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sábado, 13 de octubre de 2012

Ramòn Gomez de la Serna, "( la fùnebre, falsa novela tàrtara) fragmento

La Tartaria es un lío terrible. Ni los geógrafos ni los historiadores saben a qué atenerse. Pero un novelista tiene la obligación de saber lo que es tártaro y lo que no es tártaro, y poder hacer una novela tártara.
La Tartaria es país para novelistas, y yo bien sé que en una posada de Tartaria, viendo poner manteles sobre las mesas a mujeres típicas, se podría escribir la novela más novelesca de las novelas.
—¡Tartaria!, ¡Tartaria!
Yo la conocí un día azul, después de pasar el río Amarillo.
Mi Tartaria es la Tartaria de los grandes bosques, donde se vive de nueces, nueces como pan migoso, nueces en calderada y nueces en guiso de urraca que allí se come quitándola el luto por el que se hizo temible de otros estómagos.
Los tártaros confunden sus almas porque creen no poderse conocer. Ni su lengua ni su alma son claras, y por eso tienen prontos en que el ser más bueno mata a su madre, y el ser más malo se sacrifica como un verdadero santo.
Los tártaros quieren desconocerse, y en sus leyes hay una exculpación que no existe en ninguna otra ley, y que se basa en el instinto, o sea que si la fechoría la hicieron bajo el imperio del instinto tartárico, quedan absueltos. Lo que hay que apreciar en el crimen es si está claro el instinto, si el hecho ni tuvo ni antecedentes ni divagaciones o complicidades alrededor.
Lo que se llama el “instinto” es reconocido con valor omnímodo en Tartaria, pues los tártaros serán siempre en el fondo aquellos salvajes y terribles nómadas que, según la primera tradición, habían salido del profundo imperio llamado Tártaro.
La aldea de Tartaria en que pasa esta novela es la aldea de Kikir, donde los hombres y las mujeres visten trajes verdes acuchillados de amarillo y sombreros en punta, que les dan tipo de endemoniados.
Todos en Kikir tocan la flauta, y en los pueblos de alrededor dicen por eso que envenenan el viento y lo envenenan todo de veloces balines.
En el teatro, cuando hay función, los músicos tocan la flauta y todos los espectadores sacan de sus bolsillos sus flautas queridas y corean los flautinazos de la orquesta.

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