Cuando me disponía a partir, decidí preguntarle una vez más por los enemigos de un hombre de conocimiento. Aduje que no podría regresar en algún tiempo y serla buena idea escribir lo que él dijese y meditar en ello mien¬tras estaba fuera.
Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.
Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.
Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su inten¬ción es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.
"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conoci¬miento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.
"Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterra¬do en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda."
¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llega¬rá a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un ma¬leante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asus¬tado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
¿Y qué puede hacer para superar el miedo?
La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea ate¬rradora.
"Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo na¬tural."
¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?
Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se con¬quista rápido y de repente.
"Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterra¬do en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda."
¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llega¬rá a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un ma¬leante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asus¬tado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
¿Y qué puede hacer para superar el miedo?
La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea ate¬rradora.
"Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo na¬tural."
¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?
Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se con¬quista rápido y de repente.
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