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domingo, 24 de febrero de 2013

Roberto G Castañeda, yo tambien he sido un gato, a veces un perro

Con rabia miro el video de un pobre diablo que no tiene más que dinero. El estúpido golpea a un valet parking porque no le quiso cambiar la llanta a su auto. Al grito de “yo pago para que estos gatos hagan lo que les digo”, el imbécil agredió verbal y físicamente a un empleado de un condominio de lujo.
Este país se está hundiendo en la mierda, a merced de los presidentes necios y los políticos corruptos y los empresarios sin escrúpulos y los sicarios sin piedad, tal y como lo ha vaticinado alguna vez Charles Bukowski: “Esta ciudad parece enferma/ y es habitada por locos./ Todo parece triste y nos aniquila poco a poco:/ amantes que acaban odiándose,/ ese pordiosero que sentado/ mira fijamente nuestros rostros,/ adentrándose en nuestras mentes,/ flores secas y basura amontonada,/ banqueros y funcionarios tramando quedarse con nuestro dinero,/ políticos de cara amable y espíritu podrido,/ ladrones de cuello blanco con maravillosas esposas y champaña en las comidas,/ la misma historia de las devaluaciones,/ cárceles atestadas de violadores,/ gente desencantada en los andenes del metro,/ hombres suficientemente viejos/ como para amar la tumba desde ahora…/ Estas y otras, muchas, cosas/ demuestran que la vida gira sobre un eje oxidado./ Pero nos han dejado un poco de música/ y un póster de Dylan en la pared,/ una botella de ron, unos pantalones de mezclilla,/ un delgado volumen de poemas,/ un perro que corre como si el diablo le estuviera retorciendo la cola.../ Y llega el odio, luego el amor y después, de nuevo, el odio/ como un asesino que dobla la equina”. Y sí, este país gira sobre un eje podrido. Y los amantes juegan a engañarse, mientras los suicidas se sienten menos vivos que nunca, en tanto los gatos te miran con recelo y los perros sueñan con tus huesos. Corren tiempos malos. Son los tiempos en que duelen las derrotas, en que los ladrones quieren desvalijar tu auto viejo. Son los días en que Dios nos da la espalda, mientras la desgracia se pasa un alto y embiste la poca esperanza que nadie nos ha robado. Son los tiempos en que una morena baila desnuda en la penumbra agria de un teibol. Son tiempos de cielos altos, de nubarrones en tu memoria, de poemas que nadie declama, de canciones que todos bailan. Son los tiempos en que los policías tienen los ojos sospechosamente enrojecidos, los travestis roban relojes, y algunas mujeres mastican con calma un corazón ajeno. Son los jodidos días en que los antros sirven bebidas adulteradas y los meseros ofrecen drogas y los jóvenes vuelan sin seguro de vida ni alas de repuesto. Son las jodidas horas en que te sientes como un perro y olfateas la podredumbre y te asqueas de la maldad ajena.
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Y sí, yo también he sido un gato. Lo he sido con más frecuencia de lo que hubiera imaginado. Y también he sido un perro. Empleado de un contratista, tuve que pintar muros industriales e instalar maquinaria pesada. La paga era mala, por no decir miserable, pero mi patrón se regodeaba con nuestro descontento: “Si no les parece pueden largarse. Pinches gatos revoltosos”. Hasta que me harté de sus desplantes y lo mandé a la embajada en que su madre ejercía de suripanta. Luego tuve otros jefes igual de patéticos, con aires de sabelotodos y la misma decencia que un político en campaña. Sí, fui un gato de cuarta, de quinta, de segunda, según la perspectiva de quien me pagara el sueldo. Y también fui un perro cuando la ocasión lo ameritaba. Como aquella ocasión en que uno de mis empleadores casi me hace tropezar mientras cargaba una escalera y tuve que alertarlo: “¡Aguas, maestro!”. El sujeto se hizo a un lado, apenas a tiempo para reclamarme. “¿A quién le dices maestro, estúpido?”, gritó a mis espaldas. Dejé la escalera a un lado y me regresé para encararlo: “Dije ‘maestro’, no ‘maestro estúpido’”. El idiota se acomodó la corbata, en una especie de gesto de a-mí-no-me-hablas-así, y luego parloteó que “a mí ni me conoces, pinche gato igualado. ¿O me conoces para hablarme así?”. Uy, eso sí que calentaba. “Pues no, no te conozco, pero igual te parto tu pinche madre, cómo ves”, remarqué en su cara. “Pues como veas, pendejito”, quizá confiaba en que era de mi estatura y un mayor peso. Entonces se quitó el saco e intentó empujarme con el pecho. Mala estrategia. Le di un cabezazo en el tabique nasal. Eso lo aturdió momentáneamente y alcanzó a darme un rozón con el puño. Sentí ardor en el labio, comprobé que sangraba levemente y me desconocí por completo: uno, dos, tres golpes directos al rostro, una patada en el costado y otra en la entrepierna. Hasta que me sujetaron dos compañeros que trataban de calmarme, “ya estuvo, ya estuvo, ya te lo chingaste”. El tipo estaba en el suelo, con la corbata y la camisa manchada de sangre. No pude evitar recordarle que “para que veas que a un perro no lo puedes comparar con un gato, pendejo”. Se supone que nunca he sido violento, o al menos eso creo, pero mi hermano siempre recuerda que era yo irreconocible cuando me peleaba, sobre todo cuando se trataba de defender a mis hermanas. No sé si sea correcto, pero lo que sí acepto es que muchas veces he sido un gato. Y a veces también he sido un perro. Obviamente, perdí mi empleo como perdí muchos otros por diversas razones: La principal es que habré sido un gato, pero con mucha pinche dignidad. Así que mejor me puse a estudiar, lo que me costó bastante trabajo dado que soy malo para la escuela, nomás para reducir las posibilidades de que me trataran como a un esclavo. Al menos ya sé descifrar a los que usan careta y sonríen con cinismo. Al menos puedo decir que tengo alma de gato, en el sentido de libertad, y el corazón de un perro. Y Dante Guerra no es el más sabio pero sí muy certero: “Y qué hago con esta rabia, esta ira que jala la correa./ Este coraje que me empuja a escupir fuego,/ no cesa, no se acalla con nada./ Habría que perseguir a los apáticos,/ morderles el brazo un poco, encajarles el colmillo/ y contagiarles un poco de esta furia/ que ladra cuando la contengo”. Y que se cuiden los políticos, los asesinos, los banqueros, los hipócritas, los judiciales, los hombres vacíos, los cobradores de impuestos, los especuladores, los mandatarios, los empresarios, los poderosos, porque cada vez somos más los que dejamos de ser gatos para transformarnos en perros
 Roberto G Castañeda

este texto fue extraido de:  http://www.elgrafico.mx/columnas/93600.html

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