces pienso que la muerte me ha perdonado

o al menos postergado su visita definitiva

sólo para darme tiempo y decirlo

Mi condena es el recuerdo, el haber estado ahí,

el haber sido parte de un sueño

que hoy esta Macintosh me fuerza a contar sin talento

resistiéndome a tejer la corona o la guirnalda de los desaparecidos

Sé también que no soy el único herido por la sobrevivencia

y sé que el balcón sobre la mar de donde vengo

no es el único lugar donde alguien se muerde hoy los testículos

y se pregunta sin utilidad visible
¿qué hago yo aquí

cuál es mi lugar en el mundo?



*este texto fue extraìdo de : inmaculada decepciòn 

foto: Daniela Magallòn  

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