Asomé el cuello por la ventana del tren para
impregnarme de todo lo que habla de viajes.
Boulogne gira como una nutria congelada de
nocturnos, la llovizna entibia su cuna de plumas
sin aire.
No más que seis vagones atravesando la noche,
en cada uno de ellos viaja un fantasma, una criatura
sola, cada cual con su valija y su cuerpo fuera y
dentro de ella. Los que aman la poesía, los que la
reprimen, los que andan entre socorro y socorro,
los que se vienen de si hasta el lugar de sus
nombres.
Boulogne arde como la gasa de un soldado desertor,
apenas el débil furor momentáneo de las ruedas, la
mano escondida en ese cielo accidental, se muestran
como mudos sordos de la guerra, la guerra distinta,
la del perro paseando al anciano y la mujer descompuesta
en la roca sin océano, la noche imaginaria de Boulogne
no tiene océano, ni velas, ni barca, ni muelle, ni trenes,
ni noche, es el todo en un ojo que encandila hacia
adentro, donde no caben los rieles, ni las marchas
en este ocho de marzo de mil novecientos setenta
y cinco.
Tristeza de trenes, negrura ancha de las máquinas
en desuso que tanto tienen de vapor y sereno.
Alberto Muñoz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario