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domingo, 31 de octubre de 2010

Nick Cave, tiempo de responder

Fernando Vallejo, la virgen de los sicarios (fragmento)

De súbito, presencié la escena. Un perro moribundo había ido a caer al arroyo. Hubiera querido seguir y no ver, no saber, pero el perro con una llamada muda, angustiada, ineludible me llamaba arrastrándome hacia su muerte. Resbalando, bajo del aguacero, bajé con Alexis al caño: era uno de esos perros criollos callejeros, corrientes, que en Bogotá llaman "gosquez" y en Medellín no sé cómo, o sí, perros "chandosos". Cuando traté con Alexis de levantarlo para sacarlo del agua descubrí que el perro tenía las caderas quebradas, de suerte que aunque lo sacáramos no había esperanzas de salvarlo. Un carro lo había atropellado y el animal, arrastrándose, había logrado llegar a la quebrada pero se había quedado atrapado en sus aguas al intentar cruzarla.
¿ Cómo iba a poder salir de allí herido, destrozado, si se nos dificultaba a nosotros sanos? Los bordes de cemento que encauzaban el arroyo le impedian salir. ¿ Cuánto llevaba allí ? Días tal vez, con sus noches, bajo las lluvias a juzgar por su deterioro extremo. ¿Había tratado de volver a caso, herido a su casa? Sólo Dios sabrá, él que es culpable de estas infámias: Él, con mayúscula, con la mayúscula que se suele usar para el ser más mostruoso y cobarde que mata y atropella por mano ajena, por la mano del hombre, su juguete, su sicario.
Fernando Vallejo 

Luis Salinas

La Renga, el final es de dònde partì

Dejame ver que hay para saborear esta vuelta,
la carta no está siempre a tu alcance en los matutinos.
Loco de pensar que se disputa el poder y la gloria,
y con el frío de un reino las almas congelar;
cuanta verdad, cuanta mentira y cuantas palabras
y todo este motor para devastar tu inconciente.

Y en que lugar, habrá consuelo para mi locura,
esta ironía con qué se cura
si el final es en donde partí.

Y a quién llamar a quién golpearle la puerta tan tarde,
con quien hablar cuando no hay nadie,
si esta noche no puedo dormir.


Dejame ver que hay para saborear esta vuelta,
la verdad, la mentira y la mueca de tu ingenuidad
Cuantas palabras que se disputan el poder y la gloria
y cuantas vidas se pierden en el frío de un reino mortal.

Loco de pensar queriendo entrar en razón y el corazón,
tiene razones que la peropia razón nunca entenderá.
Y a donde voy , siempre voy a buscar lo que es mío,
aunque el planeta termine en un círculo
y el final es en donde partí.



No llores más, dáme la mano contáme tu suerte,
de esta manera quizás no sea la muerte,
la que nos logre apagar el dolor.

Y en qué lugar, habrá consuelo para mi locura,
esta ironía con qué se cura si el final es en donde partí.

No llores más, dáme la mano contáme tu suerte,
de esta manera quizás no sea la muerte,
la que nos logre apagar el dolor.
La Renga

La Renga

viernes, 29 de octubre de 2010

Albert Camus, el extranjero (fragmento)


Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial.
Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: «Madre hay una sola.» Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El perdió a su tío hace unos meses.
Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto. Y cuando desperté, estaba apoyado contra un militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos. Dije «sí» para no tener que hablar más.
El asilo está a dos kilómetros del pueblo. Hice el camino a pie. Quise ver a mamá en seguida. Pero el portero me dijo que era necesario ver antes al director. Como estaba ocupado, esperé un poco. Mientras tanto, el portero me estuvo hablando, y en seguida vi al director. Me recibió en su despacho. Era un viejecito condecorado con la Legión de Honor. Me miró con sus ojos claros. Después me estrechó la mano y la retuvo tanto tiempo que yo no sabía cómo retirarla. Consultó un legajo y me dijo: «La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén.» Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: «No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He leído el legajo de su madre. Usted no podía subvenir a sus necesidades. Ella necesitaba una enfermera. Su salario es modesto. Y, al fin de cuentas, era más feliz aquí.» Dije: «Sí, señor director.» El agregó: «Sabe usted, aquí tenía amigos, personas de su edad. Podía compartir recuerdos de otros tiempos. Usted es joven y ella debía de aburrirse con usted.»
Era verdad. Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso en el último año casi no fui a verla. Y también porque me quitaba el domingo, sin contar el esfuerzo de ir hasta el autobús, tomar los billetes y hacer dos horas de camino.
El director me habló aún. Pero casi no le escuchaba. Luego me dijo: «Supongo que usted quiere ver a su madre.» Me levanté sin decir nada, y salió delante de mí. En la escalera me explicó: «La hemos llevado a nuestro pequeño depósito. Para no impresionar a los otros. Cada vez que un pensionista muere, los otros se sienten nerviosos durante dos o tres días. Y dificulta el servicio.» Atravesamos un patio en donde había muchos ancianos, charlando en pequeños grupos. Callaban cuando pasábamos. Y reanudaban las conversaciones detrás de nosotros. Hubiérase dicho un sordo parloteo de cotorras. En la puerta de un pequeño edificio el director me abandonó: «Le dejo a usted, señor Meursault. Estoy a su disposición en mi despacho. En principio, el entierro está fijado para las diez de la mañana. Hemos pensado que así podría usted velar a la difunta. Una última palabra: según parece, su madre expresó a menudo a sus compañeros el deseo de ser enterrada religiosamente. He tomado a mi cargo hacer lo necesario. Pero quería informar a usted.» Le di las gracias. Mamá, sin ser atea, jamás había pensado en la religión mientras vivió. 
Albert Camus, el extranjero  

JorgerTeillier Poe Carta De Lluvia

Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos hechas cántaro
la lluvia de la infancia que debíamos compartir,
nos reuniremos en el lugar
en donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.
Pero ahora te envío esta carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.
Ruega por mí, reloj,
en estas horas monótonas como ronroneos de gato.
He vuelto a la casa que conserva las cenizas
que hacen renacer a los fantasmas que odio.
Alguna vez salí al patio a decirles a los conejos
que el amor había muerto.
Aquí no debo recordar a nadie,
aquí debo olvidar la colina de los aromos
porque la mano que cortó aromos
ahora cava una fosa.
El pasto ha crecido demasiado como para arrancarlo.
En el techo de la casa vecina
se pudre una pelota de trapo
dejada allí por un niño muerto.
Entre las tablas del cerco me miran rostros
que creía olvidados,
y mi amigo espera en vano que en el río
centellee su buena estrella.
Tú, como en mis sueños, vienes atravesando las estaciones
con la lluvia de la infancia
en tus manos hechas cántaro
En el invierno nos reunirá el fuego
que encenderemos juntos.
Nuestros cuerpos harán las noches tibias
como el aliento de los bueyes,
y al despertar veré que el pan sobre la mesa
tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos
cuando lo partan tus manos de adolescente.
Pero ahora te envío una carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.  
Jorge Teillier

Led Zeppelin , Since I've Been Loving You

Red Hot Chilli Peppers,

Red Hot Chilli Peppers, road trippin


Viaje por carretera con mis dos mejores amigos
Totalmente cargados de comida y provisiones
Es hora de dejar la ciudad
Es hora de escabullirse
Vamos a perdernos
En alguna parte de los Estados Unidos

Perdámonos
Perdámonos

Triste descansas
Al oeste de aquel que
resplandece con amarillo reflejo
Solo un espejo del sol
Solo un espejo del sol
Solo un espejo del sol

Esos ojos risueños son solo un reflejo para

Tanto sucedió antes de esas batallas perdidas y ganadas
Esta vida está brillando para siempre en el sol
Ahora déjanos comprobar nuestras mentes
Y comprobemos la marea
Estando colocados y secos
El mayor problema es su valor
En el sol

Solo un espejo del sol
Solo un espejo del sol
Solo un espejo del sol

Esos ojos brillantes son solo un reflejo para

En el gran sur nosotros nos tomamos algún tiempo para suspendernos un rato
Nosotros tres compañeros estamos listos para celebrar
Ahora déjanos beber las estrellas
Es hora de escabullirse
Vamos a perdernos a algún lugar en los Estados Unidos

Esos ojos sonrientes son solo un reflejo para
Esos ojos sonrientes son solo un reflejo para
Tus ojos sonrientes son solo un reflejo para
Red Hot Chilli Peppers

Janis Joplin, sumertime

J. G. Ballard, en que creo

Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, liberar la verdad que hay en nosotros, alejar la noche, trascender la muerte, encantar las autopistas, congraciarnos con los pájaros y asegurarnos los secretos de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de un choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de una playa de vacaciones desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en las pistas de aterrizaje olvidadas de Wake Island, señalando a los Pacíficos de nuestras imaginaciones.
Creo en la belleza misteriosa de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el borde de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos; en las sonrisas perturbadas de los empleados de estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso.
Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus fantasías, tan cerca de mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con los rieles de cromo de las góndolas de supermercado; en su cálida tolerancia de mis propias perversiones.
Creo en la muerte del mañana, en el acabamiento del tiempo, en la búsqueda de un tiempo nuevo en las sonrisas de las mozas de los bares de las rutas y en los ojos cansados de los controladores de tráfico aéreo en aeropuertos fuera de temporada.
Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y mujeres, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la Princesa Diana, en el suave olor que emana de sus labios cuando miran a las cámaras del mundo entero.
Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la demencia de las flores, en la enfermedad reservada para la raza humana por los astronautas del Apolo.
No creo en nada.
Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, de Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, el Facteur Cheval, las torres Watts, Bocklin, Francis Bacon, y en todos los artistas invisibles dentro de las instituciones psiquiátricas del mundo.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en lo absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones asesinas de la lógica.
Creo en las adolescentes, en la corrupción que hay en ellas sólo por la postura de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos desaliñados, en los rastros que sus partes pudendas dejan en los baños de moteles miserables.
Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que alguna vez haya volado, en la piedra arrojada por un niño pequeño que lleva en sí misma la sabiduría de los estadistas y de las parteras.
Creo en la amabilidad del bisturí, en la geometría sin límites de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la locuacidad de los planetas, en la redundancia de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.
Creo en la luz que arrojan las videograbadoras en las vidrieras de las grandes tiendas, en la agudeza de las parrillas de los radiadores en los salones de venta de automóviles, en la elegancia de las manchas de aceite sobre las barquillas de los motores de los 747 estacionados en las pistas de los aeropuertos.
Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las infinitas posibilidades del presente.
Creo en el desarreglo de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.
Creo en los diseñadores de las Pirámides, el Empire State, el bunker del Fuhrer en Berlín, las pistas de aterrizaje de Wake Island.
Creo en la fragancia del cuerpo de la Princesa Diana.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en las migrañas, el aburrimiento de las tardes, el temor a los calendarios, la traición de los relojes.
Creo en la ansiedad, la psicosis y la desesperanza.
Creo en las perversiones, en el amor obsesivo por los árboles, las princesas, los primeros ministros, las estaciones de servicio abandonadas (más bellas que el Taj Mahal), las nubes y los pájaros.
Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.
Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.
Creo en el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y el agotamiento.
Creo en el dolor.
Creo en la desesperanza.
Creo en todos los niños.
Creo en mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, tableros de horarios de vuelos, carteles indicadores de los aeropuertos.
Creo en todas las excusas.
Creo en todas las razones.
Creo en todas las alucinaciones.
Creo en toda la rabia.
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías y evasiones.
Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles, en la sabiduría de la luz.
J. G. Ballard Traducción de Claudia Kozak, extraída de la Revista artefacto

jueves, 28 de octubre de 2010

Julio Cortazàr, tristeza de un cronopio

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo". Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales
Julio Cortazàr 

Astor Piazzolla, Adios Nonino

Hemingway

"...El futuro no existe. Espero que estés de acuerdo.Eso es lo que me gusta cuando estoy en una guerra. Cada día y cada noche hay una enorme posibilidad de que a uno lo maten y no tenga que escribir. Tengo que escribir para se feliz, me paguen o no por ello. Pero es una enfermedad infernal, haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Eso convierte a la enfermedad en un vicio. Además quiero hacerlo mejor que nadie lo haya hecho, lo cual lo convierte en una obsesión..."

Ernest Hemingway  (Carta a Charles Scribner, 1940)

martes, 26 de octubre de 2010

Pink floyd

Charles Bukowski; vivir en cubos de basura


El viento sopla fuerte esta noche
Y es viento frío
Y pienso en los chicos
De la calle.
Espero que algunos tengan
Una botella de tinto.

Cuando estás en la calle
Es cuando te das cuenta de que
Todo
Tiene dueño
Y de que hay cerrojos en
Todo.
Así es como funciona la democracia:
Coges lo que puedes,
Intentas conservarlo
Y añadir algo
Si es posible.

Así es también como funciona
La dictadura
Sólo que una esclaviza
Y la otra destruye a sus
Desheredados.

Nosotros simplemente nos olvidamos
De los nuestros.

En cualquier caso
Es un viento
Fuerte
Y frío.
Charles  Bukowski

Màs fotografia

Raymond Carver


"De dónde provienen las historias. No del aire, de algún lugar deben venir. Así que cada cosa sobre la que he escrito significa que algo de eso ha sucedido realmente o al menos lo he escuchado, he sido testigo en alguna forma. Me imagino que recolecto y combino, como cualquier buen escritor hace. Nadie puede escribir con método estrictamente autobiográfico –sería el libro más insípido del mundo. Pero extraes algo de aquí y algo de allá. Bueno, es como una bola de nieve rodando cuesta abajo por una colina, recogiendo todo lo que encuentra a su paso –cosas que hemos escuchado, hemos visto, hemos experimentado. Ensamblas piezas y trozos y logras finalmente un mundo coherente con todo eso".
Raymond Carver

lunes, 25 de octubre de 2010

Pearl Jam, Jeremy

Jorge Luis Borges, las causas

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.
Jorge Luis Borges
foto: Bruce Davidson

Roberto Arlt, el jorobadito (fragmento)

 Los diversos y exagerados rumores desparramados con motivo de la conducta que observé en compañía de Rigoletto, el jorobadito, en la casa de la señora X, apartaron en su tiempo a mucha gente de mi lado.
    Sin embargo, mis singularidades no me acarrearon mayores desventuras, de no perfeccionarlas estrangulando a Rigoletto.
    Retorcerle el pescuezo al jorobadito ha sido de mi parte un acto más ruinoso e imprudente para mis intereses, que atentar contra la existencia de un benefactor de la humanidad.
    Se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si Rigoletto no estaba llamado a ser un capitán de hombres, un genio, o un filántropo. De otra forma no se explican las crueldades de la ley para vengar los fueros de un insigne piojoso, al cual, para pagarle de su insolencia, resultaran insuficientes todos los puntapiés que pudieran suministrarle en el trasero, una brigada de personas bien nacidas.
    No se me oculta que sucesos peores ocurren sobre el planeta, pero ésta no es una razón para que yo deje de mirar con angustia las leprosas paredes del calabozo donde estoy alojado a espera de un destino peor.
    Pero estaba escrito que de un deforme debían provenirme tantas dificultades.
    Recuerdo (y esto a vía de información para los aficionados a la teosofía y la metafísica) que desde mi tierna infancia me llamaron la atención los contrahechos. Los odiaba al tiempo que me atraían, como detesto y me llama la profundidad abierta bajo la balconada de un noveno piso, a cuyo barandal me he aproximado más de una vez con el corazón temblando de cautela y delicioso pavor. Y así como frente al vacío no puedo sustraerme al terror de imaginarme cayendo en el aire con el estómago contraído en la asfixia del desmoronamiento, en presencia de un deforme no puedo escapar al nauseoso pensamiento de imaginarme corcoveado, grotesco, espantoso, abandonado de todos, hospedado en una perrera, perseguido por traíllas de chicos feroces que me clavarían agujas en la giba...
    Es terrible..., sin contar que todos los contrahechos son seres perversos, endemoniados, protervos..., de manera que al estrangularlo a Rigoletto me creo con derecho a afirmar que le hice un inmenso favor a la sociedad, pues he librado a todos los corazones sensibles como el mío de un espectáculo pavoroso y repugnante. Sin añadir que el jorobadito era un hombre cruel. Tan cruel que yo me veía obligado a decirle todos los días:
    –Mirá, Rigoletto, no seas perverso. Prefiero cualquier cosa a verte pegándole con un látigo a una inocente cerda. ¿Qué te ha hecho la marrana? Nada. ¿No es cierto que no te ha hecho nada?...
    –¿Qué se le importa?
    –No te ha hecho nada, y vos contumaz, obstinado, cruel, desfogas tus furores en la pobre bestia...
    –Como me embrome mucho la voy a rociar de petróleo a la chancha y luego le prendo fuego.
    Después de pronunciar estas palabras, el jorobadito descargaba latigazos en el crinudo lomo de la bestia, rechinando los dientes como un demonio de teatro. Y yo le decía:
    –Te voy a retorcer el pescuezo, Rigoletto. Escuchá mis paternales advertencias, Rigoletto. Te conviene...
    Predicar en el desierto hubiera sido más eficaz. Se regocijaba en contravenir mis órdenes y en poner en todo momento en evidencia su temperamento sardónico y feroz. Inútil era que prometiera zurrarle la badana o hacerle salir la joroba por el pecho de un mal golpe. El continuaba observando una conducta impura.
Roberto Arlt
para leer el cuento completo: 
/www.literatura.org/Arlt/rajoroba.html

domingo, 24 de octubre de 2010

Sting

Sting , Una fortaleza alrededor de tu corazòn

Bajo las ruinas de una ciudad amurallada,
torres desmoronadas y vigas de luz amarilla,
sin banderas de tregua, ni pedidos de piedad,
el ataque de las armas ha palpitado durante toda la noche.
Tomó un día construir la ciudad,
caminamos por sus calles durante la tarde
y cuando volví a través de los campos que ya conocía,
reconocí las paredes que una vez construí,
tuve que detenerme en mi camino por miedo
a pisar las minas que yo mismo había puesto.

Y si construyo esta fortaleza alrededor de tu corazón,
rodeándote de trincheras y alambre de púas,
entonces déjame construir un puente,
ya que no puedo sortear el abismo,
y déjame ubicar al batallón para abrir fuego.

Entonces me marché para luchar alguna batalla
que yo inventé dentro de mi cabeza,
desde hace tanto tiempo por años y años
tú probablemente pensaste o deseaste que estuviera muerto.
Mientras los ejércitos están todos durmiendo
debajo de la destrozada bandera que hicimos,
tuve que detenerme en mi camino por miedo,
a pisar las minas que yo mismo había puesto.

Y si construyo esta fortaleza alrededor de tu corazón,
rodeándote de trincheras y alambre de púas,
entonces déjame construir un puente,
ya que no puedo sortear el abismo,
y déjame ubicar al batallón para abrir fuego.

Esta prisión se ha convertido ahora en tu hogar,
una sentencia que aparentemente tu estás preparada a pagar.
Tomó un día construir la ciudad,
caminamos por sus calles durante la tarde,
y cuando volví a través de los campos que ya conocía,
reconocí las paredes que una vez construí,
tuve que detenerme en mi camino por miedo
a pisar las minas que yo mismo había puesto.

Y si construyo esta fortaleza alrededor de tu corazón,
rodeándote de trincheras y alambre de púas,
entonces déjame construir un puente,
ya que no puedo sortear el abismo,
y déjame ubicar al batallón para abrir fuego.

Sting

Jorge Curinao

Cerrar
los
ojos
y
entrar
en
la
música
dejar
que
las
preguntas
tropiecen
con
el
cielo
del
techo. 

sábado, 23 de octubre de 2010

Raymond Carver


"De dónde provienen las historias. No del aire, de algún lugar deben venir. Así que cada cosa sobre la que he escrito significa que algo de eso ha sucedido realmente o al menos lo he escuchado, he sido testigo en alguna forma. Me imagino que recolecto y combino, como cualquier buen escritor hace. Nadie puede escribir con método estrictamente autobiográfico –sería el libro más insípido del mundo. Pero extraes algo de aquí y algo de allá. Bueno, es como una bola de nieve rodando cuesta abajo por una colina, recogiendo todo lo que encuentra a su paso –cosas que hemos escuchado, hemos visto, hemos experimentado. Ensamblas piezas y trozos y logras finalmente un mundo coherente con todo eso".
Raymond Carver

Steve McCurry

Haruki Murakami, Tokio blues, (fragmento )

Me lleva tiempo evocar su rostro. Y conforme vayan pasando los años, más tiempo me llevará. Es triste, pero cierto. Al principio era capaz de recordarla en cinco segundos, luego éstos se convirtieron en diez, en treinta segundos, en un minuto. El tiempo fue alargándose paulatinamente, igual que las sombras en el crepúsculo. Puede que pronto su rostro desaparezca absorbido por las tinieblas de la noche. Sí, es cierto. Mi memoria se está distanciando del lugar donde se hallaba Naoko. De la misma forma que se está distanciando del lugar donde estaba mi yo de entonces. Sólo el paisaje, aquella imagen del prado en octubre, vuelve una y otra vez a mi mente como la escena simbólica de una película. Aquel paisaje sigue sacudiendo, pertinaz, una parte de mi cabeza. «¡Vamos! ¡Arriba! ¡Aún estoy aquí! ¡Arriba! ¡Levántate y comprende! ¿Cuál es la razón de que todavía esté aquí?» No siento dolor. Únicamente el sonido hueco que acompaña cada patada. Pero también este eco se apagará algún día. Como se ha ido borrando, inexorablemente, lo demás. Con todo, a bordo de aquel avión en el aeropuerto de Hamburgo, la sacudida fue más fuerte, más prolongada que de costumbre. «¡Arriba! ¡Comprende!», decía. Por eso ahora estoy escribiendo.Soy de ese tipo de personas que no acaban de comprender las cosas hasta que las ponen por escrito.
Haruki Murakami

The Beatles, because

jueves, 21 de octubre de 2010

Mariano Ferreyra

Alguièn compra un arma.
Se siente inseguro de sì, de su palabra, de su fuerza.
La guarda o se la lleva encima , para demostrar quièn es màs fuerte ante los ojos de los demàs , ante los oìdos de los demàs.
Su conciencia, espìritu , su alma, esa cosa extraña que nos diferencia de las piedras, los animales y las plantas , està muerta.
 Alguièn ayer nuevamente creyò que hiriendo o matando es la manera de imponer las ideas., de ser màs fuerte.

Mariano Ferreyra, 23 años, estudiante de historia, que acompañaba el reclamo de los trabajadores despedidos del ferrocarril Roca, se encontrò con la bala imponente de ese alguièn. Pedîa por un reclamo que era justo,   el de los trabajadores despedidos.

Su madre lo llora, su novia lo està llorando, sus compañeros lloran, sus futuros alumnos de historia tambièn lo lloran, "uno menos" , un ejemplo digno con el que se toparian en la escuela  y en la vida. 

Mariano Ferreyra querìa ser mejor persona, querìa hacer mejores personas, mejores ciudadanos

La televisiòn mostrò una y mil veces las corridas,la sangre y su cara.
La policìa no hizo, y no vio nada .
La central de trabajadores acusò a la patota
El ministerio de trabajo que sabìa de este conflicto, tampoco hizo nada
El gobierno prometìo investigar hasta las ùltimas consecuencias , otra vez....





Las flores los jardines las fuentes las sonrisas
Y la alegría de vivir
Un hombre está caído y bañado en su sangre
Los recuerdos las flores las fuentes los jardines
Los sueños infantiles
Un hombre está caído como un bulto sangriento
Las flores las fuentes los jardines los recuerdos
Y la alegría de vivir
Un hombre está caído como un niño dormido.
Jacques Prevèrt 
el fusilado
foto de Mariano Ferreyra 

Fernando Pessoa, mi niño Jesus

En un medio día de fin de primavera
tuve un sueño como una fotografía.
Vi a Jesucristo descender a la tierra.
Vino por la ladera de un monte
hecho niño de nuevo
a correr y a revolcarse por la hierba
y a arrancar flores para tirarlas luego
y a reírse de modo que lo escuchen desde lejos.
Había huido del cielo.
Era demasiado nuestro para fingirse
la segunda persona de la Trinidad.
En el cielo era todo falso, todo en desacuerdo
con flores y árboles y piedras.
En el cielo había que estar siempre serio
y de vez en cuando volverse otra vez hombre
y subir a la cruz y estar siempre muriendo
con una corona completamente rodeada de espinas
y los pies atravesados por un clavo con cabeza,
y hasta con un trapo alrededor de la cintura
como los negros de las ilustraciones.
Ni siquiera le dejaban tener padre y madre
como los otros niños.
Su padre era dos personas:
un viejo llamado José, que era carpintero.
y que no era su padre;
y el otro padre era una paloma estúpida,
la única paloma fea del mundo
porque no era del mundo ni era paloma.
Y su madre no había amado antes de tenerlo.
No era mujer: era una maleta
en la que había venido del cielo.
Y querían que él, nacido sólo de madre
y sin un padre al que amar con respeto,
predicase la bondad y la justicia.

Un día que Dios estaba durmiendo
y el Espíritu Santo andaba volando,
él fue a la caja de los milagros y robó tres.
Con el primero hizo que nadie supiera que había huido.
Con el segundo se hizo eternamente humano y niño.
Con el tercero creó un Cristo eternamente en la cruz
y lo dejó clavado en la cruz que hay en el cielo
y sirve de modelo a las otras.
Después huyó hacia el sol
y descendió por el primer rayo que encontró.
Hoy vive en mi aldea conmigo.
Es un niño de risa bonita y natural.
Se limpia la nariz con el brazo derecho,
chapotea en los charcos de agua,
recoge flores, las disfruta y después las olvida.
Les tira piedras a los burros,
roba fruta en las plantaciones
y huye llorando y gritando por los perros.
Y, porque sabe que a ellas no les gusta
y que a todos les hace gracia,
corre detrás de las muchachas
que van en grupo por los caminos
con tinas de agua en las cabezas
y les levanta las faldas.

A mi me enseñó todo.
Me enseñó a observar las cosas.
Me señala todas las cosas que hay en las flores.
Me muestra lo graciosas que son las piedras
cuando uno las tiene en la mano
y las observa lentamente.

Me habla muy mal de Dios.
Dice que es un viejo estúpido y enfermo,
siempre escupiendo en el suelo
y diciendo indecencias.
La Virgen María pasa las tardes de la eternidad haciendo calceta.
Y el Espíritu Santo se rasca con el pico,
se pavonea subido en las sillas y las ensucia.
En el cielo todo es estúpido, como en la Iglesia Católica.
Me dice que Dios no entiende nada
de las cosas que creó
-si es que él las creó, que lo dudo-.
Él dice, por ejemplo, que los seres cantan su gloria,
pero los seres no cantan nada.
Si cantaran serían cantores.
Los seres existen y nada más
y por eso se llaman seres.

Y después, cansado de hablar mal de Dios,
el Niño Jesús se me duerme en los brazos
y en brazos lo llevo para casa.

Vive conmigo en mi casa en medio de la colina.
Él es el Niño Eterno, el dios que faltaba.
Él es lo humano natural,
es lo divino que sonríe y juega.
Y por eso sé con toda certeza
que él es el Niño Jesús verdadero.

Y el niño tan humano que es divino
es ésta mi cotidiana vida de poeta,
y es porque anda siempre conmigo que soy poeta siempre.
Y que mi más mínima mirada
me llena de sensación,
y el más pequeño sonido, sea de lo que sea,
parece hablar conmigo.

El Niño Nuevo que habita donde vivo
me da una mano a mí
y la otra a todo lo que existe.
Y así vamos los tres por el camino venidero,
saltando y cantando y riendo
y gozando de nuestro secreto común
que es el de saber por todas partes
que no hay misterio en el mundo
y que todo vale la pena.

El Niño Eterno me acompaña siempre.
La dirección de mi mirada es su dedo señalando.
Mi oído atento alegremente a todos los sonidos
son las cosquillas que él me hace, jugando, en las orejas.

Nos llevamos tan bien el uno con el otro
en compañía de todo
que nunca pensamos el uno en el otro,
pero vivimos los dos juntos
en un acuerdo íntimo
como la mano derecha con la izquierda.

Al anochecer jugamos a las cinco piedrecitas
en el escalón de la puerta de casa,
serios como corresponde a un dios y a un poeta,
y como si cada piedra
fuese todo un universo
y fuera por eso un gran peligro para ella
dejarla caer al suelo.

Después yo le cuento historias de las cosas de los hombres
y él sonríe, porque todo es increíble.
Se ríe de los reyes y de los que no son reyes,
y siente pena al oír hablar de las guerras,
y de los negocios, y de los navíos
que dejan humo en el aire de altamar.
Porque él sabe que todo eso falta a aquella verdad
que una flor tiene al florecer
y que anda con la luz del sol
modificando los montes y los valles
y haciendo doler los ojos por la claridad de los muros.

Después él se adormece y yo lo acuesto.
Lo llevo en brazos para dentro de casa
y lo acuesto, desnudándolo lentamente
como siguiendo un ritual muy limpio
y del todo materno hasta que se queda desnudo.

Él duerme dentro de mi alma
y a veces despierta de noche
y juega con mis sueños.
Les da la vuelta patas para arriba,
pone unos encima de los otros
y aplaude solo
sonriéndole a mi sueño.

Cuando yo muera, hijito,
sea yo el niño, el más pequeño.
Cógeme en brazos
y llévame dentro de tu casa.
Desviste mi ser cansado y humano
y acuéstame en tu cama.
Y cuéntame historias, si me despierto,
para que vuelva a dormirme.
Y dame sueños tuyos para jugar
hasta que nazca algún día
que tú sabes cuál es.

Ésta es la historia de mi Niño Jesús.
¿Por que razón que se sienta
no ha de ser más verdadera
que todo lo que los filósofos piensan
y todo lo que enseñan las religiones?

Fernando Pessoa 
foto: Melisa Ann

The verve, Bitter Sweet Symphony

Ambrose Bierce, el incidente del puente del bùho

Desde un puente ferroviario, al norte de Alabama, un hombre contemplaba el rápido discurrir del agua seis metros más abajo. Tenía las manos detrás de la espalda, las muñecas sujetas con una soga; otra soga, colgada al cuello y atada a un grueso tirante por encima de su cabeza, pendía hasta la altura de sus rodillas. Algunas tablas flojas colocadas sobre los durmientes de los rieles le prestaban un punto de apoyo a él y a sus verdugos, dos soldados rasos del ejército federal bajo las órdenes de un sargento que, en la vida civil, debió de haber sido agente de la ley. No lejos de ellos, en el mismo entarimado improvisado, estaba un oficial del ejército con las divisas de su graduación; era un capitán. En cada lado un vigía presentaba armas, con el cañón del fusil por delante del hombro izquierdo y la culata apoyada en el antebrazo cruzado transversalmente sobre el pecho, postura forzada que obliga al cuerpo a permanecer erguido. A estos dos hombres no les interesaba lo que sucedía en medio del puente. Se limitaban a bloquear los lados del entarimado. Delante de uno de los vigías no había nada; la vía del tren penetraba en un bosque un centenar de metros y, dibujando una curvatura, desaparecía. No muy lejos de allí, sin duda, había una posición de vanguardia. En la otra orilla, un campo abierto ascendía con una ligera pendiente hasta una empalizada de troncos verticales con aberturas para los fusiles y un solo ventanuco por el cual salía la boca de un cañón de bronce que dominaba el puente. Entre el puente y el fortín estaban situados los espectadores: una compañía de infantería, en posición de descanso, es decir, con la culata de los fusiles en el suelo, el cañón inclinado levemente hacia atrás contra el hombro derecho, las manos cruzadas encima de la caja. A la derecha de la hilera de soldados había un teniente; la punta de su sable tocaba tierra, la mano derecha reposaba encima de la izquierda. Sin contar con los verdugos y el reo en el medio del puente, nadie se movía. La compañía de soldados, delante del puente, miraba fijamente, hierático. Los vigías, en frente de los límites del río, podrían haber sido esculturas que engalanaban el puente. El capitán, con los brazos entrelazados y mudo, examinaba el trabajo de sus auxiliares sin hacer ningún gesto. Cuando la muerte se presagia, se debe recibir con ceremonias respetuosas, incluso por aquéllos más habituados a ella. Para este mandatario, según el código castrense, el silencio y la inmovilidad son actitudes de respeto.
Ambrose Bierce
para leer el cuento completo : 
www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bierce/puente.htm
foto;Franco Ortegón

miércoles, 20 de octubre de 2010

George Harrison, give love

Jorge Boccanera, espejito de mano


Mírate bien, hoy eres
una cara de trapo al fondo del aljibe,
un perfil oxidado que ondea bajo el agua.
Te advertí, te lo dije,
el espejo, ese imbécil, compra muebles usados
y trabaja en el rostro con cuchillos sin filo.
Mírate bien, hoy somos
el ladrido del viento, te advertí, te lo dije,
es un sepulturero que cobra como artista.
Seguro ya te olió.
Su corazón helado
vende casas de polvo en los despeñaderos.
Mírate bien, hoy eres
un hospicio, un extraño,
reverso de una imagen que se repite y dice :
uno de los dos está muerto
Jorge Boccanera

lunes, 18 de octubre de 2010

Diana Krall

Clarice Lispector, Mejor que arder (fragmento)

Era alta, fuerte, con mucho cabello.
La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.
Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.
Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.
Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.
Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:
-Mortifica el cuerpo.
Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio*. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.
Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.
Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.
No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.
La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.
Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.
Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.
Hasta que le dijo al padre en el confesionario:
-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!
Él le dijo meditativo:
-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.
Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.
Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.
Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.
Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.
Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.
Y sucedió realmente. 
Clarice Lispector
para leer el cuento completo: 
cuadro: Amadeo Modigliani

The cult, Edie, ciao baby

Gabriel Garcia Marquez, ojos de perro azul


         Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez.
Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirarnos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes».
Gabriel Garcia Marquez

domingo, 17 de octubre de 2010

U2 - Mothers Of The Disappeared

u2, madre de los desaparecidos

Medianoche, nuestros hijos e hijas
Fueron cortados y llevados de nosotros
Escuchar sus latidos del corazón
Escuchamos sus latidos del corazón

En el viento escuchamos su risa
En la lluvia vemos sus lágrimas
Escuchamos sus  latidos del corazón
Escuchamos sus latidos del corazón

 Noche cuelga como un prisionero
 Se extendía sobre el negro y azul
Escuchar sus latidos del corazón
 Escuchamos sus latidos del corazón
 En los árboles nuestros hijos están desnudos
 A través de las paredes nuestras hijas lloran
Vemos sus lágrimas en la lluvia
U2

Dino Saluzzi, Gorriòn

Lou Reed, Mago

Mago, llevame en tus alas
y…  aleja suavemente las nubes
Lo siento, siento tanto no tener conjuros,
sólo palabras para desvanecerme

Quiero un poco de magia para desvanecerme
Quiero un poco de magia para desvanecerme
Quiero contar hasta cinco
Darme vuelta y encontrarme con que no estoy màs aca
Volar entre la tormenta
Y despertarme en la calma
Liberame de este cuerpo
De este bulto que se mueve en mi interior
permitíme abandonar este cuerpo muy lejos
Estoy harto de mirarme
Odio este cuerpo doliente
Que la enfermedad lentamente ha desgastado.

mago llevate mi espíritu
Por dentro soy joven y vital
Por dentro estoy vivo, por favor llevame
Tanto que hacer – es demasiado pronto
Para que mi vida se termine
para que este cuerpo se pudra sin más.

Quiero alguna magia para seguir viviendo
Quiero un milagro… no quiero morir
Tengo miedo de dormirme y no volver a despertar
Y no volver a existir
Cerrar los ojos, desaparecer
y disolverme en la bruma.
Que alguien me escuche por favor
No puedo sostener una taza de cafe en la mano
Mis dedos están débiles, las cosas se me caen.
Por dentro soy joven y hermoso
Queda demasiado por hacer
me quitan hasta el aliento.

Doctor, usted,no es un mago – y yo no soy creyente
Necesito más de lo que la fe puede darme
Necesito creer en milagros – no sólo en números
Necesito magia que me lleve.
Necesito magia que me arrebate
Que me visite en esta noche estrellada
Que reemplace las estrellas, la luna, la luz – el sol se fue
hazme volar en la tormenta
Y despertarme en la calma.
Vuelo entre la tormenta
Y despertarme en la calmame…
Lou Reed






sábado, 16 de octubre de 2010

Charles Bukowski , arte creativo

Por el huevo roto en el suelo
Por el 5 de julio
Por el pez en la pecera
Por el viejo de la habitación nº 9
Por el gato sobre el muro

Por ti mismo

No por la fama
Ni por el dinero

Tienes que seguir luchando

Cuanto te haces viejo
Disminuye el atractivo

Es más fácil cuando se es joven

Cualquiera puede alcanzar
Las alturas alguna que otra vez

La clave consiste en
Resistir

Cualquier cosa que sirva
Para que

Esta vida siga bailando
Frente a 
Doña Muerte.
Charles Bukowski

Rolling Sttones ; Mother's Little Helper

Rolling stones, pequeño refugio para una madre

Qué basura es hacerse vieja
hoy los chicos son distintos
se lo oigo decir a cada madre 
hoy una madre necesita algo que las tranquilicie
y aunque realmente no estè enferma
hay una pequeña pìldora amarilla
nque ella no está realmente enfermo
Hay una pequeña píldora amarilla
Ella corre al refugio de la pequeña ayuda para una madre
 y esto le ayuda
a pasar su dìa atareado


Hoy las cosas son distintas
se lo oigo decir a cada madre
cocinar algo bueno para el marido es una basura
asì que compra una tarta instantànea
y quema un bife congelado
y corre al refugio de la pequeña ayuda para una madre
y dos le ayudan 
a pasar su dìa atareado
por favor doctor unas pocas màs de esas
del otro lado de la puerta, ella se toma cuatro màs
que basura es hacerse vieja
Hoy los hombres ya no son lo mismo
se lo oigo decir a todas las madres
no pueden comprender que estès cansada
son tàn difìciles de complacer
pero tu puedes tranquilizar tu mente
corriendo al refugio de la ayuda para una madre
y cuatro te ayudan a pasar la noche
te ayudan a soportar la situacion

por favor doctor unas pocas màs de esas
del otro lado de la puerta, ella se toma cuatro màs
que basura es hacerse vieja
Hoy la vida es demasiado dura
se lo oigo decir a todas las madres
la bùsqueda de la felicidad parece una basura
y si tomas unas pocas màs de esas
conseguiras una sobredosis
y se acabaron las corridas hasta el refugio de la pequeña
ayuda para una madre
sòlo te ayudaron a llegar al atareado dìa de tu muerte
Rolling Stones


Pablo Ramos, rèquiem para un laburante (fragmento)

Eran casi las cuatro y con la excusa de un almuerzo tardío, me fui para el boliche de Alfonso. Sabía que su padre andaba mal, que ya no tenía esperanzas. Y aunque me sentía avergonzado por no haber aparecido justo en este  tiempo, cuando más de medio año comí de fiado aguantando el mostrador junto a los sepultureros de La Chacarita, tenía la tranquilidad de saber que Alfonso siempre entiende, de que me quiere a pesar de esa incapacidad que tengo de estar junto a mis amigos cuando más se me necesita.
          Yo terminaba a duras penas una novela sobre mi padre, él lo sabía. Y sabía toda la vida que se me estaba yendo en ese libro. Porque fue una relación difícil, igual que la de él con el suyo, José, un padre como mi padre, que fue el que empezó hace casi cuarenta años con el boliche (un puesto en realidad, el 07, que está sobre la plazoleta de la estación Federico Lacroze, subte B) y que hacía un tiempo que Alfonso lo había heredado por destino.
Caminaba, dije, en medio de lo de siempre: viento, sonido de ramas a merced del viento, calma de cementerio a esa hora en un día de semana a la tarde.
            Un hombre inclinado sobre una tumba cambiaba flores. Hablaba solo, o con la melancólica compañía del recuerdo de alguien. Yo pensaba en mi padre, en su decisión de ser cremado, de no quedar en ningún lugar para no fomentar no sé qué negocio. Sonreí, y dije su nombre en voz baja. Luego pensé en el padre de mi amigo Alfonso, luego en mi amigo, y finalmente en mí. Lo que pensé me pareció en principio hermoso, pero después no, después me dejó desolado. Pensé en algo así: el único premio que puede recibir una persona, si hizo las cosas más o menos bien para unos pocos, es alguien inclinado sobre su retrato, intentando revivirlo en el recuerdo, murmurando algo cotidiano. Una plegaria humana, torpe, un monólogo acostumbrado, inevitablemente frío. El acto doméstico, universalmente repetido, de reemplazar las flores de su tumba. 
Pablo Ramos
para leer el cuento completo: http://laarquitecturadelamentira.blogspot.com/

viernes, 15 de octubre de 2010

Adriana Varela, el otro cambio, los que se fueron

Litto Nebbia, El otro cambio , los que se fueron,

Cortá un pedazo de torta y dame,
vamos hasta la esquina a ver que pasa,
todo esta en orden como es costumbre,
si algo ha cambiado eso es nosotros, el otro cambio,
los que se fueron,
si algo ha cambiado eso es nosotros, el otro cambio,
los que se fueron.
El mismo humo con aire grotezco,
sigue rondando por los cafetines,
antes por cuentos del gordo Salverio,
y hoy por su hijo,
si algo hay cambiado eso es nosotros,
el otro cambio,
lo que se fueron.
El viejo Luis y su poesía rata,
sobre la angustia de un hombre solo,
porque su hembra lo abandonara,
con un amigo,
si algo ha cambiado ese es nosotros,
el otro cambio,
los que se fueron,
si algo ha cambiado eso es nosotros,
el otro cambio,
los que se fueron.
El cine ya no tiene a Chaplin,
pero sus luces ahora encandilan,
toda la gente sigue parada,
siempre durando,
como si el ayer los hubiera castigado, como si el ayer los hubiera castigado.

Litto Nebbia

Miguel de Unamuno

Es detestable la avaricia espiritual que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la transmición de su conocimiento.

Miguel de Unamuno (gracias Pablo Ramos)

miércoles, 13 de octubre de 2010

Rem, everybody hurts

Roberto Juarroz, Algun dìa encontrarè la palabra

Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.

Hallaré una palabra
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,
que contenga tu cuerpo
y abra tus ojos como un dios sin nubes
y te use tu saliva
y te doble las piernas.

Tú tal vez no la escuches
o tal vez no la comprendas.
No será necesario.
Irá por tu interior como una rueda
recorriéndote al fin de punta a punta,
mujer mía y no mía
y no se detendrá ni cuando mueras.
Roberto Juarroz

Buda

Así es como debéis contemplar todos estos mundos fugaces:


como una estrella en el amanecer, una burbuja en la corriente,

un relámpago en una nube de verano,

una luz trémula, un fantasma y un sueño.



- Buda -

martes, 12 de octubre de 2010

Señoras y señores: Imelda May

Charles Bukowski, los màs raros

No es frecuente verlos
porque donde hay multitud
ellos
no están.
Esos tipos raros no son
muchos,
pero de ellos
provienen
los pocos
cuadros buenos
las pocas
buenas sinfonías
los pocos
buenos libros
y otras
obras.
Y de los
mejores de los
extraños
quizá
nada.
Ellos son
sus propias
pinturas
sus propios
libros
su propia
música
su propia
obra.
A veces me parece
verlos
por ejemplo
cierto viejo
sentado en cierto
banco
de una cierta
manera
o
un rostro fugaz
en un automóvil
que pasa
en dirección
contraria
o
hay un cierto movimiento
en las manos
de un chico o una chica
que empaqueta
las cosas
en el supermercado.
A veces
incluso es alguien
con quien estuviste
viviendo
algún tiempo,
te vas a dar cuenta
de una mirada rápida
y luminosa
que nunca
le habías visto
antes.
A veces
sólo notarás
su
existencia
repentinamente
en un
vívido
recuerdo.
Algunos meses
algunos años
después de que se hayan
ido.
Recuerdo
a uno:
Tenía unos
veinte años
iba borracho a
las 10 de la mañana
se miraba en un
espejo
resquebrajado
de Nueva Orleans,
un rostro soñador
contra los
muros
del mundo
¿Qué
ha sido
de mí?
Charles Bukowski,
Pintura: Vincent Van Gogh