Yo quiero contarte sobre algunas mujeres que conocí en mi vida, desde mi madre a mi hija, también otras mujeres que quise y quiero, mujeres que vi pasar, mujeres de las que me hablaron y otras que me tomo licencia para inventar.
A los dos años los ojos de mi hija eran los ojos de un bebé: una mirada curiosa y atolondrada. Fue por esa fecha cuando, de pronto, ella comenzó a mirar distinto. No sé si eso sucede en todas las bebas de dos años, pero en aquel momento la mirada de mi hija se volvió encantadoramente oblicua y distante, y se notaba en sus ojos que ella se había vuelto mujer. De un día para el otro los ojos de Bárbara habían construido un secreto: su mirada tenía algo que yo no iba a alcanzar jamás. En sus ojos y en su piel -que es también mi piel- había crecido, de pronto, un endeble pero impenetrable muro de hiedra.
Conocí durante mi infancia en Sarandí mujeres con ése y con otros secretes. Conocí mujeres que arrastraban un sueño roto, y salían todos los días a la misma hora a barrer la misma vereda, con la mirada perdida hacia la Avenida Mitre, esperando a alguien que no iba a volver.
Conocí también mujeres extranjeras de todo, que comían, y comían, y comían, y se defendían comiendo.
Conocí a otras mujeres que cuidaban a sus pollitos con el recelo de las gallinas, y que vivían con hombres que les eran fieles como perros aburridos. Escuché en mi vida, de las mujeres, los argumentos más increíbles y encantadores: una mujer puede hablar con una convicción de Premio Nobel sobre una cosa que se llama henna y que es un barro egipcio que te tiñe el pelo de colorado.
No sé qué le pasa a las mujeres con el futuro, qué desean y temen; aunque están, por naturaleza, inclinadas al futuro.
Conocí muchas, muchísimas mujeres aburridas -¿por qué siempre pensaré que su aburrimiento es culpa de los hombres?-Son mujeres que casi dejaron de serlo. He visto cómo, las mujeres, ordenan cajitas, pedacitos de tela, papel de envolver, piolines de papel regalo, entradas de cine, recortes de diario, fotografías, llaves viejas, ramitas; cómo meten o sacan todos esos objetos de bolsos, o cajones, y putean porque jamás encuentran nada.
Jorge Lanata
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