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lunes, 14 de febrero de 2011

James Baldwin, el blues de Sony (fragmento)

Lo único que sé de música es que no son muchos los que realmente la escuchan, y aun así, en las raras ocasiones en que algo se abre dentro y la música penetra, lo que oímos principalmente, la corroboración que oímos, son evocaciones particulares, íntimas, que se desvanecen. Pero el hombre que crea la música oye algo más, está enfrentado con el tumulto que surge del vacío y le impone un orden cuando ese tumulto golpea el aire. Lo que se evoca en él pertenece a otro orden más terrible por carecer de palabras y también triunfal por esa misma razón. Y su triunfo, cuando triunfa, es nuestro. Contemplé la cara de Sonny. Estaba agitado, trabajaba intensamente, pero estaba fuera. Tuve la sensación de que, en cierta manera, toda la gente de la banda lo estaba esperando, esperándolo y empujándolo. Pero cuando miré a Creole, comprendí que era Creole quien los dominaba. Los tenía a rienda corta. Allí, marcando el ritmo con todo su cuerpo, contoneándose sobre el violín, con los ojos entornados, escuchaba tanto, pero estaba escuchando especialmente a Sonny. Tenía un diálogo con Sonny. Quería que Sonny dejara la línea de la costa y se internara en aguas profundas. Era el testigo que podía presentar Sonny de que las aguas profundas y la muerte por ahogo no eran la misma cosa: él había estado allí y sabía. Y quería que Sonny supiera. Esperaba que Sonny hiciera con las teclas cosas que le iban a permitir a Creole, saber que Sonny estaba en el agua.
Y mientras Creole escuchaba, Sonny se movía, muy adentro, exactamente como alguien a quien atormentan.
Nunca había yo pensado hasta qué punto es terrible la relación entre el músico y su instrumento.
El músico tiene que llenar el instrumento con un hálito de vida, la propia. Tiene que lograr que haga lo que él quiere que haga. Un piano no es más que un piano. Está hecho nada más que con madera, alambres y martillos grandes y chicos y marfil. Y sin embargo se puede hacer mucho con él y la única manera de averiguarlo es intentarlo: intentar y lograr que haga todo. Y Sonny no había estado cerca de un piano desde hacía más de un año, y tampoco estaba en mejores términos con su vida, con la vida que se extendía ante él ahora. El y el piano tartamudearon, tomaron por un lado, se asustaron, se detuvieron; intentaron otro camino, les entró el pánico, marcaron un tiempo, empezaron de nuevo; después, al parecer, encontraron una dirección, se aferraron de nuevo y se pararon. Y el rostro que le vi a Sonny nunca lo había visto antes. Todo en él había sido quemado y, al mismo tiempo, lo que suele estar escondido se quemaba adentro, con el fuego y la furia de la batalla que tenía lugar en él. Sin embargo, al observar el rostro de Creole cuando llegaban al fin de la primera parte tuve la sensación de que algo había ocurrido, algo que yo no había oído. Acabaron y hubo algunos aplausos perdidos, y entonces, sin aviso previo, Creole inició otra cosa, algo casi sardónico, era Tengo nostalgia. Y, como si diera una orden Sonny empezó a tocar

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