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lunes, 8 de abril de 2013

Hernan Casciari, acordarse y olvidarse

Tengo la teoría de que la carcaza de la cabeza tiene un espacio limitado, y que cada vez que memorizás una información, otra información ya antigua se cae, se pierde, se muere. ¿Pero escogemos lo que borramos, o eliminamos al azar? Elegir lo que vamos a olvidar es lo que diferencia a los humanos de los primates y de las cajeras del Carrefour.
Por ejemplo conocés a alguien y te dice: "Hola, me llamo Carlos". Como sabés que durante toda la conversación vas a tener que recordar ese nombre para no quedar como un desubicado, lo memorizás: "carlos, carlos, carlos...". A continuación, con el objeto de dejar espacio y que la cadena de caracteres "carlos" te entre cómoda en el cerebro, das de baja otro recuerdo al azar, por ejemplo la marca del segundo auto que tuvo tu papá. Amiocho, Amioch, Amio, Ami, A... ¡Plop!.
Hasta ahí vamos bien. ¿Pero qué pasa cuando querés memorizar una imagen pesada, un culito inolvidable que va por la calle, por ejemplo? Ocurre que tenés que borrar algo también de mayor valor, más o menos de 100k.
Yo, por ejemplo, cuando veo un culo recordable, elimino automáticamente de la cabeza a dos o tres compañeros de la primaria, que los tengo ahí guardados al pedo. ¡Ojo! No sólo hay que olvidarse los apodos, sino de todo: la cara, la voz, el apellido... (Un apellido español pesa 32bytes; un apellido ruso, 4k.)
Si ayer, miércoles 26, tuviste un día movido y hoy te querés acordar del día enterito, lo mejor es que borres algún pasaje tonto de los años ochenta. Recomiendo eliminar algún día de invierno, que casi nunca pasaba nada. Cuidado, no elijas 1982 o 1986 porque había Mundial, y capaz que te olvidás de algún partido importante.
Otro buen consejo es zipear, sobre todo en la época de estudiante. Cuando sos adolescente, empezás a ver a las primeras chicas en pelotas, tenés alucinaciones interesantes con ácido, tus amigos tienen caras graciosas; es decir: casi todo lo que te pasa está bueno. Por eso cuesta tanto estudiarse de memoria los nombres de los ríos de Argentina. En esas épocas te conviene usar la mnemotecnia.zip o directamente el machete.rar (y después del examen eliminar los archivos enseguida; lo podés hacer a mano o con porro. A mano es más selectivo; con porro te olvidás hasta del Paraná).
Lo que no hay que hacer nunca es eliminar al azar, porque la cabeza es muy hija de puta. Yo antes de ser inteligente borraba a ciegas; un día, para acordarme de memoria el teléfono que una chica me dio en una boîte, eliminé por error la cara de mi vieja. Gestos, color de ojos, tintura, ¡todo! Fue un garrón, porque trasca la chica me había dado un teléfono falso.
Otra cosa muy peligrosa es hacerse el Funes y no borrar nada. Mi amigo el Chiri, en una época, se acordaba de todo. Yo le preguntaba, por ejemplo:
—¿Te acordás esa vez que fuimos a ver un Racing-Cruzeiro al club Belgrano?
—Mil nueve ochenta y ocho —me canchereaba—, final de la Supercopa, uno a cero con gol de Catalán, vos tenías una camisa cuadriyé y desde ahí nos fuimos por la 31 a buscarlo a Talín. 23 grados. Al otro día llovió un rato.
Era admirable su capacidad de compresión, pero por contrapartida le salían muchos granos y se quedó miope. El otro día hablé por teléfono con él y me asegura que ya no se acuerda de nada, que anota todo en un papel que tiene pegado a la heladera. Lo bien que hace.
Hablando de Funes. El otro día con mi amigo el William llegamos a la conclusión de que Borges se sabía tantos libros de memoria no porque fuera inteligente sino porque todos sus recuerdos son .txt (dado que el .jpg y el .avi no son compatibles con la gente ciega).
—¡Así cualquiera! —se quejaba el William.
Cuando nació la Nina presencié el parto. Y para guardar esos milagrosos 17 minutos en alta definición, tuve que eliminar un montón de información, alguna muy útil. Elegí olvidarme del año 1979 entero, y como faltaba espacio tiré también el archivo Capitales_de_Asia.mdb, y una carpeta con los nombres reales de todos los actores del Chavo, que me venían bien para las conversaciones posmodernas. Lo siento mucho, pero una hija vale más que eso.
Pero igual tengo cosas que quiero borrar y no puedo. La noche que se murió mi abuelo Salvador, por ejemplo, fue la única vez que lo vi llorar a mi viejo. A esa madrugada la debo haber guardado como archivo de sólo lectura, o con una contraseña encriptada. Porque me pesan mucho esas imágenes en la clínica, son como tres megas, y sin embargo no me las puedo sacar del marote.

Hernan Casciari
este texto fue extraido de Orsai: http://editorialorsai.com/

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