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domingo, 31 de marzo de 2013

Tom Waits,( nunca vi la luz de la luna hasta...)


Dario Sztajnszrajber, el amor al cine, reconstruccion de una historia de amor

 
El título de la película ya de por sí es polémico: ¿se trata de una reconstrucción o de una deconstrucción de un amor? ¿Y qué sería una deconstrucción del amor? La película quiere ir reconstruyendo una historia de amor a través de sus diferentes posibilidades; casi como si fuese el libre ejercicio de escritura de un guionista que borra una circunstancia, modifica a los personajes y genera encuentros inesperados. Pero cada reconstrucción deja entrever que en el fondo se trata de otra cosa: deconstruir es desmontar un acontecimiento que parece definitivo para ir viendo todo aquello que ha escondido en su proceso de construcción. ¿Qué cosas no vimos de nosotros mismos y del otro cuando fuimos construyendo este vínculo? O más bien, ¿qué no pudimos o no nos animamos a ver?
August es escritor y tiene el poder de modificar la historia de sus personajes porque, como avisan al inicio de la película: esto es una película de amor y aunque lo sepamos, igual duele. A August como a cualquiera de nosotros el amor le duele y decide actuar. Escribe y borra la vida de sus personajes que no entienden lo que les va sucediendo. Nada raro, salvo que nosotros sabemos que se trata de una película. Todo raro cuando somos nosotros los implicados, que como los personajes, muchas veces no entendemos que somos parte de una trama que no escribimos.
Pero la verdadera historia de amor es otra. Es la de Alex, el hijo de la tragedia. En el mundo de la tragedia griega poco importaba la ética o la responsabilidad del sujeto. Un sujeto que se hallaba “sujeto” a fuerzas que no manejaba y que decidían por él. Uno podía ser bueno o malo, pero su destino muchas veces estaba reservado a decisiones de los dioses que poco tenían que ver con la conducta o los valores de las personas. ¿Para qué ser un buen ciudadano troyano por ejemplo, si igualmente una pelea entre tres diosas desató la Guerra de Troya? Si algunos ven en la tragedia el fin de toda ética, otros como Nietzsche, ven en ella la posibilidad de una emancipación. Nunca sabremos de hecho quien era Alex, solo sabemos que lo cruzaron con Aimée al inicio de la película y eso le cambió la vida para siempre.
Tal vez el amor sea en este sentido la historia de nuestras tragedias. Algunos todavía creen que hay algo de justicia en el amor, como quien sostiene que una buena persona se va a enamorar a través de un buen amor de otra buena persona. ¿Pero qué tiene que ver el bien con el amor? Alex y Aimée comienzan y recomienzan todo el tiempo una relación que no debería ser. ¿Habrá vencido el amor a las fuerzas de la tragedia? 
*el ciclo el amor al cine, se emite todos los domingos a las 22 hs por el canal encuentro 

Joy Division ( como nubes en el cielo)


P Leminski, aviso a los nàufragos

Esta página, por ejemplo
no nació para ser leída.
Nació para ser pálida,
un mero plagio de la Ilíada,
alguna cosa que cala,
hoja que vuelve a la rama,
mucho después de caída.

Nació para ser playa,
quién sabe Andrómeda, Antártida,
Himalaya, sílaba sentida,
nació para ser última
la que no nació todavía.

Palabras traídas de lejos
por las aguas del Nilo,
un día, esta página, papiro,
va tener que ser traducida,
para el símbolo, para el sánscrito,
para todos los dialectos de la India,
va tener que decir buen día
a lo que sólo se dice al pie del olvido,
va tener que ser la piedra brusca
donde alguien dejó caer el vidrio.

¿No es así que es la vida?
 
 P Leminski

martes, 26 de marzo de 2013

Leonard Cohen en concierto


Hernàn Casciari, tu te rompiste

Un desperfecto técnico dejó el martes, durante tres horas, a ciento trece millones
de usuarios de Gmail, el correo en línea de Google, sin servicio de mensajería. ¿Y esto es relevante? En estos tiempo parece que sí. Hace una década ni nos hubiéramos enterado del asunto, pero ahora cada desperfecto de esta naturaleza -y son muchos: ya van tres este año y marzo empezó recién- pone al mundo patas para arriba. Una utilidad que hace tan poco tiempo no existía, y que ni siquiera parecíamos necesitar con enorme urgencia, hoy se ha convertido en un pariente cercano del agua y del aire. En este siglo, tres horas sin la sensación de estar conectados es una especie de calamidad personal.
¿Se ha percatado el lector, alguna vez, de cómo actúa el hombre moderno cuando se queda sin baterías su celular, o cuando la conexión a Internet se rompe? Al hombre moderno lo comen los nervios, la impaciencia y el desasosiego. Sin teléfono móvil, las personas ya somos incapaces de encontrarnos en una esquina, porque no sabemos cuál de las cuatro intersecciones es la correcta. Nuestros padres analógicos se encontraban con facilidad, nosotros ya hemos perdido ese arte natural para las citas. Dos minutos antes de llegar, enviamos un mensaje que dice "estoy llegando", y el otro responde "te estoy viendo"; y los dos alzamos la mano. Sólo de ese modo nos encontramos en la calle. Y así como el celular nos sitúa en el presente, el correo electrónico nos ubica en el pasado. El mail no es imprescindible (únicamente) como servicio de mensajería veloz: se ha convertido en la primera autobiografía personal automática: todo lo que hemos escrito en los últimos años está ahí, en la carpeta "enviados".
Vaya el lector a su correo electrónico y busque lo que ha escrito y enviado durante la segunda semana de julio de 2005, por decir algo. O de 2003. Lea con atención esas cartas. Recordará sucesos y circunstancias que la memoria ya había perdido para siempre. Han quedado atrás los tiempos en que recordábamos cincuenta números telefónicos (de siete cifras cada uno) de los amigos y de los parientes. Hoy no sabemos ni uno. Cuando perdemos la agenda del celular, estamos perdidos. Cuando una avería nos deja sin correo, equivocamos el sentido de la orientación y del tiempo. ¿Cómo era posible vivir, hace diez, hace quince años, sin estos sobresaltos? ¿En qué momento el confort de las comunicaciones se convirtió en emergencia primordial? La vieja sentencia de Cortázar -"no te regalan un reloj para tu cumpleaños"- ahora nos parece insignificante. Podemos vivir años sin el prestigio y la necesidad del reloj pulsera. Pero si Google falla y nos quedamos sin correo, como ocurrió el martes, si actualizamos la página web y da la impresión de que todo se ha borrado -lo que dijimos, lo que nos dijeron-, entonces nos da la impresión angustiosa de que no es un servicio de correo el que fracasa, sino nuestra memoria. No falla Google, tú eres el que comienza a desaparecer, y tu pasado; a ti te eliminan de la bandeja de entrada: lo que fuiste, lo que dijiste que harías y nunca has hecho, todas las mentiras y las verdades que te componen
Hernan Casciari
cuadro Renè Magritte:Landscape 

este texto fue extraìdo de la maravillosa orsai  http://editorialorsai.com/revista/

Eddie Vedder , (guardarè esta sabidurìa)


Jorge Teiller , Melusina

Infiel como el ala de los pájaros infieles
tú siempre serás mía:
los eucaliptus sangraban,
un caballo ciego fue a agonizar entre los rieles
porque no quería ver el fin de nuestro amor
mientras se marchitaban los dedales de oro sembrados por un loco.
Tú siempre serás mía.
Infiel como el ala de los pájaros infieles.


Jorge Teiller 
foto: Luis M Lafuente

Alejandro Jodorowsky, Calidad y Cantidad

 




No se enamoró de ella, sino de su sombra.
La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.

Tom Waits, (cada noche es igual )


Julio Cortàzar, Rayuela cap 6

 
La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más. La teoría del libro-más era de Oliveira, y la Maga la había aceptado por pura ósmosis. En realidad para ella casi todos los libros eran libros-menos, hubiese querido llenarse de una inmensa sed y durante un tiempo infinito (calculable entre tres y cinco años) leer la opera omnia de Goethe, Homero, Dylan Thomas, Mauriac, Faulkner, Baudelaire, Roberto Arlt, San Agustín y otros autores cuyos nombres la sobresaltaban en las conversaciones del Club. A eso Oliveira respondía con un desdeñoso encogerse de hombros, y hablaba de las deformaciones rioplatenses, de una raza de lectores fulltime, de bibliotecas pululantes de marisabidillas infieles al sol y al amor, de casas donde el olor a tinta de la imprenta acababa con la alegría del ajo. En esos tiempos leía poco, ocupadísimo en mirar árboles, los piolines que encontraba por el suelo, las amarillas películas de la Cinemateca y las mujeres del barrio latino. Sus vagas tendencias intelectuales se resolvían en meditaciones sin provecho y cuando la Maga le pedía ayuda, una fecha o una explicación, las proporcionaba sin ganas, como algo inútil. "Pero es que vos ya lo sabes", decía la Maga, resentida. Entonces él se tomaba el trabajo de enseñarle la diferencia entre conocer y saber, y le proponía ejercicios de indagación individual que la Maga no cumplía y que la desesperaban.

De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las probabilidades y le daba vueltas por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira le fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdomancia ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. "¿Y si no me hubieras encontrado?", le preguntaba. "No sé, ya ves que estás aquí..." Inexplicablemente la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus adocenados resortes lógicos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz de luchar contra sus prejuicios bibliotecarios, y paradójicamente la Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares. Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...

Salvador Dalì, la persistencia de la memoria


domingo, 24 de marzo de 2013

24 de Marzo

Hoy es 24 de marzo, hace 37 años atràs comenzaba el màs terrible golpe militar que sufriò la Repùblica Argentina y que dejo 30.000 desaparecidos. Hoy , y siempre  hay que recordar, tener memoria, para que nunca màs , nunca màs nos suceda .
Vuelvo a postear dos cosas ya posteadas, pero inprescindibles el texto de Marta Dilon y los dinosaurios, ( de nuestro mejor cronista,de aquellos tiempos terribles,  el maestro Charly Garcia ).
El capìtulo de el perdòn de Mentira la verdad, me pareciò un muy buen inicio para la reflexiòn, ¿ todo es perdonable?



Hacé un esfuerzo por recordar
voces y nombres que ya no están
vas a ver que hay cosas de las que no te acordás,
y no te acordás,
que intenta el tiempo eliminar.

Esos olores que ya no están,
esos sabores que no existen más,
sólo puede la memoria traerlos acá y
por eso es que quiero
esconderme en tu memoria,
esconderme en tu memoria.

Vivo intentando ser inmortal
y si me olvidan no existo más
Sólo puede la memoria hacerme volver
y así yo poder
esconderme en tu memoria
esconderme en tu memoria...
Hay quienes dicen que son más felices
sin poder recordar. Sin poder recordar.

Hay quienes dicen que son más felices
sin poder recordar, pero yo necesito...
esconderme en tu memoria
esconderme en tu memoria
Que me muero si te olvidás de mí
esconderme en tu memoria
y que me recuerdes.

Dario Sztajnszrajber, mentira la verdad , el perdon


Marta Dilon, ùltimos ritos

Mi madre fue asesinada el 3 de febrero de 1977, a las 2.05 de la madrugada, en la esquina de Santamarina y Chubut, Ciudadela. Su partida de defunción dice: “Múltiples heridas de bala. NN femenino, delgada, 1,65, cabello rubio teñido”. Nada de sus ojos celestes. Tal vez haya apretado los párpados el instante antes de que la fusilaran. A lo mejor estaba oscuro en la morgue o se habían acumulado demasiados cuerpos o les pareció en vano anotar un dato tan estúpido cuando la poseedora de los ojos celestes estaba muerta y a esas pupilas de agua sobre las que caían sus pestañas como una marea sólo les esperaba la corrupción.
Mi madre es ahora, concretamente, un cráneo con pocos dientes, un maxilar asignado morfológicamente, tibias y fémures, radios y cúbitos, clavículas. Seguro me equivoco en la enumeración de los huesos, lo cierto es que su torso continúa desaparecido.
Ella, no.
Ahora puedo trazar un recorrido de sus años de silencio. Sus años bajo tierra. Su asfixia en el anonimato.
¿Dónde estaba yo la noche en que la mataron?, me preguntó una amiga. No puedo saberlo, tenía 10 años y la estaba esperando. Como he esperado hasta ahora aun a sabiendas de que no iba a volver.
Algo de ella ha retornado con los restos de su cuerpo, con los rastros de su último día.
Mi hermano preguntó si la habían fusilado de frente o de espaldas.
Hay cosas que nunca podremos saber.
Tiene un disparo en la pierna. Hasta el ’85 su cráneo estaba rosado. Había restos de carne, restos de aquello que yo había besado. Restos que volvieron a la tierra sin una caricia sin un consuelo para la larga muerte del anonimato. Fue exhumada, fotografiada, catalogada y vuelta a enterrar. Se terminó de descomponer en una bolsa, su cuerpo se entreveró con otros que también fueron acribillados la misma noche, que fueron recogidos de una esquina en Ciudadela después de que los represores terminaran su tarea y empezara la suya la burocracia del Estado. Por eso mi madre tiene su partida de defunción firmada y sellada mientras la esperábamos o esperábamos alguna noticia suya.
En esa época solía preguntarle a mi padre cuándo íbamos a poder verla. Me imaginaba que estaría presa, al fin y al cabo eran policías los que habían entrado y destrozado la casa en la que vivíamos ella, mis hermanos y yo; su amiga, Gladis Porcel, su novio, Juan Carlos Arroyo. Los tres desaparecidos que el Equipo Argentino de Antropología Forense nos devolvió, 34 años después, para que finalmente podamos despedirnos. Porque hasta ahora no terminábamos de hacerlo. Y ahora mismo, cuando sé que lo que queda de ella descansa en una caja junto a tantos esqueletos todavía sin nombre, a la espera de una inscripción oficial y de los ritos que inventemos para ella; ahora mismo no puedo terminar de despedirme. Aunque el tiempo se haya comprimido de golpe y yo me sienta igual que la niña de 10 años que escuchó su voz por última vez mientras un represor la interrogaba y hasta le prometiera “por mí te daría una rosa, pero vos no me estás ayudando”. Ella no estaba ayudando y eso me basta para saber de un gesto de dignidad que probablemente estrujaran hasta el hartazgo en una mesa de tortura. No quiero pensar de qué se trataba esa rosa pero nunca pude dejar de indagar sobre el ensañamiento de los represores contra las mujeres cautivas.
“Toda mi vida se me viene encima”, dijo su amiga Laly cuando supo de la identificación de los huesos de mi madre, en España, donde también estaba yo, aunque la suerte quiso que ese día no podamos abrazarnos. Mi vida también se me vino encima. Y esa última noche sobre la que algunas incógnitas empezaron a disiparse como niebla al mediodía se convierte en nuevas preguntas: ¿Quiénes escucharon los disparos? ¿Quién avisó para que retiraran los cadáveres? ¿Llevaba puesta una de las polleras que ella misma pintaba? ¿Alguien le dio la mano antes de que la ráfaga los desarticulara como a muñecos de estopa? ¿Quién vio sus ojos azules? ¿Quién supo que ya no habría caída de sus pestañas para conquistar en ese gesto todo lo que necesitaba? ¿Tenía los zapatos puestos? ¿Dónde quedaron las plataformas de las que nunca se bajaba?
Hay algo de lo real que empieza a tomar cuerpo. Mi madre fue asesinada en la madrugada del 3 de febrero de 1977. Yo tenía diez años. Mi hermano Juan apenas dos. Santiago, ocho. Andrés, cinco. Los cuatro te extrañamos, mamá, y hasta ahora hemos hecho lo que pudimos con tu ausencia y tu presencia intermitente.
Hay una página de un libro que ella me regaló poco antes del final, está escrita con su letra y dice: “Para Martita, mi compañera, que está aprendiendo a sentir como propias las alegrías y las luchas del pueblo latinoamericano”. Pomposa dedicatoria para una niña que con 44 quiere seguir siendo Martita y aprender eso en lo que estaba cuando vos estabas conmigo. Ahora acabo de casarme, por primera vez, enamorada y con una familia imposible pero bien constituida: mi amor, Albertina, mis dos hijos con veintiún años de distancia entre ellos, una nieta, tres perros, dos gatas, una cantidad de amigos y amigas sobre los que sé que puedo derrumbarme y levantarme con los ojos cerrados. A nadie le importan estos detalles, salvo a mí porque son la prueba de que he sobrevivido. Más que eso, he vivido todos estos años y buscándote es como fraguó mi familia. O buscando justicia para vos. O buscando un lenguaje en el que poder nombrarte.
Alguien me contó una vez que en el campo de concentración donde pasaste tres largos meses, las mujeres se cambiaban de ropa entre ellas para sentir que se vestían por la mañana. O por esa hora difusa que el encierro convertía en mañana. Esa anécdota te nombra, mamá.
Lloré como una nena sobre ningún hombro o sobre el de todos mientras los amigos del EAAF me relataban lo que sabían de vos. Amorosamente te rescataron de una fosa común en el cementerio de San Martín. Amorosamente me dijeron “hay un coxal que todavía podría ser de tu mami”, con el mismo amor con que mi amiga Raquel me dijo que quería ser mi velority planner. Un resto de humor negro para salvarnos a todos y a todas de este naufragio en tierra que significa haberte encontrado, mamá.
Más calma, Raquel me llamó más tarde para decirme, ella que había sido baleada en el pecho en un enfrentamiento entre policías y ladrones en el que nada tenía que ver, que las balas no duelen. La muerte propia, me imagino, no duele. Lo que duele es la vida que sigue como si nada, diez, veinte, treinta años. Y duele sobre todo porque también ha encontrado sus bálsamos.
Todas palabras desordenadas y debidas para el entierro que todavía no sucede, ahora que se cumplen 34 años de tu desaparición y apenas un mes desde que volviste de la asfixia bajo la tierra, del anonimato, del consuelo de un rito que arranque de una vez por todas a la niña que sigue aferrada a la ventana esperando que el toc toc de tus plataformas en la vereda te traiga de vuelta.
De todo esto y de todo lo que todavía no puedo nombrar se trata haberte encontrado. De un punto final para un texto que voy a seguir escribiendo, para un duelo del que tal vez empiece de una vez a desprenderme


esta nota fue publicada en el dìario pàgina 12 del 24 de noviembre de 2010

Charly Garcia, los dinosaurios


sábado, 23 de marzo de 2013

Miriam Cairo, poetas en El Cairo ( para leerlo despacito)

--Llorar no es una palabra rosarina.
--Ni porteña.
--Ni alta, ni baja.
--Ni rica, ni pobre.
--Llorar es una palabra dadaísta.
--Por supuesto, sobre todo cuando llorar no tiene sentido.
--¿Cuando se llora en seco?
--Llorar es llorar.
--Desde ya. Y vivir es vivir. Amar es amar. Morir es morir.
--Tampoco te pongas tan melodramático. A veces vivir es amar y amar es morir.
--Bueno, ¿el melodramático soy yo?
--Digo que el sentido de llorar es la lágrima.
--Las letras de la palabra lágrima.
--Yo sé llorar lágrimas con otras letras.
--Sobre todo los domingos.
--Ah, sí, no concibo un domingo sin lágrimas.
--"Los domingos tienen lágrimas de letras imposibles"
--¿Por qué le ponés comillas?
--Porque no es una frase coloquial.
--Tenés razón. Pero conmigo no estás obligado a ser coloquial para sonarme verdadero.
--Cierto. Fue un error de mi parte. Vuelvo a decirlo sin comillas: los domingos tienen lágrimas de letras imposibles.
--Y no obstante, su realismo es indudable.
--Cada letra de la palabra lágrima parece eternamente natural.
--Sobre todo porque las lágrimas son, en efecto, lágrimas.
--(...)
--(...)
--¿No conocés otro poema de ese escritor?
--Mmm, autores hay muchos pero otro como ese no sé.
--Yo soy un autor como ese.
--No puede ser.
--Que sí.
--Que no.
--La gente no lee a un autor como ese.
--A mí tampoco.
--La gente no te lee para respetar la vieja tradición de no leer a alguien que no es leído.
--Sí, es institucional.
--Hegemónico.
--Yo me leo en voz alta para los que no me escuchan y me leo en voz baja para que no me escuchen.
--Sos un lector dadaísta.
--Eso no existe.
--Cómo no, si te tengo aquí mismo, sentado en frente de mí, libando de mi copa. A propósito, llamá al mozo que ya nos hemos bebido toda la palabra vino.
--Tu generosidad no tiene límites... Mirá que hacerme existir como lector que no existe. Y encima hacerme cargo de pedir más vino usando la palabra vino, como si lo que dijera pudiera ser exactamente igual a lo que ocurra...
--Qué menos se puede hacer por un amigo.
--Por la palabra amigo.
--Te escucho hablar y siento algo en el centro de la palabra pecho.
--La palabra amor.
--Y la palabra miedo.
--Siempre la palabra amor te ha llenado de la palabra miedo.
--Y la palabra mujer.
--Para la palabra mujer necesito más vino.
--El mozo no me ve.
--El mozo no ve a los lectores dadaístas que no existen. Lo llamo yo, mejor.
--Sería imposible seguir hablando de la palabra mujer sin la palabra vino.
--A mí tampoco me ve.
--La realidad nos desrealiza.
--¡Uf!
--Basta con que se me ocurra escribir sobre algo real para que lo real se vuelva imaginario.
--Y viceversa.
--Si no estuvieras aquí seguiría atormentado por la palabra llorar.
--Son los riesgos a los que nos expone la palabra mujer.
--Mirá que pasan cosas, eh?
--Grandes cosas.
--Grandísimas.
--Y todas las cosas que pasan, pasan con palabras.
--Es una constante.
--La palabra es la cosa más grande que pasa.
--Ajá.
--Pero la gente no lee poesía.
--Porque le tiene miedo a la palabra poesía.
--Hay palabras muy peligrosas.
--Por supuesto. No es lo mismo leer la palabra asesinato que la palabra poesía.
--Obvio. Uno tiene a qué atenerse con la palabra asesinato.
--Desde ya. Asesinato es una palabra practicable. Poesía, es una palabra inverosímil.
--Para mí, es muy peligrosa la palabra mujer porque me provoca cosas más extremas que la palabra muerte.
--Obvio, provoca la palabra vida. Y es más difícil ser fiel a la palabra vida que a la palabra muerte.
--Estamos jodidos.
--Y sin la palabra vino por beber.
--No terminaremos nunca.
--En esta página, no.
--¿Seguimos la próxima?
--Dale.

este texto fue publicado   en Rosario 12 , el sàbado 23 de marzo de 2013

El club de Tobi, ( y yo me alejo màs del cielo)


Nicanor Parra, el hombre imaginario

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario
Nicanor Parra

viernes, 22 de marzo de 2013

Air,


Cesar Vallejo, los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... Yo no sé!

Dario Sztajnszrajber, mentira la verdad, ( el lenguaje)


jueves, 21 de marzo de 2013

21 de Marzo dìa Internacional de la poesìa







No soy nada, nunca serè nada ,
sin embargo tengo en mì ,
todos los sueños del mundo
F Pessoa

Facundo Cabral, mujer de mi mala suerte



Con la patente del corazón vencida
Transito entre los cadáveres buscándote mi amor,
Y no te encuentro.
Mujer de mi mala suerte,
Asombro del pobre,
Capricho del rico,
Mujer que entraste en mi vida a pesar de los cerrojos que puse en todas mis puertas.
Atraviesas las paredes
De mi cuerpo y de mi alma
Y me derribas los muros con que protegía a mi corazón.
Mujer de mi mala suerte
Que llenas de flores a mi cementerio.
Engañaste a la gitana porque no estabas escrita en la palma de mi mano.
Ni en las estrellas del cielo,
Confundiendo a mi destino
Con solo pasar corriendo al costado de la mano

Alguien grito tu nombre
Para que ya no pueda oír otro

Resonando en el maldito mundo donde te espero en vano
Mujer de mi mala suerte
Como duele una hora de no verte
Cuanto pesa tu ausencia
Estoy cansado de respirar para vos
De encontrarte en cada instante de mi soledad
Para que me devuelvas puntualmente al día y ala hora en que te conocí.

Mujer de mi mala suerte
Apágame las flores
Que me quitan el sueño.
Mujer de mi mala suerte,
Cuando apago al luz
Se enciende tu risa
Quiero saber como es tu noche
Tu aliento en la madrugada
Tu ventana abierta para calmar la sed
De no se que viajero.
Mujer de mi mala suerte
Ni esta desgracia es tuya
Ni este dolor es mío.
Mujer de mi mala suerte
Devolveme la vida
No quiero ser ninguno
De ese nadie que todos se llevan por delante
Porque ya no soy nada
Lo que fui esta contigo
Mujer de mi mala suerte

Juan Gelman , Gotan



Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus
manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.

Pablo Neruda, walking around




Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
no quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

Jorge Luis Borges, las causas

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.
Jorge Luis Borges.

martes, 19 de marzo de 2013

Alejandro Fillio y Luis Eduardo Aute



Salve hermano lobo
perdido en el desierto
saciaste tu apetito
una vez más contento
y vuelves con la panza y el hocico satisfechos
no hay nada que te aleje del instinto, lobo viejo

Salve hermano lobo
te espera la manada
podrás contarnos todo
o no decirnos nada
acaso la inocencia de tus patas lastimadas
disculpe tus bravatas y te ponga en paz el alma

Hermano lobo
quien puede decir cuál es tu piel
si vistes de cordero y lo haces bien
que dulce tu mirada y que sensual tu condición
la abuela en el armario y tu al colchón
no esperes que te crea troleron

Salve hermano lobo
de Washington a Rusia
proclamas a tu modo
tu dignidad, tu astucia
fue dura la pelea contra el oso carnicero
venciste aunque pasaran otra vez sobre el conejo

Hermano lobo
quien puede decir ..

P. Leminski

 
 
 
 
 
una carta una brasa a través
por dentro del texto
nube llena de la lluvia mía
cruza el desierto por mí
la montaña camina
el mar entre los dos
una sílaba un sollozo
un sí un no un ay
señales diciéndonos
cuando no estamos más
 
 
 
 P Leminsk
cuadro R Magritte 

lunes, 18 de marzo de 2013

Gabo Ferro, (yo me muevo entre las cosas...)



Soy todo lo que recuerdo y vos, todo lo que has olvidado
Yo me muevo entre las cosas, vos entre fantasmas cansados
Cuando la cárcel se desarmo, la penitencia fue amarte
No se fuga uno para atrás, se fuga para adelante
El diablo tiene una cola, que no la puede ocultar
Por más disfraz que te pongas siempre se te va a notar
Yo soy todo lo que recuerdo y vos, todo lo que has olvidado
Yo me muevo entre las cosas, vos entre fantasmas cansados

La verdad es perro fiel, que vive en todas las casas
Que muerde a quien no lo atiende y defiende al que lo guarda

El manjar que los corderos sueñan un día comer
Es lobo crudo con pelo vivo a punto de comer
Yo soy todo lo que recuerdo y vos, todo lo que has olvidado
Yo me muevo entre las cosas, vos entre fantasmas cansados
Gabo Ferro

Jaime Sabines, ¿que putas puedo?

¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?

domingo, 17 de marzo de 2013

Dario Sztajnszrajber, el amor al cine : Domicilio Conyugal




Casi como un cierre de la vida adulta de Antoine Doinel, la película de hoy, El amor en fuga, nos va contando su biografía con el recurso de hacer reaparecer en tiempo presente, antiguos personajes del pasado. Antoine está de novio ahora con Sabine, una joven vendedora de discos a quien conoce –nos vamos enterando a lo largo de la película- de un modo muy particular. Tan particular que posee mucho de literatura; la misma literatura que ha llevado a Antoine a haber publicado su primera novela donde cuenta las historias de sus amores juveniles. Así van apareciendo casi como si fuera otra novela, los protagonistas del pasado, pero sobre todo Colette, esa joven que a los 17 años lo había deslumbrado y que le había provocado su primera fuerte frustración.

Resulta muy interesante pensar nuestra identidad como un relato, como un texto que vamos escribiendo y reescribiendo todo el tiempo, donde los personajes van cambiando de perfil de acuerdo al presente que estemos viviendo: quien en una época era una heroína, hoy puede pasar a ser una villana. No es casual que en este relato de sí mismo que hace Antoine aparezca fuertemente la figura de su madre, de quien nos habla un antiguo amante con quien se cruza Antoine en su trabajo. La madre, la primera novia y obviamente la madre de su hijo Alphonse, Christine, con quien deciden pasar a la historia de la justicia francesa por haber sido el primer divorcio consensuado. Pero a Antoine lo desvela Sabine, su actual pareja. Y de alguna manera, la historia autobiográfica que nos relata tiene la intención de poder dar cauce a su vínculo con Sabine. Cuando los senderos del amor son tan sinuosos, se vuelve casi una obligación volver una vez más sobre el pasado para comprender el presente.

Tal vez lo más impactante de la película sea la reconstrucción de la vida de Antoine que como en cualquier literatura supone siempre un recorte y una edición. Los hechos transcurren, pero lo que les da sentido es su particular narrativa. Vamos recorriendo sus alegrías y fracasos mientras Colette pasa las hojas del libro, pero el problema de quien escribe su propia historia es que nunca puede predecir el futuro. ¿Cómo acabarán los días de Antoine Doinel? ¿Encontrará finalmente en Sabine al amor de su vida, o tendrá que entender que no existe “un” amor de la vida sino amores y vidas?


este ciclo se emite los domingos ( hoy )  a las 22 hs por el canal encuentro 

sábado, 16 de marzo de 2013

Nick Cave, Wide Lovely Eyes


Jorge Boccanera, Telenovela

Sordomuda
yo cargo las valijas, yo compro los boletos,
y soy tu catador, el señor de las flores,
tu pareja de baile en el salón Colonia de México D.F.

Yo soy tu lazarillo y te compro historietas y soy
tu guitarrista, el chofer de tu almohada,
a  veces el jinete, a veces el caballo.

Mudita de mi alma yo te elijo perfumes y te
exhibo como el Príncipe Orsini al luchador
Jacob, "La Bestia", en un cine mugriento.

Y soy el del retrato, tu instructor, tu pupilo, el
cara de payaso, un pasajero en tu sudor
apenas, Sordomuda, el que reza en tu cuerpo.
Jorge Boccanera

miércoles, 13 de marzo de 2013

Pedro Pàramo


Rolling Stones, ( sonrisas es lo que puedo ver)


Julio Cortàzar, Rayuela , cap 5

La primera vez había sido un hotel de la rue Valette, andaban por ahí vagando y parándose en los portales, la llovizna después del almuerzo es siempre amarga y había que hacer algo contra ese polvo helado, contra esos impermeables que olían a goma, de golpe la Maga se apretó contra Oliveira y se miraron como tontos, HOTEL, la vieja detrás del roñoso escritorio los saludó compasivamente y qué otra cosa se podía hacer con ese sucio tiempo. Arrastraba una pierna, era angustioso verla subir parándose en cada escalón para remontar la pierna enferma mucho más gruesa que la otra, repetir la maniobra hasta el cuarto piso.
Olía a blando, a sopa, en la alfombra del pasillo alguien había tirado un líquido azul que dibujaba como un par de alas. La pieza tenía dos ventanas con cortinas rojas, zurcidas y llenas de retazos; una luz húmeda se filtraba como un ángel hasta la cama de acolchado amarillo.

La Maga había pretendido inocentemente hacer literatura, quedarse al lado de la ventana fingiendo mirar la calle mientras Oliveira verificaba la falleba de la puerta. Debía tener un esquema prefabricado de esas cosas, o quizá le sucedían siempre de la misma manera, primero se dejaba la cartera en la mesa, se buscaban los cigarrillos, se miraba la calle, se fumaba aspirando a fondo el humo, se hacía un comentario sobre el empapelado, se esperaba, se cumplían todos los gestos necesarios para darle al hombre su mejor papel, dejarle todo el tiempo necesario la iniciativa. En algún momento se habían puesto a reír, era demasiado tonto. Tirado en un rincón, el acolchado amarillo quedó como un muñeco informe contra la pared.

Se acostumbraron a comparar los acolchados, las puertas, las lámparas, las cortinas; las piezas de los hoteles del cinquième arrodissement eran mejores que las del sixième para ellos, en el septième no tenían suerte, siempre pasaba algo, golpes en la pieza de al lado o los caños hacían un ruido lúgubre, ya por entonces Oliveira le había contado a la Maga la historia de Troppmann, la Maga escuchaba pegándose contra él, tendría que leer el relato de Turguéniev, era increíble todo lo que tendría que leer en esos dos años (no se sabía porqué eran dos), otro día fue Petiot, otra vez Weidmann, otra vez Christie, el hotel acababa casi siempre por darles ganas de hablar de crímenes, pero también a la Maga la invadía de golpe una marea de seriedad, preguntaba con los ojos fijos en el cielo raso si la pintura sienesa era tan enorme como afirmaba Etienne, si no sería necesario hacer economías para comprarse un tocadiscos y las obras de Hugo Wolf, que a veces canturreaba interrumpiéndose a la mitad, olvidada y furiosa.

A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.

Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; no quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente. Se tranquilizó porque la vuelta de la Maga al plano del café negro y la visita al bidé se vio señalada por la recaída en la peor de las confusiones,maltratada de absoluto durante esa noche, abierta a una porosidad de espacio que late y se expande, sus primeras palabras de este lado tenían que azotarla como látigos, y su vuelta al borde de la cama, imagen de una consternación progresiva que busca neutralizarse con sonrisas y una vaga esperanza, dejó particularmente satisfecho a Oliveira. Puesto que no la amaba, puesto que el deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste toda sacralización de los juegos. Durante días, durante semanas, durante algunos meses, cada cuarto de hotel y cada plaza, cada postura amorosa y cada amanecer en un café de los mercados: circo feroz, operación sutil y balance lúcido. Se llegó así a saber que la Maga esperaba verdaderamente que Horacio la matara, y que esa muerte debía ser de fénix, el ingreso al concilio de los filósofos, es decir a las charlas del Club de la Serpiente: la Maga quería aprender, quería ins-truir-se.

Horacio era exaltado, llamado, concitado a la función del sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a traerla de su lado.

Roberto Bolaño, Sucio mal vestido

En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar
por las hormigas rojas y también
por las hormigas negras, recorriendo las aldeas
vacías: el espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba, pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba. El río del ser, decían
unos labios afiebrados que luego descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser, el éxtasis
que se pliega en la ribera de estas aldeas abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo. 


  Roberto Bolaño

Ricardo Siri Liniers


lunes, 11 de marzo de 2013

Calle 13, (La honestidad no tiene ropa ni maquillaje)




Naci mirando para arriba el 23 de febrero
Despues de estudiar tanto termine siendo rapero
Mi familia es grande en mi casa somos ocho
Y la clase media baja no recibe plan ocho

Es normal que mi comportamiento no les cuadre
Y mas cuando el gobernador desempleo a mi madre
Me desahogo cuando escribo mi letra es franca
Pa' no terminar explotando en la Casa Blanca

Mis rimas te ponen tenso y te dan calambre
Yo soy el que hago que coman sin que tengan hambre
Mezclo lo que veo con lo melodico
Yo estoy aqui para contarte lo que no cuentan los periodicos

Es el momento de la musica independiente
Mi disquera no es Sony, mi disquera es la gente
Las personas que me siguen y escuchan el mensaje
Por eso me defienden a los puños y sin vendaje

Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
Porque yo soy como tu, tu eres como yo
A ti te ofende lo que escribo
A mi me ofende tu playback, que estes doblando en vivo
A mi me ofende cuando tu sobornas a la radio
Con plata con dinero pa' que te suenen a diario

Ni siquiera los Beatles tenian cuatro canciones
Sonando el mismo tiempo en las radio estaciones
Esto lo puede ver hasta un bizco
Tu vendes porque tu mismo te compras tus propios discos

No me digas que no si a mi me han ofrecido hacer eso
La mitad de los artistas deberian estar presos
A mi no me ofende que por hablar mucho me llames loco
Tu dices poco porque sabes poco

Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
Porque yo soy como tu, Duro!

Yo uso al enemigo a mi nadie me controla
Le tiro duro a los gringos y me auspicia coca cola
De la canasta de frutas soy la unica podrida
Adidas no me usa, yo estoy usando adidas

Mientras bregue diferente, por la salida entro
Me infiltro en el sistema y exploto desde adentro
Todo lo que les digo es como el Aikido
Uso a mi favor la fuerza del enemigo

Ahora quitate el traje falda y camiseta
Despojate de prendas marcas etiquetas
Pa' cambiar el mundo desnuda tu coraje
La honestidad no tiene ropa ni maquillaje

No me hablen de carteles ni de los sopranos
La mafia mas grande vive en el Vaticano
Con el truco de la fé se cojen a la gente
Se cojen a cualquiera que piense diferente

A mi no me cojen yo creo en lo que quiera
Creo en la gente, creo en mi bandera
Creo que los que me señalan con el dedo
Me tienen miedo porque yo no tengo miedo

Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
Porque yo soy como tu, tu eres como yo

Hernan Casciari, el gran secreto de mi vida

Las pocas veces que he tenido que ir a un almuerzo de negocios (la última de estas desgracias ocurrió hace un mes), se ha dado una situación que me aterra. Es cuando llega el camarero del vino y sirve un poquito en mi copa para que dé el visto bueno. Es entonces cuando el mundo se detiene, la vida del restaurante se congela y, como en los cuentos de Poe, sólo se oye a mi corazón —cataplóm, cataplóm— galopar en pánico desbocado.
Lo que debería halagarme —porque en realidad un camarero escoge, de todos los comensales, al que sospecha el más indicado— a mí no me halaga, sino que me pone los pelos de punta. Y es porque nunca, pero nunca en la reputísima vida de dios, voy a saber si un vino está bueno o está malo. Es más, si fuera por mí, todos los vinos estarían malos.
La segunda cuestión que me da pánico es la serie de gestos que hay que ensayar durante este ritual sibarita. Estos gestos son generalemente cinco: hay que oler la copa entrecerrando los ojos; hay que beber un sorbo como si fuera jarabe; hay que poner cara de boludón que entiende de la cosecha de la uva; hay mirar al tipo de la botella como con culpa, regalándole una caidita de ojos; y para rematar hay que apretar los labios y hacer que sí con la cabeza, como si dijeras: "Tenías razón, che, perdonáme por haber dudado".
Pero es justo después de esta mierda de gestos que llega lo verdaderamente aterrador. Y es cuando el camarero sirve las copas y se va. Entonces es donde empiezo a temblar frío, esperando que mis acompañantes beban de sus copas y descubran que el vino, el que que yo di por bueno, está horrible, picado, pasado, vencido, agrio y podrido. Yo me quedo siempre con el culo apretado en la silla, esperando a que escupan la bebida sobre el mantel y me miren con imprevista desconfianza. Es decir: mi fobia radica en que mis contertulios, que hasta entonces me respetaban y estaban a punto de darme un trabajo o un premio, descubran que soy un mogólico.
Pensándolo ahora, mientras releo estos párrafos, colijo que es éste el gran miedo de mi vida. No saber cuándo llegará el minuto en que voy a ser, por fin, desenmascarado. He aquí mi terror recurrente, caramba: estar siempre expuesto a que las personas que me sospechan inteligente, o mundano, o simpático, o capacitado para alguna tarea compleja, se desayunen sobre la recóndita verdad que oculto: que soy un tarado mental.
(Este artículo, que iba a desarrollarse sobre cuánto detesto el vino y las reuniones, se acaba de convertir en un ensayo sobre mi mogolismo oculto: los cambios de rumbo de la literatura son inexpugnables.)
Permítanme que les cuente, ahora que ha cambiado tan de golpe el tema de esta charla, algo que me ocurrió de niño y que ha marcado mi vida a fuego.
Agonizaba el año 1983. Mi padre, en aquellas temporadas, era el tesorero de la mayoría de las instituciones benéficas de Mercedes. Entre ellas CAIDIMCentro de Apoyo Integral del Insuficiente Mental—, un lugar donde convive la gran mayoría de los mogólicos del pueblo, un sitio acogedor donde se les da trabajo y cobijo.
Una mañana de mis doce años, mi padre me pidió que fuese al Banco Provincia a cobrar un cheque de CAIDIM. Llegué al banco en mi bicicross, entregué el talón en ventanilla y el cajero me devolvió, sin darse cuenta, cincuenta pesos de más. Yo noté el error enseguida, y durante todo el camino de regreso a casa fantaseé con lo que me compraría con ese dinero extra. (Creo que mis prioridades de aquel tiempo eran un perro y un karting a motor.)
Una vez en casa entregué a Roberto Casciari el dinero exacto del cheque y me quedé miserablemente con el cambio. Durante el almuerzo, sin embargo, un ataque de culpa me hizo confesar que me habían dado cincuenta pesos de más, y le pedí permiso a mi padre para quedármelos.
—Si a esa plata la perdiera el Banco —me dijo Roberto— ningún problema. Pero cuando hagan el balance de caja y falten cincuenta pesos se los van a descontar al cajero, y son todos amigos míos. Así que mejor lo devolvemos. ¿En qué ventanilla cobraste?
—En la dos —le dije, jurando para mis adentros nunca más ser sincero con mi padre (actitud que sigo cumpliendo a rajatabla).
—En esa ventanilla está Eduardo —dijo Roberto Casciari, que es amigo de toda la gente que está detrás de cualquier ventanilla. Y acto seguido llamó por teléfono al Banco pidiendo hablar con Eduardo.
—Diga —dijo Eduardo, el cajero, del otro lado de la línea.
—Hola Edu, soy Roberto —habló mi padre—, me parece que me diste plata de más en un cheque de CAIDIM.
—¡Sí! —asintió el cajero Eduardo— Me di cuenta casi enseguida, y te iba a llamar esta tarde. No le quise decir nada al chico mogólico que me trajo el cheque porque no me iba a entender.
Mi padre se empezó a reír en ese momento, y es el día de hoy que se sigue riendo. Han pasado veinte años desde aquello, pero Roberto Casciari no se cansa de narrar en las sobremesas, cada vez que puede, esta anécdota en la que un cajero de banco me vio cara de mogólico. Creo que éste es el trauma más grande que tengo, exceptuando los sexuales y los que derivan de ser hincha de Rácing.
Y es que aquella tarde no solamente perdí mis cincuenta pesos, mi perro nuevo y mi karting a motor, sino que gané, y para siempre, este temor a que la gente sepa que soy mogólico, a que descubran mi verdadera identidad. Esta fobia a que todos los esfuerzos que hago por aparecer simpaticón e inteligente ante el mundo, queden aplastados por una mirada sagaz que me devuelva a mi categoría de subnormal.
Es por esto que, cada vez que un camarero me elige para catar el vino en un almuerzo de negocios, o cada vez que alguien me obliga a hacer algo que está fuera de mis fronteras mentales (como por ejemplo votar, cambiar los pañales de mi hija o discutir sobre cine de autor), comienza a subirme por el esternón un frío de pánico que se instala en mi alma y no me deja vivir en la paz sencilla de los sobnormales, ese sitio cálido del que nunca debí haber salido para intentar comerme el mundo.
Hernàn Casciari
este texto fue extraìdo de la gran Orsai:  http://editorialorsai.com

Cesar Vallejo, Heces

Esta tarde llueve como nunca
tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste mujer.
Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su "No seas así!"
Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.
Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este búho, con este corazón.
Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
y en la abrupta arruga de mi hondo dolor.
Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!

Cesàr Vallejo.

sábado, 9 de marzo de 2013

Dario Sztajnszrajber, el amor al cine : Domicilio conyugal












Una nueva película sobre el amor y el matrimonio. Una nueva película sobre los conflictos entre el amor y el matrimonio, una vez más el cuestionamiento de los límites que toda institución impone a los sentimientos. ¿Se puede legislar el amor? Supongamos que en el orden matrimonial hay un intento de dar cauce al amor, de ayudarlo a expandirse en sus múltiples variaciones. La pregunta se volvería más eficientista: ¿logra su objetivo o los límites que impone terminan generando más restricciones que posibilidades de expansión? En lo concreto: el matrimonio nos brinda un espacio común para compartir nuestra cotidianeidad, pero esto implica dotar a cada acto cotidiano de un aura amoroso permanente. ¿Se puede después de muchos años de matrimonio seguir enamorados en cada acto diario, en cada desayuno, en cada resolución de un trámite, en cada lamparita que se quema? ¿O por definición la convivencia va desacralizando al amor, resquebrajándolo minuto a minuto, convirtiéndolo solo en un contrato común entre dos personas que viven en el recuerdo de sus primeros momentos?
"Domicilio conyugal" vuelve sobre la historia de Antoine y Christine, pero ahora ya casados, conviviendo en una especie de condominio donde ella da clases de violín y él vende flores en un patio. Se los ve enamorados, con ese aroma de los primeros tiempos del matrimonio, donde si se cruzan, se dan un beso, o donde si hablan el uno del otro, lo hacen con un rostro embargados de emoción. Pero notamos también que ambos viven rodeados de otras personas, vecinos que de alguna manera irrumpen en sus vidas y van planteando dilemas, en especial dilemas amorosos: ambos, de distinta forma, son tentados a la infidelidad.
¿Qué es la infidelidad? Es la ruptura del acuerdo, aunque si discutimos por qué el amor debe ser un acuerdo, el principio de infidelidad por lo menos, nos hace ruido. La palabra “fidelidad” viene del latín “fe” y es la misma raíz que forma otra palabra: “confianza”. Como verán, son términos que poco tienen que ver con un contrato, sino con una vocación, una devoción, un don, un acto de entrega. Repensar qué es la infidelidad es una buena manera de empezar a replantear nuestras instituciones matrimoniales. ¿Qué habrá pasado con nuestra pareja? ¿Seguirán juntos? ¿Habrá habido infidelidad? ¿Habrán podido resolver el dilema del amor y el matrimonio?


 Este domingo 10 de marzo en el ciclo   "El amor al cine" Dario Sztajnszrajber presenta "Domicilio Conyugal"de Francois Truffaut:   , en el canal encuentro a las 22 hs