He aquí que dedico esto al viejo Schumann y a su dulce Clara, que hoy ya son huesos, ay de nosotros. Me dedico a un color bermejo, muy escarlata, como mi sangre de hombre en plenitud y, por lo tanto, me dedico a mi sangre. Me dedico sobre todo a los gnomos, enanos, sílfides y ninfas que habitan mi vida. Me dedico a la añoranza de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno, y yo no había comido langosta. Me dedico a la tempestad de Beethoven. A la vibración de los colores neutros de Bach. A Chopin que me reblandece los huesos. A stravinsky que me llenó de espanto y con quien volé en fuego. ¿A Muerte y transfiguración, donde Richard Strauss me revela un destino? Sobre todo me dedico a las vísperas de hoy y a hoy, al velo transparente de Debussy, a Marlos Nobre, a Prokófiev, a Carl Orff, a Schönberg, a los dodecafonistas, a los gritos ásperos de los electrónicos; a todos esos que en mí tocaran regiones aterradoramente inesperadas, a todos esos profetas del presente y que me vaticinaron a mí mismo hasta el punto de que en este instante estallo en: yo. Ese yo que son ustedes porque no aguanto a ser nada más que yo, necesito de los otros para mantenerme en pie, tonto que soy, yo torcido, en fin, qué hacer sino meditar para caer en aquel vacío pleno que sólo se alcanza con la meditación. Meditar no tiene que dar resultados: la meditación puede verse como fin de sí misma. Medito sin palabras y sobre la nada. Lo que me confunde la vida es escribir.
Y..., y no olvidar que la estructura del átomo no se ve pero se conoce. Sé muchas cosas que no he visto. Y ustedes también. No se puede presentar una prueba de la existencia de lo que es más verdadero, lo bueno es creer. Creer llorando.
Esta historia ocurre en un estado de emergencia y de calamidad pública. Se trata de un libro inacabado porque le falta la respuesta. Respuesta que, espero, alguien en el mundo me dará. ¿Ustedes? Es una historia en tecnicolor, para que tenga algún adorno, por Dios, que yo también lo necesito. Amén por todos nosotros.
Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora sólo querría tener lo que hubiera sido y no fui.
Parece que conozco los menores detalles de esa norestina, como si viviera con ella. Bien lo adiviné de ella: se me pegó a la piel como un dulce pegajoso o como lodo negro. Cuando era niño leí el cuento de un viejo que tenía miedo de cruzar un río. Entonces llegó un hombre joven; también quería pasar a la otra margen. El viejo aprovechó para decirle:
-¿Me puedes llevar? ¿Puedo ir montado en tus hombros?...
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