Llega un tiempo en que no se dice más: mi Dios.
Tiempo de absoluta depuración.
Tiempo en que no se dice más: mi amor.
Porque el amor resultó inutil.
Y los ojos no lloran.
Y las manos tejen apenas el rudo trabajo.
Y el corazón está seco.
En vano mujeres golpean la puerta, no abrirás.
Quedaste solo, la luz se apagó,
pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes.
Eres todo certeza, ya no sabes sufrir.
Y nada esperas de tus amigos.
Poco importa la vejez, ¿qué es la vejez?
Tus hombros soportan el mundo
y no pesa más que la mano de un niño.
La guerra, las hambres, las discusiones dentro de los edificios
prueban apenas que la vida prosigue
y no todos se liberaron aún.
Algunos, hallando bárbaro el espectáculo,
preferirían (los delicados) morir.
Llegó un tiempo en que nada se gana con morir.
Llegó un tiempo es que la vida es una orden.
La vida apenas, sin mistificación.
Carlos Drummond de Andrade
foto: Adolfo Lòpez
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