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miércoles, 17 de agosto de 2011

Raymond Chandler, el largo adìos (fragmento)

“Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen su no sé qué, excepto, tal vez, las metálicas, que son tan rubias como un zulú por debajo del color claro, y en cuanto al carácter. Tan suave y blanco como el empedrado de la acera. 
Existe la rubia pequeña y agradable, que gorjea como los pájaros, y la rubia alta y estatuaria, que lo envuelve a uno en una mirada azul de hielo. Existe la rubia que lo mira a uno de arriba abajo y tiene un perfume encantador y resplandece tenuemente y se cuelga del brazo y está siempre muy, muy cansada cuando usted la acompaña a su casa. Ella hace ese gesto de impotencia y tiene ese maldito dolor de cabeza y a usted le gustaría aporrearla, aunque esté contento de haber descubierto lo del dolor de cabeza antes de haber invertido en ella demasiado tiempo, dinero y esperanzas. Porque el dolor de cabeza siempre estará así, es
un arma que nunca deja de usarse, y tan mortífera como la espada del asesino o el frasco de veneno de Lucrecia.
Existe la rubia dulce, dispuesta y aficionada a la bebida, y que no le importa lo que lleva puesto — siempre que sea visón —o adónde va— siempre que sea el “Starlight Roof” y haya
mucho champaña seco—. Existe la rubia pequeña y altiva que es una verdadera compañera
y quiere pagar ella su cuenta y está llena de luz de sol y de sentido común que sabe judo
y puede lanzar al aire, por arriba del hombro, al conductor de un camión, sin perderse más
de una frase del editorial del Saturday Review. Existe la rubia pálida, pálida, con anemia
de tipo incurable, pero no fatal. Es muy lánguida y muy sombría y habla suavemente
como salida de no sé dónde, y usted no le puede poner un dedo encima, en primer
lugar porque no tiene ganas, y en segundo lugar porque ella está leyendo La tierra perdida
o Dante en el original o Kafka o Kierkegaard, o porque estudia dialecto provenzal. Adora
la música, y cuando la Filarmónica de Nueva York está tocando Hindemith, ella puede decirle
a usted cuál de los seis contrabajos entró un cuarto de tiempo más tarde. He oído decir
que Toscanini también es capaz de ello. Eso quiere decir que son dos.
Y, por último, existe la muñeca maravillosa y encantadora que sobrevive a tres reyes del
hampa y después se casa con un par de millonarios a un millón por cabeza y termina con
una villa de color de rosa pálido en Cap d’Antibes, un coche Alfa Romeo completo, con chófer
y acompañante, y una caballeriza de aristócratas enmohecidos a los que tratará con la atención distraída y afectuosa conque un anciano duque dice buenas noches a su criado.
Aquel sueño atravesado en mi camino no pertenecía a ninguna de esas categorías; ni
siquiera era de este mundo. Era inclasificable: tan remota y clara como el agua de la
montaña, tan evasiva como su color…”

foto Marilyn Monroe, de la revista Life 

3 comentarios:

  1. Chandler ocupa un lugar muy especial en mi, desde chico lo leo y aun hoy , casi 4 decadas despues, lo sigo releyendo " No le digo adios, se lo dije cuando tenia algun significado,se lo dije cuando todo era triste , solitario y final".
    Gracias por ponerlo en este blog, me trajo hermosos recuerdos

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  2. Existen los rencorosos por esa rubia que nunca te miró. Y
    existen las rubias de ojos verdes con carácter como ésta que escribe.
    Existen, pero sobre todo existen mujeres hartas
    De una clasificación tan vacía como los cráneos de quienes la
    Diseñaron.

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    Respuestas
    1. Buscando retazos de la obra de Chandler pasé por acá. Leí tu comentario, Daphne. Y lo amé.

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