Cuando tenía tres años me mandaban a uno de esos jardines maternales en el Bronx, porque mi madre estaba trabajando en el local de mi padre y no había nadie en casa para cuidarme. Un día mi maestra llamó a mi madre y le dijo que tenía que hacerme examinar los ojos, porque estaba moviendo siempre la cabeza hacia un lado cuando trataba de mirar algo. Así que mi madre me llevó al médico, que me revisó y encontró una cosa maligna en el ojo derecho. Se llevó a mi madre aparte y le dijo que me lo tenían que sacar de inmediato. Uno o días después me internaron en el hospital. Recuerdo estar parado frente a las puertas abiertas de un ascensor del hospital con mi madre y el médico. No estaba seguro de lo que me estaba pasando. De pronto mi madre me dijo: “Subí al ascensor, hijo. Yo tengo que volver a tu habitación a buscar mi cartera”. Entonces el médico me tomó de la mano y entramos al ascensor. Recuerdo que le dije: “Espere un minuto, mi madre fue a buscar su cartera; enseguida viene”. Lo siguiente que supe, estaba dormido, y ya había pasado todo.
Al principio usé un parche, pero cuando me hice más grande me dieron un ojo de vidrio. Los ojos de vidrio no son como los de plástico, mucho más prácticos, que salieron poco después. Cuando hace calor, el ojo de vidrio tiende a pegarse. Recuerdo que me dijeron que todas las noches debía ponerlo en un vaso con agua. A veces lo hacía, y a veces, de descuidado, lo dejaba sobre mi mesa de luz nomás. Con el tiempo, el ojo de vidrio se empieza a rayar, y hay que reemplazarlo si no querés que parezca que tenés una terrible resaca.
Cuando el ejército me rechazó por mi ojo de vidrio -estaba llegando a su fin la Segunda Guerra- me alisté en la marina, donde trabajé como cocinero y mensajero. Ahí parece que no les importa si sos ciego o no.
Un año en el agua fue suficiente para mí, así que volví a la universidad. No me quedé demasiado. ¿Qué podía hacer después? Me alisté para ir a Israel a pelear la guerra con Egipto. Lo único que quería era más excitación. De cualquier modo, la guerra -para sorpresa de todos se había terminado en un abrir y cerrar de ojos.
Llega un momento en tu vida en que te das cuenta de que a nadie le importa un carajo si tenés un ojo o dos. Me ayudó un poco practicar deportes con los muchachos.
Recibido con un título en Administración Pública, conseguí un trabajo en el Departamento del Tesoro de Hartford, Connecticut, como un experto en eficiencia. Era tan experto en eficiencia que mi primer día de trabajo no podía encontrar el edificio en el que tenía que presentarme. Irónicamente, fue mi tendencia a llegar tarde me inició como actor profesional.
Cuando le dije a mi padre “Voy a convertirme en actor”, me preguntó: “¿Te vas a pintar la cara y quedar como un boludo el resto de tu vida?”. Le contesté: así es. El me tendió la mano y me dijo: Buena suerte.
Cuando filmábamos con Capra Milagro por un día (1961), una vez nos hizo volver a filmar una escena aunque ya había gritado “corte” y “se imprime”, lo que indicaba que la escena estaba terminada. Cuando le pregunté por qué quería hacer otra toma, se río y nos dijo que le había gustado tanto la escena que quería vernos hacerla de nuevo. ¿Qué tal eso como apoyo del director?
Soy un judío de Virgo, lo que significa que soy un meticuloso obsesivo. Me han acusado de perfeccionismo. Cuando el jefe de los estudios Universal, Lew Wasserman, dijo “Falk es un perfeccionista”, no sé si lo hizo por afecto o porque yo le parecía un rompehuevos monumental.
Eva La Gallienne era una mujer formidable, pero tenía muy poca paciencia para las excusas en su grupo de actuación. Una noche llegué tarde a una clase, me miró y me dijo: “¿Joven, por qué siempre llega tarde?”. Le dije que porque había tenido que manejar desde Hartford. Así que miró hacia abajo y preguntó: “¿Y qué hace en Hartford? No hay teatros ahí. ¿Cómo hace para vivir de la actuación?” Tuve que confesarle que no era un actor profesional. Me miró fijo y me dijo: “Bueno, debería serlo”. Esa es todo lo que un aspirante a actor necesita escuchar.
En una puesta del Don Juan de Molière que hicimos en el Off Broadway, pasaron varios directores, el último de los cuales era un director de Método, del Actors’ Studio, que nos dijo: “El problema con esta obra es que todo el mundo está posando. Tienen que dejar de actuar y decir las líneas sin más. Sin acento. Si los agarro actuando, los despido.”
A mediados de los ‘50 mi agente y yo tuvimos una entrevista con Harry Cohn en Columbia Pictures. A Cohn no lo convencía. Dijo algo que al principio no entendí: Joven, estoy preocupado por tu deficiencia. Yo no entendía. Tras un par de indirectas más, lo puso en palabras: “Tu ojo, joven, tu ojo. Me preocupa tu ojo. Señor Falk, por el mismo precio puedo conseguir un actor con dos ojos.”
La industria del entretenimiento está llena de gente extraordinariamente talentosa, pero los verdaderos, genuinos originales, son muy pocos. Cassavetes era uno. El introdujo un nuevo estándar de espontaneidad en la actuación que no se había visto nunca antes. Creo que la gente no sabe el maravilloso camarógrafo que era John: se ponía la máquina al hombro y se movía como un pez en el agua. Y creo que no aprecian el hecho de que era un director no político, ni ideológico, sin agenda. A John le interesaba mayormente la gente y el comportamiento.
Creo que lo que John quería en el set era evitar que pensaras. Quería reacciones emocionales espontáneas. Creo que no confiaba en el pensamiento.
A mi mujer le encantan las fiestas. Yo las odio y odio vestirme. Cuando era joven pensaba que la única razón para ir a una fiesta era levantarse chicas. Pero una vez que te casaste, no sé para qué sirven. Prefiero quedarme en casa y practicar mi hobby: dibujar mujeres desnudas, en carbonilla. Las dibujo con su pelo para arriba. Tengo un número de mujeres que posan para mi cada vez que las llamo. Aprecio la forma femenina. El cuerpo humano es una cosa fantástica. No puedo dibujar paisajes ni botes. A veces me obsesiono y dibujo 12 o 13 horas seguidas. Shera se lo toma con muy buen humor. No sé cómo se siente acerca de mis modelos, pero en cuanto a mi trabajo me dice: ¿no irás a traer esa porquería a la casa, no?
Me gusta dibujar, la idea de trabajar totalmente solo, solo vos y una modelo, en silencio. El mundo se ha vuelto muy ruidoso. Tengo dos momentos de concentración en mi vida. Uno es cuando el camarero describe los “especiales”, porque es muy difícil oírlo, y porque lo que describe es algo que no existía cuando yo era chico. ¡Las combinaciones son tan complejas! ¡Y el salón es tan ruidoso! El otro momento de concentración es cuando trato de capturar la actitud y la forma de una mujer desnuda o semidesnuda. Es tan satisfactorio tratar de dibujar eso. Y voy a mencionar lo que Michelangelo de dijo al Papa. Cuando el Papa felicitó a Michelangelo por la Capilla Sixtina, la respuesta de Michelangelo fue: “Está todo en el dibujo. El resto lo consigo meándole encima.”
Me crié en Ossining, Nueva York, pero llevo mil años viviendo en Los Angeles y nunca me sentí cómodo. La primera vez que vi Beverly Hills pensé que lo habían armado esa misma mañana. Tenés que empacar agua para ir hasta la farmacia. Así que creo que vivo en una especie de limbo.
A los 70 me sentía más viejo que cualquier persona a la que conocía. Todos mis perros estaba muertos. Media docena de gatos, periquitos... todo se había ido. Probablemente también cada mujer con la que me acosté, excepto mi esposa. Pero cuando me preguntan cómo me siento por haber envejecido, y si los 70 me sorprendieron, digo que no, no me sorprende. ¿Qué imaginabas que iba a pasar? Según lo veo yo, es la mejor de las dos alternativas.
Peter Falk esta nota fue publicada en el dìario Pàgina 12 del dia domingo 26 de junio 20011 en el suplemento radar
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