Desde
que Federico García Lorca había caído, acribillado a balazos en los
albores de la guerra española, La zapatera prodigiosa no aparecía en los
escenarios de su país.
Muchos años habían pasado cuando los teatreros del Uruguay llevaron esa obra a Madrid.
Actuaron con alma y vida.
Al final, no recibieron aplausos.
El público se puso a patear el suelo, a toda furia; y los actores no entendían nada.
China Zorrilla lo contó:
Nos quedamos pasmados.
Un desastre.
Era para ponerse a llorar.
Pero después estallo la ovación. Larga, agradecida. Y los actores seguían sin entender.
Quizás
aquel primer aplauso con los pies, aquel trueno sobre la tierra, había
sido para el autor. Para el autor, fusilado por rojo, por marica, por
raro.
Quizás había sido una manera de decirle: Para que sepas Federico, lo vivo que estás.
Eduardo Galeano
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