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domingo, 1 de mayo de 2011

Lo que sè , por David Bowie


Con un traje, hay que usar siempre zapatos ingleses. No hay nada peor que esos delicados trabajos italianos al final de la raya del pantalón.
Hay que enfrentar un cadáver al menos una vez. La ausencia absoluta de vida es uno de los enfrentamientos más perturbadores y desafiantes que se puede tener.
Cuando no sé cómo terminar la letra de una canción, siempre apelo a mi último recurso: una falta de lógica abrumadora.
Lester Bangs, el feroz crítico de rock de los ‘70, ofreció su mayor elogio a una banda diciendo: “Me hacen sentir como un soberano hijo de puta del infierno”. En ese momento me di cuenta de que vivíamos en planetas diferentes.

No espero que la raza humana progrese en demasiadas áreas. De todos modos, cuando uno tiene un chico con una infección en el oído, se siente profundamente agradecido por la existencia de los antibióticos.
Siempre lamenté no haber podido hablar abiertamente con mis padres, especialmente con mi padre. Escuché y leí tantas cosas acerca de mi familia que ya no puedo creer en ninguna; cada familiar al que le pregunto me da una versión diferente. Siento que tengo media docena de historias familiares.
La fama puede tomar a hombres interesantes y vertir la mediocridad sobre ellos.
De no haber aprendido a ser músico y escritor, nada de lo que hubiese hecho me habría importado.
Nunca conocí a mucha gente dentro del rock. Llegaba a un lugar, un club o algo así, veía a todos esos rockeros famosos charlando y recuerdo sentirme completamente ajeno a eso. A veces lo lamento.
Estoy asombrado por el universo, pero no por eso creo en una inteligencia o agente detrás. Tengo una pasión por el aspecto visual de los ritos religiosos, aunque puedan estar vacíos y carentes de todo sentido. El incienso es poderoso y provocativo, ya sea budista o cristiano.
Lo deprimente de esta época es que preguntas como “¿Tenía razón Nietzsche con respecto a Dios?” se han transformado en “¿Cuán grande era su pija?”.
Hay que hacer lo mejor de cada momento. No estamos evolucionando. No estamos yendo a ningún lado.
Nunca sos quien pensás que sos. En algún momento de los ‘80, una señora mayor se me acercó y me dijo: “Señor Elton, ¿no me daría un autógrafo?”. Le dije que yo no era Elton John sino David Bowie. Me dijo: “Ay, menos mal. Nunca aguanté el pelo rojo y todo ese maquillaje que él usa”.
Nunca son quienes pensás que son. La primera vez que viajé a Estados Unidos, en 1971, mi guía neoyorquina me dijo un día que la Velvet Underground iba a tocar esa noche en el Electric Circus. Yo era su fan número 1 en Inglaterra, creo. Llegué temprano y me ubiqué en primera fila, sobre el borde del escenario. El show fue increíble, y me aseguré de que Lou Reed notara que yo era un verdadero fan cantando todas las canciones. Después del recital, me moví hacia el costado del escenario, donde estaba la puerta que daba a los camarines. Golpeé, y un miembro de la banda me abrió. Después de derramar algunos elogios, le pregunté si podía hablar unas palabras con Lou. Pareció confundido, pero me pidió que esperara un segundo. Instantes después, apareció Lou, y nos sentamos y hablamos sobre componer canciones unos diez minutos. Salí del club flotando en una nube: había alcanzado una ambición adolescente. Al día siguiente le conté a mi guía lo alucinante que había sido ver a los Velvet en vivo y conocer a Lou Reed. Me miró de un modo muy gracioso durante un segundo y después estalló en una carcajada. “Lou dejó la banda hace un tiempo”, me dijo. “Estuviste hablando con su reemplazante: Doug Yule.”
Siempre me confundió que me llamaran el camaleón del rock. ¿Acaso los camaleones no gastan cantidades tremendas de energía para ser indistinguibles de su entorno?
No confíes en nada excepto en tu propia experiencia.

esta nota fue publicada por el dìario pàgina 12 el domingo 12 de diciembre del 2004

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