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lunes, 17 de febrero de 2014

Julio Cortàzar, Papeles Inesperados

No es fácil ser cronopio. Lo sé por razones profundas, por haber tratado de serlo a lo largo
de mi vida; conozco los fracasos, las renuncias y las traiciones. Ser fama o esperanza es simple, basta con dejarse ir y la vida hace el resto. Ser cronopio es contrapelo, contraluz, contranovela, contradanza, contratodo, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosa que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley. Y ser cronopio es difícil e intermitente, igualmente difícil es representar a los cronopios, dibujarlos o esculpirlos. Muy pocas veces he visto imágenes ante las cuales se pudiera decir: "Buenas salenas, cronopio cronopio". El club (el de Estocolmo) me envió hace mucho los dibujos de un niño llamado Miguel; ese niño había visto, estaba del lado de ellos. Y cuando Pablo Neruda fue a Estocolmo para recibir el premio Nobel, el club le regaló un cronopio de felpa roja que Pablo guardó con amor y celebró en un mensaje que ya he citado en otra parte pero que repetiré aquí: ¡Cronopios de todos los países, uníos! Contra los tontos, los dogmáticos, los siniestros, los amarillos, los acurrucados, los implacables, los microbios. ¡Cronopios! ¡De frente, marchen! 
 
    (Dos años antes del trágico 11 de septiembre, esos calificativos de Pablo parecen aplicarse ya a Pinochet y a sus cómplices; el tiempo de los poetas es diferente del de los calendarios, pero muy pocos lo saben y muy poco escuchan).
Julio Cortàzar 

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