Pero
tenía la boca seca y ganas de echarme a llorar, de hundirle la cara en
el cuello tibio y olvidarme del mundo y de mi sombra. Pensé en lo que
había sido hasta entonces mi vida. Recordé, como si pasaran de golpe
ante mis ojos, la carretera solitaria, los cafés solos dobles en las
gasolineras, las mili a solas a Ceuta, los colegas del Puerto de Santa
María y su soledad, que durante un año y medio había sido mía. Si
hubiera tenido más estudios, me habría gustado saber de qué maneras se
conjuga la palabra soledad, aunque igual resulta que sólo se conjugan
los verbos y no las palabras, y ni soledad ni vida pueden conjugarse con
nada. Puta vida y puta soledad, pensé. Y sentí de nuevo aquello que me
ponía como blandito por dentro, igual que cuando era un crío y me besaba
mi madre, uno estaba a salvo de todo sin sospechar que sólo era una
tregua antes de que hiciera mucho frío.
Arturo Perez Revert
foto Gabriela Insuratelu
foto Gabriela Insuratelu
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