A
veces los lugares más simples e inocentes de lo cotidiano pueden
volverse extraños y ajenos. Hace ya tiempo que Atilio experimenta una
distancia absoluta con los espacios y objetos de la casa. Hay veces que
se siente un intruso y recorre, por ejemplo, el patio observando el
dibujo de las baldosas como si encerraran un mensaje cifrado. Lo mismo
le pasa cuando, en la mesa, durante las comidas, casi sin probar bocado,
permanece ratos larguísimos con la mirada perdida en un cubierto, en
una frutera, en una arruga del hule. A los cincuenta años, tras haber
pasado dos años en un campo de concentración de la dictadura, dos años
en los que perdió los dientes, la flora intestinal y casi todo el pelo,
piensa que debería estar más agradecido con la vida. No todos los
prisioneros tuvieron su suerte.
Guillermo Saccomanno
Guillermo Saccomanno
No hay comentarios:
Publicar un comentario