Las calles eran obras de florería; las iglesias, delicias de confitería; los palacios, regalos de juguetería.
Pero la bella Antigua, la capital de Guatemala, vivía con el corazón en la boca, entre los vómitos y los sacudones de la tierra enojada. Los volcanes la condenaban a zozobra perpetua. Lo que no gastaba en lágrimas, se le iba en suspiros.
En 1773, la tierra corcoveó como nunca. Y lo peor fue que el río se salió de cauce y ahogó a las gentes y a las casas. Y los que sobrevivieron a la inundación no tuvieron más remedio que huir a la disparada para fundar, lejos, otra ciudad.
El río que se desbordó se llamaba, se llama, Pensativo.
Pero la bella Antigua, la capital de Guatemala, vivía con el corazón en la boca, entre los vómitos y los sacudones de la tierra enojada. Los volcanes la condenaban a zozobra perpetua. Lo que no gastaba en lágrimas, se le iba en suspiros.
En 1773, la tierra corcoveó como nunca. Y lo peor fue que el río se salió de cauce y ahogó a las gentes y a las casas. Y los que sobrevivieron a la inundación no tuvieron más remedio que huir a la disparada para fundar, lejos, otra ciudad.
El río que se desbordó se llamaba, se llama, Pensativo.
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