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jueves, 4 de abril de 2013

Eduardo Galeano, la inundaciòn

Las calles eran obras de florería; las iglesias, delicias de confitería; los palacios, regalos de juguetería.
Pero la bella Antigua, la capital de Guatemala, vivía con el corazón en la boca, entre los vómitos y los sacudones de la tierra enojada. Los volcanes la condenaban a zozobra perpetua. Lo que no gastaba en lágrimas, se le iba en suspiros.
En 1773, la tierra corcoveó como nunca. Y lo peor fue que el río se salió de cauce y ahogó a las gentes y a las casas. Y los que sobrevivieron a la inundación no tuvieron más remedio que huir a la disparada para fundar, lejos, otra ciudad.
El río que se desbordó se llamaba, se llama, Pensativo.

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