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martes, 13 de marzo de 2012

Marcela Muñoz Molina

Al fin y al cabo
fuiste una especie de devastación.
Un calor infernal
unos años de sequía,
la tierra se fue partiendo sin remedio.
Pero ni la luz de tu calor
perdonó a mis ojos sin pupilas.
Y aquella explosión,
que ingenuamente pensé,
había provocado cadenas de radio y televisión
para ser transmitida,
fue apenas vista
por dos o tres hoteles vacíos
hoteles de invierno
con comedores fantasmales
y desayunos con jugo de naranja.

La explosión se diluyó.
Fui por momentos un payaso que sufría convulsiones
dentro de todas las oficinas de pagos de consumo
y encima de todas las fronteras,
mientras tú saltabas amablemente en los techos
de las casas de los ricos.
Y cuando por fin el ruido pasó
y la oscuridad sucumbió,
me descubrí sentada y temblando
con la cabeza entre las rodillas,
como el único sobreviviente agusanado
en esta especie
de zona de desastre.

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