07:18 Plaza Once.
Lleva casi dos horas arriba del colectivo, antes de salir de su casa plancho los delantales de sus hijos, los acomodo en el respaldo de una silla, corto en rodajas el pan duro, puso los saquitos de mate cocido en las tazas, y coloco, en forma de sorpresa, una manzana en cada una de las mochilas, para que en el recreo sus niños la recuerden con una sonrisa.
Juana es boliviana, llego al pais hace 15 años escapando de la malaria de su tierra y de la pesada mano de su esposo. Trabajo en casas de familias buscando el peso; esquivo las ofensas de la gente que la miro con desprecio, padeció el manoseo policial que sufren los indocumentados, lloro por los que se quedaron, soño con los que partieron, y rezo por los que la socorrieron.
Todas las mañanas la veo ahí, casi dormida en el segundo asiento del colectivo, por sus muecas me la imagino soñando con los colores de sus tierra, con ese cielo abierto, con la huerta de sus padres, con los amores de otoño,con el olor que emana la tierra cuando es bendecida por la lluvia, con la niña que supo ser corriendo por las plantaciones de papas deseando ser sencillamente libre.
Ella abre los ojos sistemáticamente tres paradas antes, como si un reloj biológico y urbano la despertara, saca de su bolsa de mano un estampita con alguna virgen que desconozco, el dorso esta adornado con la bandera Boliviana y con la Argentina, las besa, se arregla el pelo, toca timbre y se va, como todas las mañanas, a ganarse la dignidad.
Historias mínimas de mi ciudad.
(No existe ningún tipo de relación entre las personas en las fotografías y los personajes ficticios de los relatos.)
foto Juan Pablo Monzòn