Mi sombra está en otra pared
de hospital. Tengo flores y de noche
invito a los álamos y los plátanos del parque,
árboles de hojas caídas, no amarillas,
casi blancas. Las monjas irlandesas
no hablan nunca de muerte, parecen
movidas por el viento, no se asombran
de ser jóvenes y amables: un voto
que se libera en las plegarias ásperas.
Tengo la sensación de ser un emigrante
que vela envuelto en su manta,
tranquilo, en el suelo. Acaso siempre muero.
Pero escucho con gusto las palabras de la vida
que no he entendido nunca, me detengo
en largas hipótesis. Seguro que no podré huir;
seré fiel a la vida y a la muerte
en cuerpo y en espíritu
en toda dirección prevista, visible.
A ratos algo me rebasa
con ligereza, un tiempo paciente,
la absurda diferencia que media
entre la muerte y el espejismo
del latir del corazón.
Salvatore Quasimodo
de hospital. Tengo flores y de noche
invito a los álamos y los plátanos del parque,
árboles de hojas caídas, no amarillas,
casi blancas. Las monjas irlandesas
no hablan nunca de muerte, parecen
movidas por el viento, no se asombran
de ser jóvenes y amables: un voto
que se libera en las plegarias ásperas.
Tengo la sensación de ser un emigrante
que vela envuelto en su manta,
tranquilo, en el suelo. Acaso siempre muero.
Pero escucho con gusto las palabras de la vida
que no he entendido nunca, me detengo
en largas hipótesis. Seguro que no podré huir;
seré fiel a la vida y a la muerte
en cuerpo y en espíritu
en toda dirección prevista, visible.
A ratos algo me rebasa
con ligereza, un tiempo paciente,
la absurda diferencia que media
entre la muerte y el espejismo
del latir del corazón.
Salvatore Quasimodo
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