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martes, 20 de septiembre de 2011

Haruki Murakami. sauce ciego, mujer dormida (fragmento)

... la novia de mi amigo dibujó una colina. En la cima había una casita. Dentro de la casita había una mujer durmiendo. Alrededor de la casa crecían los sauces ciegos. Y eran éstos los que le provocaban el sueño.
–¿Y qué diablos son los sauces ciegos? –preguntó mi amigo.
–Pues esos árboles de ahí.
–Jamás he oído hablar de ellos.
–Es que me los he inventado yo –sonrió ella–. Los sauces ciegos tienen un polen muy fuerte, y cuando unas pequeñas moscas portadoras de ese polen penetran en el oído de una mujer, ésta se queda dormida.
La novia de mi amigo cogió una servilleta de papel y dibujó un sauce ciego. Era un árbol de tamaño similar a la azalea. Tenía flores, pero éstas estaban rodeadas de gruesas hojas verdes. Las hojas recordaban un ramillete de colas de lagartija. Los sauces ciegos no se parecían en absoluto a los sauces de verdad.
–¿Tienes tabaco? –me preguntó mi amigo. Le arrojé por encima de la mesa un paquete de Short Hope y una caja de cerillas empapados de sudor.
–Los sauces ciegos parecen pequeños, pero sus raíces son terriblemente profundas –explicó ella–. De hecho, cuando llegan a determinada edad, los sauces ciegos dejan de crecer hacia arriba y empiezan a extenderse hacia abajo. Como si se nutrieran de las tinieblas.
–Entonces, las moscas transportan el polen, penetran en el oído de una mujer y la duermen, ¿no? –dijo mi amigo mientras intentaba trabajosamente encender un cigarrillo con una cerilla húmeda–. ¿Y qué hacen luego esas moscas?
–Se quedan dentro del cuerpo de la mujer y van comiéndose su carne, claro –explicó ella.

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